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Full text of "María Magdalena : novela lírica"

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UNIVERSITY  OF  N.C   AT  CHAPEL  HILL 


APLEX 


V5 
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THE  LIBRARY  OF  THE 

UNIVERSITY  OF 

NORTH  CAROLINA 


ENDOWED  BY  THE 

DIALECTIC  AND  PHILANTHROPIC 

SOCIETIES 


DE  VARGAS  VILA 


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LITERATURA 

De  sus  lises  y  de  sus  rosas. 
Libre  estética. 
Sombras  de  águilas. 
Horario  reflexivo. 
Archipiélago  sonoro. 
Rubén  Darío. 

FILOSOFÍA 

El  ritmo  de  la  vida. 

Huerto  agnóstico. 

La  voz  de  las  horas. 

Del  rosal  pensante. 

De  los  viñedos  de  la  eternidad. 

HISTORIA 

Los  Cesárea  de  la  decadencia. 
Los  divinos  y  los  humanos. 
La  muerte  del  cóndor. 


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Obras  completas  de  J.  M.  Vargas  Vila 


DERECHOS    DE  AUTOR 


Todo  ejemplar  que  circule 
sin  estampilla  será  conside- 
rado ilegal. 


MARÍA  MAGDALENA 

EDICIÓN  DEFINITIVA 

DEBIDAMENTE  REVISADA  Y  CORREGIDA 

POR  EL  AUTOR 


i  ::  Obras  completas  de  Vargas  Vila  ::  § 


NOVELAS 


Aura  o  las  Violetas. 
Flor  del  Fango. 
Rosa  Mística. 
Ibis. 

Rosas  de  la  Tarde. 
Alba  Roja. 
La  Simiente. 
Delia  (Lirio  blanco). 
Eleonora  (Lirio  Kojo). 
Germania  (Lirio  negro). 
El  Camino  del  Triunfo. 
La  Conquista  de  Rizan- 
do. 


María  Magdalena. 

La  Demencia  de  Job. 

El  Minotauro. 

Los  Discíp  ulos  de 
Ematts. 

Los  Parias. 

Sobre  las  Viñas  Muer- 
tas. 

Los  Estetas  de  Teópolis. 

El  Final  de  un  Sueño. 

La  Ubre  de  la  Loba. 

Salomé. 

Cachorro  de  León. 


LITERATURA 


Prosas-Laudes. 

Ars-Verba. 

De  sus  Lises  y  de  sus 

Rosas. 
Libre  Estética. 


Sombras  de  Águilas. 
Horario  Reílexivo. 
Archipiélago  Sonoro. 
Rubén  Darío. 


FILOSOFÍA 

El  Ritmo  de  la  Vida. 
Huerto  Agnóstico. 
La  Voz  de  las  Horas. 
Del  Rosal  Pensante. 
De  los  Viñedos  de  la 
Eternidad. 


HISTORIA 

La  República  Romana. 

Los  Césares  de  la  De- 
cadencia. 

Los  Divinos  y  los  Hu- 
manos. 

La  Muerte  del  Cóndor. 

Pretéritas. 


Obras  completas  de  J.  M.  VARGAS  VILA 


MARÍA 
MAGDALENA 


NOVELA  LÍRICA 


EDICIÓN    DEFINITIVA 


BARCELONA 
RAMÓN  SOPEÑA,  Editor 

FROVENZA,    93   A   97 


Derechos  reservados. 


Itainóa  Sopeña,  impresor  y  editor;  Provensa,  93  *  97. — Barcelona 


MARÍA  MAGDALENA 


Panorama. . . 

un  horizonte  de  montañas  de  Judea; 

la  última  lumbre  febea,  sobre  la  ceja  de 
un  monte; 

austero  y  grave  el  paisaje,  lleno  de  deso- 
lación; 

brilla  la  aridez  salvaje,  de  los  valles  del 
Cedrón; 

en  medio,  como  un  oasis  en  el  fondo  del 
miraje:  Sión; 

descendiendo  la  colina,  en  línea  gris,  los 
olivos; 


8  VARGAS  VILA 

en  los  valles  pensativos,  muere  el  ámbar 
de  la  tarde; 

en  la  copa  del  lago,  arde  un  resplandor 
carmesí,  de  violetas  y  rubí... 

en  los  jardines  letales,  sinfonizan  los  rosa- 
les, en  una  peroración  de  divinos  madrigales; 

siembra  el  hálito  de  las  rosas,  una  gran 
consternación  de  atmósferas  voluptuosas; 

gime  el  alma  de  las  cosas; 

en  las  grandes  alamedas,  susurran  las  hojas 
ledas,  sinfonías  de  poetas... 

en  las  frondazones  quietas,  sueñan  las  flo- 
res dormidas,  en  la  calma  transparente... 

un  soplo  ardiente  se  siente,  venido  del  Oc- 
cidente; un  hálito  de  narcisos; 

brillan  acantos  y  frisos,  de  los  templos,  y 
en  sus  metopas  parece  reverdecer  el  follaje 
de  las  vides  de  Corinto; 

en  su  murado  recinto,  rumorea  su  vasallaje 
la  ciudad,  que  el  Pretor  doma; 


MARÍA  MAGDALENA  ^ 

lucen  los  haces  de  Roma,  adornando  los 
pórticos  de  los  palacios  magníficos... 

las  estatuas  ecuestres  de  los  Césares,  pro- 
yectan su  silueta,  sobre  la  muchedumbre  in- 
quieta, que  hormiguea  en  las  plazas  y  en  el 
foro... 

el  oro  del  horizonte,  que  parece  diluido  en 
una  copa  de  topacio,  se  derrite  y  se  evapora 
en  el  espacio,  muy  despacio,  como  una  estre- 
lla que  llora; 

y,  la  noche  soñadora,  invade  en  calmas  di- 
vinas de  Infinito,  el  circuito  de  montañas  pa- 
lestinas, negras,  tortuosas,  cetrinas,  llenas  de 
Melancolía; 

muere  el  día  en  su  tristeza  floral.. K 

sobre  la  campiña  umbría; 

y,  la  Ciudad  Imperial. 


Bajo  la  cúpula  dorada,  la  gran  sala  octa- 
gonal; en  la  cual,  hay  fragancias  de  nardos  y, 
terebintos ; 

en  los  braseros  extintos  sobrevive  el  per- 
fume; 

en  el  pebetero,  se  consume  aún  el  sándalo; 

es  la  casa  del  Escándalo;  la  casa  de  la  Pe- 
cadora; 

en  la  penumbra  tibia,  que  el  sol  dora  aún 
con  una  caricia  de  lascivia,  llena  de  volup- 
tuosidades blondas,  en  ondas  suaves,  agoni- 
zan las  sombras... 


12  VARGAS  VIL  A 

se  ahoga  todo  ruido  en  las  alfombras  y  losr 
tapices  de  Persia,  extendidos  sobre  el  mosai- 
co de  los  suelos; 

en  la  inercia  de  la  hora,  se  siente  flotar  el 
alma  sin  vuelos  de  la  calma  infinita; 

la  Pecadora,  ¿dormita?  ¿vela?... 

un  rayo  de  luz,  riela  en  el  oro  de  sus  ca- 
bellos, y  la  corona  de  destellos,  como  de  una 
aureola... 

la  ola  de  la  luz  se  pierde  en  su  mirada 
verde; 

en  el  verde  marescente  de  sus  pupilas,, 
grandes,  orgullosas  y,  tranquilas,  como  dos 
frescos  valles  matinales; 

los  raudales  de  su  cabellera,  envuelven  en 
un  manto  sutil  de  oro,  el  tesoro  de  su  cuerpo- 
de  marfil; 

está  extendida  sobre  cojines  rojos,  en  la  ac- 
titud indolente  y  felina,  de  una  joven  pantera, 


MARÍA  MAGDALENA  13 

-viendo  morir  el  sol,  en  la  ladera  de  una  co- 
lina; 

las  esmeraldas  que  adornan  su  cuello  y  su 
cabeza,  parecen  morir  de  enojos,  y  compiten 
con  el  verde,  y  con  la  tristeza  de  sus  ojos; 

la  viste  una  túnica  opalescente,  de  gasa 
transparente,  color  de  jacinto,  que  se  abre  ha- 
cia la  rodilla,  dejando  ver  la  maravilla  de  una 
pierna  desnuda,  que  la  luz  tenue  del  sol,  dora 
de  una  tersura  de  melocotón; 

un  broche  de  amatista,  limita  esta  abertura, 
una  amatista  enorme,  como  la  que  brilla  en 
<su  cintura,  en  el  ceñidor  de  plata  de  una  ex- 
traña y  complicada  cinceladura; 

del  mismo  metal  los  brazaletes,  de  orfe- 
brería etrusca,  enormes  y,  pesados; 

amuletos  trabajados  con  fervor,  penden  de 

-ellos; 

corusca  por  sus  destellos,  un  escarabajo 
•egipcio,  y  dos  cepalófagos  de  ámbar;  un  amo- 


14  VARGAS  VILA 

nita  circuido  de  topacios,  y  con  los  cuernos- 
de  oro; 

una  enorme  calcedonia  de  reflejos  morte- 
cinos, hace  cambiantes  felinos,  solitaria  en 
un  anular; 

el  cuello,  hecho  de  líneas  armónicas,  cóma- 
las viejas  ánforas  helénicas; 

el  seno,  se  perfila  en  una  curva  concupis- 
cente; 

por  la  gasa  transparente,  se  ven  emerger 
las  dos  mamilas,  se  dirían  dos  gacelas  tran- 
quilas, que  acaban  de  nacer; 

las  ancas  opimas,  dibujan  las  rimas  de  sus 
curvaturas,  sobre  las  telas  obscuras  de  los  co- 
jines, sobre  los  cuales,  el  cuerpo  adorable* 
diseña  su  gracia  insuperable; 

su  cabeza  de  flor,  se  apoya  en  una  mano, 
con  un  abandono  soberano,  hecho  de  gracia 
y  de  amor; 

en  esa  hora  de  ensoñación,  el  fulgor  de  sus 


MARÍA  MAGDALENA  15 

ojos,  lánguido  y  vago,  semeja  el  mágico  res- 
plandor de  un  lago; 

uno  como  soplo  de  alas  invisibles,  pasa  en 
las  grandes  salas,  y,  por  sobre  las  flores  in- 
marcesibles... 

así,  bella  como  una  estrella,  la  Pecadora, 
escucha  a  su  servidora,  y  habla  con  ella,  presa 
de  una  real, melancolía; 

y,  ésta  dice: 

— Señora  mía;  Dios,  no  da  la  Belleza,  para 
servir  de  escudo  a  la  Tristeza; 

los  narcisos  de  tus  mejillas,  palidecen; 

los  miosotis  de  tus  ojos  languidecen; 

el  jacinto  de  tu  boca  se  descolora;  ¡ay  se- 
ñora! ¡ay  mi  señora! 

¿qué  te  falta?  ¿por  qué  llora  tu  corazón? 

nunca  como  hoy  fuiste  tan  bella; 

¿no  te  llaman  la  estrella  de  Galilea? 

con  la  opulencia  que  te  rodea;  con  el  oro 
que  te  adorna,  con  tus  diamantes,  con  tus  ru- 


i6  VARGAS  VIL  A 

bies,  habría  para  satisfacer  el  sueño  de  mil 
huríes; 

eres  amada; 

una  mirada  de  tus  ojos,  atrae  o  quita  eno- 
jos; 

la  envidia  de  las  mujeres,  te  circunda  como 
un  cortejo; 

del  niño,  al  viejo,  tu  belleza,  despierta  en 
los  hombres  la  codicia; 

todo  te  sonríe;  todo  te  halaga  en  el  pre- 
sente.., 

¿por  qué  esa  tristeza  que  anubla  tu  frente? 

¿el  ala  de  qué  siniestro  presagio  la  acari- 
cia? 

— Sara,  dice  la  Pecadora,  con  una  voz  en- 
soñadora, la  Vida,  es  triste;  la  Vida  es  incle- 
mente; 

la  Ventura,  es  un  sueño  inconsistente,  que 
se  rompe  temblando  en  nuestras  manos... 

¿recuerdas  nuestros  años  ya  lejanos? 


MARÍA  MAGDALENA  17 

era  en  el  valle  de  Magdalo,  y  era  el  Castillo 
de  mis  padres,  sito  en  el  halda  feraz  de  la 
montaña; 

yo,  era  una  niña,  y  no  había,  una  belleza 
comparable,  a  mi  belleza  extraña; 

me  llamaban  la  rosa,  tanto  así,  era  de  ma- 
ravillosa; 

mi  adolescencia  fué,  como  una  exuberante 
flor  de  insania; 

se  habría  dicho  una  anémona  de  Bethania, 
que  se  mirara  en  el  cristal  del  lago,  llena  del 
sueño  vago,  de  poseerse  y  deslumhrar,  per- 
petuamente... 

la  mirada  insistente  de  los  hombres,  me  se- 
guía ya,  y  me  turbaba  enormemente... 

¿por  qué  me  habrá  turbado  siempre,  la  mi- 
rada de  los  hombres,  como  una  caricia,  hecha 
sobre  mi  carne  desnuda? 

caricia  muda  y,  penetrante; 

yo,  era  virgen,  pero,  no  era  ignorante,  y 

MAGDALENA.— 2 


1 8  VARGAS  VIL  A 

llevaba  conmigo,  todas  las  impurezas  del 
Amor;  las  llevaba  en  la    sangre; 

era  como  una  rosa  de  deseo,  cuyo  perfume 
embriagaba  ya  a  los  hombres,  de  una  embria- 
guez malsana,  como  dada  por  vides  de  Sa- 
maría; 

era  el  perfume  de  mi  cuerpo  impoluto,  que 
ninguna  mano  de  hombre  había  tocado; 

yo  sentía  ya  en  ese  cuerpo,  la  tristeza,  más 
que  el  orgullo  de  mi  Virginidad; 

los  pastores,  se  apostaban,  para  verme  pa- 
sar, ocultos  bajo  las  viñas; 

y,  yo  estremecía  de  sus  miradas; 

mis  hermanos,  tenían  palabras  de  impudor, 
cuando  yo  pasaba  por  cerca  de  ellos,  y  brilla- 
ba en  sus  ojos  una  luz  mala; 

yo,  amaba  el  impudor  de  las  palabras  y  de 
los  ojos  de  mis  hermanos; 

el  Deseo;  mi  cuerpo  de  virgen  pasional,  lo 
sentía  y  lo  inspiraba,  con  igual  intensidad; 


MARÍA  MAGDALENA  19 

yo,  tenía  ya  la  atracción  y,  el  vértigo  de  un 
mar;  j 

me  sabía  bella,  y  al  verme  desnuda,  yo  sen- 
tía el  orgullo  de  mi  desnudez; 
I     los  jardines  del  castillo  de  mi  padre,  me 
vieron  pasear  ese  orgullo,  y  esa  tristeza,  por 
sus  penumbras  dormidas... 

a  su  sombra,  sentí  temblar  mi  cuerpo  des- 
nudo, bajo  el  beso  voraz  de  lo  infinito... 

mi  belleza  sin  velos,  perfumó  el  seno  de 
las  noches,  ostentándose  magnífica  de  blan- 
curas, como  una  tuberosa,  bajo  los  terebintos 
perplejos; 

yo,  perturbé  el  sueño  de  los  nenúfares,  in- 
clinándome así  sobre  las  aguas  del  estanque, 
en  cuyo  fondo,  temblaba  la  imagen  de  mi  ros- 
tro, como  una  estrella  enferma  de  deseos; 

y,  ellos,  palidecían  de  envidia,  porque  las 
ondas  azules  besaban  mis  blancuras,  como 
queriendo  devorarlas,  como  si  los  labios  de 


¿o  VARGAS  VlLA 

miradas  de  Silfos,  apasionados,  se  adhiriesen 
a  mis  carnes; 

mi  deseo  monstruoso,  los  contagiaba  tal 
vez,  y  en  el  misterio,  ellos  se  ayuntaban,  he- 
chos más  pálidos,  con  una  palidez  de  fiebre; 

todos  los  ardores  y  los  perfumes  de  los  va- 
lles galileos,  vivían  en  mis  pupilas  y  respira- 
ban por  mis  labios; 

mi  cuerpo,  era  virgen  como  los  lises,  pero, 
envuelto  en  las  tinieblas  del  Deseo...  turba- 
do de  deseos; 

rojo  de  deseos; 

ardiente  de  deseos; 

yo,  era  el  Deseo... 

y,  daba  el  Deseo... 

llegada  a  la  pubertad,  mi  padre  quiso  ca- 
sarme con  Abdelamek,  capitán  de  guardias 
asirias,  que,  seducido  por  mi  belleza  nubil, 
me  había  pedido  en  matrimonio;  pero,  yo  ama- 
ba ya  a  Samuel  de  Sichem,  hijo  de  un  her- 


MARÍA  MAGDALENA  21 

mano  de  mi  padre;  zagal  más  bello,  no  lo  vie- 
ron nunca,  las  montañas  de  Maggedo,  ni  los 
valles  de  Safeo;  crecido  habíamos  como  dos 
cervatillos  gemelos,  porque  apenas  de  un  año 
me  era  mayor;  nuestro  amor,  era  hecho  de 
llamas  suaves,  que  lentamente  encendían 
nuestras  carnes,  cuando  vagábamos  juntos, 
bajo  los  limoneros  en  flor;  entre  las  rosas  de 
oro  de  la  tarde,  cerca  al  lago  glauco,  donde 
la  luna  hundía  su  blanco  cuerpo  de  leche,  co- 
mo una  virgen  desnuda; 

sus  ojos,  fueron  mi  espejo  en  las  noches 
calladas,  cuando  en  los  jardines  obsesionan- 
tes, yo,  me  miraba  en  ellos,  como  una  estrella 
en  la  cisterna  profunda,  y,  él,  se  miraba  en 
los  míos,  como  el  sol  de  la  mañana,  en  el  re- 
manso de  un  río; 

en  los  largos  crepúsculos  languidecientes, 
cerca  a  las  blancuras  lúgubres  de  los  estan- 
ques, o  en  la  soledad  florecida  de  las  penum- 


22  VARGAS  VILA 

bras,  nuestros  abrazos  se  multiplicaban  y, 
nuestras  bocas  se  unían,  en  una  dulzura  ve- 
hemente, que  hacía  sollozar  el  alma  de  la  No- 
che, que  parecía  cautiva  de  nuestros  labios...; 

al  fin...  un  día... 

sus  manos  libertaron  las  palomas  de  mis 
senos,  y  se  gozaron  en  ellos,  haciendo  empur- 
purar el  rojo  de  sus  jacintos,  con  el  rojo  de 
sus  labios; 

sus  manos,  como  dos  alas  de  amor,  vibra- 
ron sobre  mi  cuerpo,  recorriéndolo  en  un  dia- 
pasón de  caricias  férvidas,  y,  mis  carnes  se 
estremecían  bajo  ellas,  como  una  mar  bajo 
el  equinoccio; 

los  naranjales  del  jardín,  llenos  de  sombras 
azules,  vieron  las  blancuras  de  nuestras  car- 
nes desnudas,  que  hicieron  palidecer  de  en- 
vidia, los  nardos  de  Arabia,  y  los  jazmines 
de  Bethania; 

la  yedra  dorada  de  mis  cabellos,  se  deshojó 


MARÍA  MAGDALENA  23 

entre  sus  manos,  cayendo  sobre  la  dulce  cur- 
va de  mis  hombros,  sirviendo  de  reposorio  a 
su  cabeza,  y,  se  ocultó  en  ella,  como  un  pá- 
jaro feliz,  en  el  azur  tremante  de  la  selva; 

nuestro  idilio  acabó  violentamente; 

una  noche,  lánguida  y  clemente,  la  luna  y 
él,  entraron  por  la  misma  ventana  hasta  mi 
lecho,  y  se  durmieron  en  mis  brazos,  después 
de  haberme  besado  con  una  eternidad  de  be- 
sos... 

mi  padre,  nos  halló  así,  el  uno,  en  brazos 
del  otro,  y,  quiso  matarnos; 

él,  logró  escapar  por  la  ventana  abierta; 

yo,  fui  víctima  de  las  sevicias  de  mi  padre, 
que  se  encarnizó  contra  mi  debilidad; 

pocos  días  después,  logré  escapar  del  cas- 
tillo de  Magdalo; 

tú,  mi  nodriza,  que  habías  sido  como  mi 
madre,  después  de  la  muerte  de  aquélla,  me 
seguiste; 


.  24  VARGAS  VILA 

seis  días  y,  seis  noches,  caminamos  sin  va- 
gar, de  Sinaí  a  Sichen,  de  Silo  a  Bethel,  de 
el  Haramí  a  Sión... 

entramos  aquí,  rendidas  de  hambre  y  de 
fatiga; 

nos  dormimos  en  los  pórticos  del  templo; 

un  viejo  avaro,  nos  recogió  y  nos  llevó  a 
su  casa,  miserable  y  sórdida; 

él  fué  el  primero,  que,  fuera  de  mi  casa, 
mancilló  el  lirio  de  mi  cuerpo,  con  la  baba 
de  sus  caricias; 

huímos  de  aquel  lugar  de  miseria;  huímos 
y  nos  perdimos  en  la  Noche... 

¿después? 

¿cuál  fué  la  historia  de  mi  belleza,  esplén- 
dida y  fatal? 

rodé  de  lecho  en  lecho,  y,  de  abrazo  en 
abrazo; 

de  los  más  altos,  a  los  más  infames,  todos 
los  hombres  me  poseyeron; 


MARÍA  MAGDALENA  25 

los  capitanes  de  guardias,  como  el  último 
de  los  centuriones,  los  mercaderes  de  Siria, 
como  los  vinateros  de  Jericó; 

todos  enloquecieron  de  mi  cuerpo,  y  tuve 
sus  cuerpos,  sus  almas,  y  sus  riquezas,  a  mis 
pies... 

ascendí  en  la  infamia; 

tuve  palacio,  esclavos,  y  literas; 

los  jardines  de  mi  villa,  en  las  rientes  co- 
marcas nazarenas,  vieron  los  filósofos  de  Ro- 
ma, y  los  sabios  de  Grecia,  los  sacerdotes  y, 
los  rabinos  de  Jerusalem,  pasearse  bajo  sus 
pórticos  de  mármol,  y,  los  granados  y  los  te- 
rebintos de  sus  avenidas  en  flor; 

las  más  bellas  telas  de  Esmirna,  de  Tiro, 
y  de  Emeso,  cubrieron  mi  cuerpo; 

tapices  de  Damasco,  de  Comagena,  de  Itu- 
rea,  se  extendieron  bajo  mis  pies,  como  al 
paso  de  una  reina; 

las  gomas  lignificantes  del  Líbano,  y  las 


126  VARGAS  VILA 

resinas  más  costosas  de  las  riberas  del  Eufra- 
tes, se  quemaron  en  mis  pebeteros  de  oro, 
hechos  en  forma  de  mamilas,  como  los  senos 
úe  Osiris; 

el  fulgor  del  oro  de  mis  joyas,  compitió 
con  el  oro  de  mis  cabellos,  y  para  mí  hicieron 
el  primor  de  sus  cinceladuras  los  más  hábiles 
aurifabristas  de  Bizancio  y  de  Palmira; 

piedras  fulgurales  y,  polirradiantes  desa- 
fiaron con  su  brillo  exótico,  el  brillo  de  mis 
ojos,  y  sus  iris  lapidarios,  me  envolvieron 
como  en  una  onda  de  luz; 

llegué  a  ser  amada  del  Tetrarca,  y,  mis  ca- 
prichos fueron  leyes  en  Antioquía  y  Cesárea, 
Sebaste  y  Juliade; 

los  pretores,  compartieron  mi  lecho,  felices 
de  anudar  el  hilo  de  perlas  de  mis  sandalias, 
o  añadir  un  prodigio  de  las  minas  de  Gol- 
conda  a  mis  diademas; 

los  nobles  de  Roma,  como  los  de  Judea,  se 


MARÍA  MAGDALENA  27 

disputaron  mi  amor,  y  dilapidaron  sus  fortu- 
nas a  mis  pies... 

hoy  mismo,  ¿no  ves  cómo  el  nuevo  Pretor, 
Pondo,  me  ha  sentado  a  su  mesa,  y  se  disputa 
mis  favores? 

todos,  hasta  el  Gran  Sacerdote,  siguen  con 
•ojos  codiciosos  de  Amor,  el  paso  de  mi  li- 
tera; 

hasta  Anas,  el  Saduceo,  me  ha  mirado  con 
-complacencia,  y  me  ha  sonreído  cuando  mi 
litera  bajaba  un  día  las  suaves  pendientes  de 
Betania;  y  fueron  obsequio  suyo,  los  peces 
que  se  sirvieron  a  mi  mesa,  el  día  que  inau- 
guré mi  Villa,  en  Tiberiades,  cerca  al  lago 
que  refleja  los  jardines  umbríos  que  lo  ciñen 
como  mallas  odorantes; 

todos  ellos  fueron  los  mendigos  de  mis  be- 
sos, y  a  casi  todos  se  los  dio  la  triste  mendi-^ 
cidad  de  mi  corazón... 


28  VARGAS  VILA 

todos  tuvieron  mi  cuerpo,  pero  ninguno  tu- 
vo mi  alma; 

y,  esa  virginidad  del  alma,  es  la  que  lloro; 

esa  virginidad  insaciable  de  mi  corazón... 

y,  la  cortesana  calló... 

su  silencio,  se  extendió  como  una  caricia 
sobre  la  dulzura  de  las  cosas,  la  tersura  de 
los  mármoles  familiares,  el  oro  de  la  cúpula, 
y,  la  ociosa  languidez  de  las  flores,  inmóviles 
en  el  aire  calmado,  sobre  los  grandes  vasos 
de  alabastro; 

con  los  párpados  -entrecerrados  suavemen- 
te, la  cortesana,  parecía  querer  aprisionar  al 
mismo  tiempo  sus  pupilas  y,  sus  pensamien- 
tos; 

la  rememoración  de  su  vida,  había  conmo- 
vido y  removido  todo  su  ser,  tal  una  roca, 
desplomada,  en  el  silencio  de  las  aguas  quie- 
tas; 

inmóvil  en  los  cojines,  parecía  un  milagro 


MARÍA  MAGDALENA  29 

de  oro  y  púrpura,  caído  sobre  la  tierra  en  una 
tarde  de  estío... 

la  sierva,  con  voz  velada  y  calmada,  le  de- 
cía: 

—Gran  dolor,  es  la  falta  de  dolor; 

porque  nada  os  falta,  os  falta  todo; 

vuestra  ventura  os  es  insoportable,  como 
una  pena;  miseria  de  la  Vida,  es  esa  de  que- 
jarnos de  ella  a  la  hora  de  bendecirla;  y  es 
torpeza  delictuosa  de  la  mano,  esa  de  no  sa- 
ber hallar  sino  las  espinas,  en  la  rosa  que 
aprisionamos;  crueles  son  las  horas  que  em- 
pleamos en  martirizarnos  a  nosotros  mismos; 
cobarde  insensatez  del  corazón... 

¿qué  os  falta  para  ser  feliz? 

un  hombre  os  ama  por  sobre  todas  las  cosas 
de  la  tierra; 

Judas,  de  Kerioth,  más  que  vuestro  aman- 
te, es  vuestro  esclavo;  no  espera  sino  el  ama- 
necer de  vuestros  sueños,  para  realizarlos; 


30  VARGAS  VILA 

Judas  es  joven,  es  bello,  es  rico,  ¿por  qué 
no  lo  amáis? 

— El  Amor  nace,  y,  no  ha  nacido  en  mí  el 
Amor; 

Judas,  es  bello,  yo  amo  sus  ojos  de  perven- 
cha,  su  cuerpo  de  gladiador,  hábil  y  fuerte, 
su  melena  ensortijada,  que  parece  un  zarzal 
en  flor,  perfumada,  como  una  enredadera  de 
convólvulos; 

pero,  no  amo  sino  su  cuerpo;  como  él,  ama 
el  mío; 

nuestras  almas  no  se  conocen,  no  se  han 
visto  nunca;  tal  vez  no  se  verán  jamás... 

¡oh!  qué  bella  cosa  debe  ser  el  beso  de  dos 
almas  que  se  hallan  sobre  los  labios... 

además,  Judas,  es  romanizante;  ha  sido  y 
es  de  los  amigos  del  Pretor;  su  padre  ama 
los  romanos;  en  el  país  de  Kerioth,  su  familia 
es  toda  amiga  de  los  cesares;  y  yo,  no  amo, 
y  no  he  amado  nunca  los  romanos;  permanez- 


MARÍA  MAGDALENA  3* 

co  hebrea,  o  mejor  dicho,  galilea — de  tierra 
de  gentiles  como  nos  llaman  los  de  Sión,  y 
aquellos  de  Samaría  —  yo,  oculto  ese  odio„ 
porque  hoy  toda  la  gente  distinguida  de  Ju- 
dea,  es  romanizante;  sólo  la  canalla  es  rebel- 
de; ella  grita  por  boca  de  sus  profetas,  des- 
arrapados y  miserables; 

— ¿Habéis  oído  hablar  del  último  de  ellos > 

— ¿Cuál?  ¿ese  que  se  llama  Juan,  el  Bau- 
tista ? 

— No,  ése  fué  muerto,  por  orden  del  Te- 
trarca,  y  su  cabeza  fué  dada  en  premio  a  la. 
Princesa  Salomé; 

éste  se  llama  Jesús,  y,  es  de  Nazareth; 

dicen  que  el  espíritu  de  Dios,  vive  en  sus 
labios;  que  cura  a  los  enfermos;  exorciza  el 
cuerpo  de  los  endemoniados;  hace  ver  a  los 
ciegos,  y  andar  a  los  paralíticos;  y,  última- 
mente ha  vuelto  la  vida  a  un  muerto;  a  Lá- 
zaro, el  hermano  de  Marta  y  de  María... 


32  VARGAS  VILA 


—¿Marta? 


—Sí;  las  hermanas  del  leproso,  que  cura- 
do fué  de  su  lepra,  por  manos  del  Naza- 
reno... 

— Marta...  ella  ama  a  Judas,  según  tengo 
entendido,  y,  me  culpa  de  haberle  raptado  su 
amante,  y,  seguro  que  se  consuela  ahora  con 
Jesús; 

¿es  joven,  es  bello,  ese  profeta? 

— Yo  no  le  he  visto  nunca;  lo  oí  una  vez 
que  hablaba;  pero  la  muchedumbre  lo  ocul- 
taba a  mis  ojos;  decía  cosas  divinas;  nadie 
ha  hablado  el  arameo  con  más  dulzura  que 
él,  se  diría  que  una  tórtola  de  Seoul,  arrulla 
en  su  garganta; 

— Los  profetas,  son  muy  divertidos,  pero 
son  casi  siempre  locos  peligrosos;  sería  agra- 
dable oírlos,  pero  son  desarrapados  y  asque- 
rosos, y,  la  chusma  que  los  sigue,  es  repug- 
nante de  suciedad  y  mal  olor;  y  la  banda  de 


MARÍA  MAGDALENA  33 

ese  nazareno,  dicen  que  es  la  más  harapienta 
y,  más  turbulenta  de  todas;  mendigos,  es- 
tropeados, campesinos,  y  pescadores,  que  vi- 
ven del  merodeo  y  de  las  limosnas;  yo  al- 
cancé a  ver  una  vez  esa  chusma,  que  espera- 
ba a  su  profeta,  en  el  recodo  de  un  camino, 
cerca  a  Jericó,  e  hice  que  mis  esclavos  bus- 
caran otra  senda,  para  pasar  lejos  de  ellos, 
porque  tiene  muy  mala  reputación  la  banda 
de  miserables  que  siguen  al  vagabundo  ga- 
lileo; 

— Dicen  que  él,  es  bueno,  que  él,  es  dulce, 
amable  a  las  mujeres  y,  a  los  niños;  es  hijo 
de  José  de  Eli,  un  carpintero  de  Nazareth; 
tiene  madre  y  hermanos,  pero,  ha  abandona- 
do su  familia,  para  darse  a  la  predicación; 

— O,  a  la  vagancia;  es  pintoresco  ese  va- 
gabundo, que  se  llama  Hijo  de  Dios,  y  Rey 
de  los  judíos,  y  habla  del  reino  de  las  al- 
mas... 

MAGDALENA.— 3 


34  VARGAS  VILA 

¿dónde  estará  el  Conquistador,  que  ha  de 
reinar  sobre  la  mía? 

— Helo  ahí...  dice  Sara,  indicando  la  figu- 
ra de  Judas  de  Kerioth,  que  aparece  en  el  in- 
tercolumnio del  pórtico  y,  avanza  entre  las 
zalemas  de  dos  esclavas  nubias,  y  las  sonri- 
sas de  una  flaminia  impúber,  que  arroja  pu- 
ñados de  arómatas,  sobre  los  pebeteros  me- 
dio extintos... 

todas,  inclusive  Sara,  se  retiran  silenciosas, 
con  genuflexiones  rítmicas,  y  se  pierden  co- 
mo una  armonía  de  formas,  desapareciendo 
en  la  sombra  azul  del  vestíbulo,  abierto  como 
el  ojo  de  un  cíclope,  sobre  las  vastitudes  de 
la  Noche... 

joven  y  bello,  de  una  belleza  nerviosa  y 
felina,  Judas  avanza,  en  la  tiniebla  blonda, 
donde  las  luces  últimas  del  crepúsculo,  ha- 
cen revivir  la  flora  de  los  mosaicos,  y  dan  al 
ángulo  de  la  sala  donde  yace  Magdalena,  el 


MARÍA  MAGDALENA  35 

aspecto  de  un  larario  donde  durmiera  un  ído- 
lo, cubierto  de  pedrerías... 

viste,  una  túnica  malva,  bajo  un  manto 
amarillo  pálido,  casi  blanco;  lleva  joyas  en 
los  dedos,  y  en  las  sandalias;  imitador  de  los 
romanos,  como  toda  la  juventud  aristocrática 
de  Judea,  peina  cortos  los  cabellos  ensorti- 
jados, que  le  caen  sobre  la  frente  estrecha, 
con  una  gracia  de  efebo;  carente  de  barba, 
apenas  un  leve  bozo  le  sombrea  el  labio  su- 
perior, dándole  un  aspecto  de  medalla  cesá- 
rea, con  la  boca  imperiosa,  y  lasciva,  y  la 
mirada  a  la  vez  tierna  y  brutal ;  avanza  hasta 
el  lecho  de  cojines  rojos,  de  donde  emerge 
María — la  de  Magdalo  —  como  una  flor  de 
esmaltes,  e  inclinándose  tiernamente  sobre 
ella,  la  saluda  con  Amor; 

luego,  se  coloca  a  sus  pies,  tendido  tam- 
bién sobre  cojines;  formando  un  ángulo,  con 


36  VARGAS  VILA 

la  línea  rígida  del  cuerpo  de  aquélla,  que  co- 
mienza a  acariciar... 

í  y,  tomando  en  sus  manos,  uno  de  los  pe- 
queños pies,  que  reposan  sobre  el  cojín,  cal- 
zados con  sandalias  de  oro,  ornadas  de  perlas 
y  amatistas,  le  dice  con  voz  cálida  y  tre- 
mante ; 

— Este  pie,  es  la  paloma  prisionera;  yo,  le 
haré  un  nido  de  mis  manos... 

y,  mirándolo  con  pasión... 

—¡Cómo  son  bellas  las  azules  venas,  que 
se  extienden  a  lo  largo!,  parecen  dibujadas 
con  sangre  de  las  violetas  de  Byblos;  se  di- 
rían las  venazones  de  un  vaso  de  alabastro, 
que  hubiese  contenido  esencias,  al  pie  del 
Tabernáculo...  un  lirio  de  cristal,  en  donde 
juega  un  rayo  de  la  luna... 

sus  dedos...  un  racimo  de  rosas  en  botón... 

¿en  qué  sangre  de  claveles,  se  ha  mojado, 
la  pulpa  lilial  de  esos  talones? 


MARÍA  MAGDALENA  37 

¿de  qué  metopa,  fué  arrancado  el  mármol 
de  esta  pierna?  ¿la  estatua  de  cuál  diosa  mu- 
tilaron ? 

acaricia  lentamente,  con  una  pasión  golo- 
sa, la  carne  de  la  pierna  desnuda... 

— La  blancura  de  este  mármol;  el  oro  que 
cae  sobre  él...  pétalos  de  azahares,  sobre  una 
copa  de  miel... 

acerca  los  labios  con  pasión,  y  mientras  ha- 
bla va  besando  lentamente  la  pierna,  hasta 
la*  rodilla... 

— La  azucena  de  tu  carne,  cómo  turba  mis 
sentidos;  eres  un  nardo  viviente;  no  guarda- 
ron las  magnolias  más  tersura  en  sus  pétalos, 
ni  el  pecho  de  las  palomas,  más  calor  que  tu 
epidermis; 

al  llegar  a  la  rodilla,  sus  labios  tropiezan 
con  la  mano  de  María,  posada  sobre  el  bro- 
che de  topacio; 

comienza  a  besarla  por  los  dedos,  y  sigue 


38  VARGAS  VILA 

ascendiendo  a  lo  largo  del  brazo,  sus  labios 
hechos  más  inquietos  y  más  expertos: 

— ¿De  qué  lirios  arrancaron  estas  fibras 
victoriosas?  ¿a  qué  cítara  pentacorde  arran- 
caron para  hacerlo,  su  cordaje  de  armonía? 
¿son  los  pétalos  de  un  lis?  ¿son  las  cuerdas 
de  un  laúd  ?  ¡  florilegios  armoniosos  del  rosal 
de  los  deseos;  rosal  ellos,  todo  en  flor;  su 
contacto  me  extasía;  cuando  ellos  acarician 
mi  cabeza,  cuando  entran  en  mi  obscura  ca- 
bellera, se  dirían  serpientes  eléctricas,  que 
me  llenan  de  extrañas  sensaciones...  y,  tus 
brazos,  y,  tus  hombros,  y,  el  albor  de  tu  gar- 
ganta, donde  canta  un  ruiseñor...  los  cisnes 
hiperbóreos,  no  tienen  las  blancuras  de  tus 
carnes  desnudas;  cuando  ellos  se  hunden  en 
el  río  azul,  no  tiene  su  belleza  fluvial,  el  en- 
canto lilial,  de  tu  seno  de  combas  armonio- 
sas, hecho  con  el  perfume  de  las  rosas,  y  pé- 
talos de  nardos  de  Beisán; 


MARÍA  MAGDALENA  39 

recorre  con  sus  labios  hechos  crueles,  los 
hombros  y  el  cuello  adorables,  hasta  besar 
el  lóbulo  de  la  oreja,  apretándolo,  entre  sus 
labios  convulsos  de  pasión... 

— ¡Ah!  Judas,  que  me  haces  mal,  dice 
Magdalena  con  disgusto;  cómo  eres  sensual, 
cómo  eres  bestial  en  el  Amor... 

— Y,  ¿qué  otra  cosa  es  el  Amor,  que  la  glo- 
ria de  la  bestialidad?. 

— Tú,  no  amas  sino  mi  cuerpo; 

— Es  lo  solo  adorable  que  hay  en  ti,  como 
en  todas  las  mujeres...  tus  ojos,  Magdalena, 
son  algas  del  océano;  tus  ojos,  Magdalena, 
son  uvas  de  cristal;  sobre  el  mar  de  tus  ojos, 
se  extiende  un  incendio  de  cielo  estival;  deja 
que  yo  me  incline  sobre  ese  mar...  que  yo 
mire  mis  ojos  en  tus  ojos,  llenos  de  una  atrac- 
ción polar...  que  me  sienta  en  ellos,  vivir  y 
temblar...  la  noche  verde  de  tus  pupilas,  bri- 
llando de  tu  rostro  sobre  el  pálido  alabastro, 


40  VARGAS  VILA 

semeja  los  canales  de  la  luna,  sobre  el  ya 
muerto  corazón  de  ese  astro;  tus  miradas,  si 
me  miran  cariñosas,  cantan  en  el  pecho  mío, 
todos  los  madrigales  del  Estío,  murmurados 
al  oído  de  las  rosas...  ante  el  oro  glorioso  de 
tu  cabeza,  el  Sol,  es  un  tizón  extinto  y  sin 
belleza;  de  sus  destellos  no  se  haría  una  sola 
hebra  de  tus  cabellos;  tus  labios,  Magdalena, 
son  ánforas  de  fuego,  repletas  del  vino  del 
divino  pecado  original;  son  rosas  del  Orien- 
te, que  guardan  el  perfume  de  un  bosque  mis- 
terioso, lleno  de  calma  sacerdotal;...  tu  cuer- 
po, es  como  un  lirio  bañado  de  rocío,  que  se 
alza  sobre  el  valle,  a  la  hora  matinal... 

se  abraza  a  ella,  con  un  ademán  de  pasión 
brutal,  y,  le  dice,  con  una  voz  ahogada  de  de- 
seos... 

— Deja  que  bese,  muy  poco  a  poco,  tu 
cuerpo  blanco,  tu  cuerpo  loco,  lleno  de  tan- 
to secreto  encanto,  y  tan  ardiente  como  el 


MARÍA  MAGDALENA  4r 

Siroco;  tu  cuerpo,  que  tiene  los  atractivos,  lu- 
juriantes y  vivos,  los  fulgores  y,  los  ardores,, 
de  una  selva  del  África  ecuatorial... 

— ¡Ah!  Judas,  me  haces  mal,  dice  Magda- 
lena, con  una  voz  que  se  hace  triste,  ante  et 
i  deseo  voraz  del  joven,  que  ella  parece  no 
compartir  en  esa  hora;  besas  como  una  fiera; 

— Yo  quisiera  ser  eso,  para  devorarte,  en 
cada  beso... 

ese  ardor  salvaje  y  brutal,  parece  turbar 
la  hora  romántica  de  la  cortesana,  que  tem- 
blando bajo  los  abrazos,  dice  con  una  voz  de 
desaliento,  llena  de  una  amargura  intensa... 

— Judas,  tú  no  tienes  una  alma; 

— ¿Una  alma?  ¿qué  es  eso? 

— Algo  bello,  algo  sutil,  algo  impalpable^ 
como  el  perfume  de  una  rosa  de  Efeso; 

— Y  ¿has  visto  tú  el  alma? 

— No,  ¿has  visto  tú,  el  perfume  del  áloer 
que  se  consume  en  ese  pebetero  de  cristal?' 


•42  VARGAS  VILA 

ésa  es  el  alma,  invisible,  inasible,  inmaterial; 
el  alma  se  siente,  no  se  ve;  yo  la  siento  vivir 
en  mí,  llorar  en  mí,  y,  a  veces  canta  dentro 
de  mí,  un  loco  cántico  de  Esperanza;  ella, 
turba  la  calma  de  mis  noches;  ella  vela  so- 
tare el  sueño  mío;  ella  llena  mis  horas  de  re- 
proches, y,  mis  horas  de  hastío...  ella  des- 
pierta en  mí,  reminiscencias  y  perspectivas 
de  cosas  muy  bellas,  de  cosas  muy  graves, 
<ie  cosas  furtivas  y,  de  cosas  suaves,  como 
alas  de  aves  fugitivas...  el  placer  de  mi  cuer- 
po me  cansa,  el  placer  de  la  carne  me  hastía; 
yo  quisiera  el  placer  de  las  almas,  el  placer 
<de  los  sueños  más  puros,  el  placer  de  las  co- 
sas ideales,  que  pasan  como  caricias  sidera- 
les sobre  el  seno  de  los  cielos  obscuros;  ¡el 
placer  de  las  almas!...  ¡las  almas!...  ¡cuánto 
diera  yo,  por  encontrar  una  alma;  una  alma 
en  mi  camino;  el  resplandor  divino!...  yo 
siento  que  hay  una  alma  que  me  busca,  una 


MARÍA  MAGDALENA  43 

alma  que  me  llama,  una  alma  que  espera,  que 
yo  deje  de  ser  la  prisionera  de  la  llama;... 
yo  siento  llamadas  desesperadas  hacia  cosas 
ignoradas;...  una  voz  que  me  llama  y  no  me 
responde,  y,  me  ordena  marchar...  ¿hacia 
quién?  ¿hacia  qué?  ¿hacia  dónde? 

— Magdalena,  esas  palabras  en  tu  boca, 
-son  cosas  locas;  ¿quién  te  ha  hablado  de  esas 
cosas  tenebrosas?  ¿quién  se  goza  en  apesan- 
tar  las  alas  primorosas  de  las  mariposas?  su 
destino  es  volar  ante  las  rosas;  su  destino,  no 
es  filosofar;  libélula  de  amor  y  de  belleza; 
¿ quién  puso  en  tu  corazón  esa  tristeza? 
¿  quién  te  ha  dicho,  esas  cosas  sin  nombres, 
nacidas  del  capricho  vagabundo  de  los  hom- 
bres?... ¿el  alma?...  el  alma  del  mundo  es 
el  Amor;  él,  nos  cría,  él  nos  alimenta,  él  nos 
mata;  no  seas  ingrata  hacia  el  Amor;  abeja 
de  oro  del  Amor,  ven  al  panal ;  ven,  apura  en 
mis  labios,  el  sabor  de  la  pasión  carnal;  ven, 


44  VARGAS  VILA 

y  apura  en  ellos,  el  jugo  de  la  vid  bestial, 
el  único  que  aplaca  la  sed  animal,  del  siti- 
bundo corazón  del  hombre... 

y,  como  si  quisiera  ahogar  todo  nuevo  ar- 
gumento, la  abraza  con  locura  y,  se  prende  a 
sus  labios,  para  ahogar  en  ellos,  las  palabras, 
sellándolos  con  besos  desenfrenados... 

Magdalena,  tiembla  entre  los  brazos  sen- 
suales, con  una  gran  tristeza  en  la  mirada;, 
tristeza  de  pájaro  prisionero  entre  la  red; 

y,  se  deja  amar,  indiferente  al  vértigo  ase- 
sino que  la  martirizaba... 

en  el  silencio  musical  parece  caer  una  llu- 
via de  cenizas... 


Afuera,  se  oye  un  vago  rumor  de  muche- 
dumbre, que  en  la  dulcedumbre  de  la  hora 
que  desmaya,  suena  como  un  lejano  rumor 
de  mar,  sobre  una  playa; 

ya  la  luz  estelar  alumbra  el  aposento,  y, 
los  cielos  de  argento,  y  el  pálido  olivar,  que 
por  la  ventana  se  ve  platear  en  la  colina  cer- 
cana; 

el  rumor  se  aproxima;  lentamente  se  ave- 
cina... 

voces  de  hombres,  voces  de  mujeres,  voces 
de  niños,  rompiendo  los  divinos  armiños  del 
silencio  nocturno; 


46  VARGAS  VILA 

Magdalena,  alza  el  rostro  taciturno,  aparta 
a  su  amante,  y  presta  atención  al  rumor  an- 
tes distante,  y,  que  ahora,  está  ya  cerca; 

puesta  en  pie  violentamente,  se  acerca  a  la 
ventana; 

Judas,  la  sigue  de  muy  mala  gana,  indig- 
nado contra  el  rumor  importuno,  que  viene 
a  turbar  su  hora  de  Amor... 

acodados  en  el  mármol  del  barandaje,  se 
inclinan  hacia  la  gran  noche  salvaje,  y,  la 
calle  estrecha,  llena  de  rumores... 

él,  le  ciñe  el  brazo  al  talle  y,  continúa  en 
hablarle  de  amores; 

ella,  avanza  el  busto  hacia  afuera,  y  su  ca- 
bellera semeja  una  oriflama  desplegada  en  la 
noche,  una  llama,  tendida  hacia  la  sombra... 

la  turba  se  aproxima; 

niños  desarrapados  la  preceden,  con  cla- 
mor infernal,  mujeres  tristes  o  exaltadas,  los 
siguen,  rumoreando  entre  ellas;  multitud  ha- 


MARÍA  MAGDALENA  47- 

rapienta  de  viejos,  de  mendigos,  de  balda- 
dos; hay  lisiados  entre  ellos,  y,  roídos  por  la 
lepra;  multitud  asquerosa  y,  mal  oliente,  de- 
rostros hoscos  y,  patibularios;  baja  plebe  vo- 
ciferante, hablando  entre  sí,  rudos  dialectos^ 
en  la  mayoría  sirios  y  árameos; 

como  buenos  amigos  del  hombre,  los  pe- 
rros siguen  el  cortejo; 

en  medio  de  él,  busculado  y  codeado  por 
todos,  marcha  un  hombre  joven,  pequeño  de 
talla,  el  tinte  oliváceo,  natural  a  las  razas  si- 
ria, fenicia  y  caldea,  que  pueblan  la  Galilea,, 
de  donde  es  oriundo; 

los  cabellos  castaños  mal  peinados,  le  caen 
en  bucles  desordenados  sobre  los  hombros, 
con  el  desaseo  natural  a  los  hombres  de  su 
secta  y  de  su  raza; 

la  barba  escasa,  hace  uno  como  cerco  de- 
oro  oxidado,  el  rostro  demacrado;  rostro  de 
asceta; 


48  VARGAS  VILA 

ojos  tristes,  color  de  violeta; 

una  gran  mansedumbre  en  la  mirada,  llena 
de  ensoñaciones  de  poeta; 

la  boca  infantil  y,  graciosa,  llena  de  una 
dulzura  misteriosa; 

una  gracia  femenil  de  retardatario,  se  ex- 
tiende sobre  su  cuerpo  y  sobre  su  rostro  de 
apóstol  visionario; 

mal  trajeado;  sucia  la  túnica  de  lino; 

raído  el  manto,  cubierto  por  el  polvo  del 
camino; 

las  sandalias  en  ruinas;  y,  lacrados  sus  pies 
de  peregrino; 

camina  entre  la  muchedumbre,  con  aire  de 
fatigada  mansedumbre; 

sonríe  a  los  viejos,  acaricia  a  los  niños,  y 
habla  a  sus  madres,  que  parecen  agradecer 
esos  cariños; 

así,  bajo  la  gran  calma  lunar,  aquella  turba 


MARÍA  MAGDALENA  49 

en  marcha,  se  diría,  una  tribu  camino  del 

Aduar; 

—Es  Jesús,  dice  Judas,  viendo  ya  próxi- 
mo el  grupo  de  gentes;  es  el  hijo  del  car- 
pintero de  Nazareth,  que  ahora  ejerce  de 
Profeta,  entre  las  gentes  sencillas;  ¿no  ves 
su  comitiva?  gentes  de  Bethania,  de  Galilea, 
de  Tiberiades,  vagabundos  y  mendigos  que 
infestan  la  comarca;  es  un  loco  inofensivo, 
que  se  dice  «Hijo  de  Dios»,  y  embauca  las 
gentes  con  el  decir  de  sus  parábolas  obscu- 
ras; los  romanos  ríen  de  él; 

— Los  romanos  ríen  de  aquel  que  no  ma- 
tan... 

— ¿Por  qué  matar  a  ese  teómano  tierno,  cu- 
ya locura  no  se  ejerce  sino  en  las  filas  de  la 
más  baja  judería? 

desprecio,  es  lo  que  inspira  a  los  romanos, 
ese  megalómano  trashumante...  y,  su  chus- 
ma de  secuaces... 

MAGDALENA. — 4 


50  VARGAS  VIL  A 

— Es  natural,  que  el  conquistador  sienta 
el  desprecio,  de  su  conquista,  y,  mucho  más, 
cuando  es  tan  abyecta,  como  la  de  Judea;  los 
romanos,  nos  desprecian  a  todos,  aun  a  aque- 
llos que,  como  vosotros  los  romanizantes,  os 
decís  sus  amigos,  y,  acabáis  de  deshonrar  la 
servidumbre  a  fuerza  de  extremarla; 

Judas,  sintió  el  dardo  de  esas  palabras,  y, 
sonrió. 

— Magdalena,  se  ve  bien  que  eres  de  Ga- 
lilea, tierra  de  gentiles,  y  de  rebeldes,  mira 
tu  Rey,  la  dice,  abrazándola  de  nuevo,  e  in- 
clinando sus  dos  bustos  enlazados  hacia  la 
calle; 

en  ese  momento,  la  chusma  se  detiene,  re- 
molinea como  un  rebaño,  del  cual  tiene  el 
nauseabundo  olor... 

hay  una  quietud  vaga,  llena  de  anhelos  y, 
de  presentimientos; 

la  espera  de  la  palabra  se  hace  solemne... 


MARÍA  MAGDALENA  $1 

Magdalena,  ya  no  oye  nada,  no  ve  nada, 

sino  la  blanca  figura  del  Profeta,  su  barba 

virgen,  su  palidez  de  cirio,  y  el  azul  de  sus 

ojos,  llenos  de  un  lejano  resplandor  de  mar- 

i 
tirio...  j 

el  Nazareno  habla,  su  voz  es  lenta  y, 
grave... 

su  mano,  muy  blanca,  muy  tenue,  muy  sua- 
ve, traza  en  la  penumbra  curvaturas  del  ala 
de  un  ave... 

su  palabra  parece  escapada  de  un  cofre  de 
sándalo... 

habla  contra  el  Escándalo... 

— ¡Ay  de  aquel,  dice,  que  escandalizare  a 
un  pequeñuelo!...  y,  mira  a  los  niños  que 
ríen  a  su  lado,  con  rostros  de  rosas,  con  ojos 
de  cielo; 

hermanos  de  luz,  parece  decirles,  con  voz 
muy  tierna,  su  voz  de  consuelo,  que  vibra  en 
el  aire  como  un  ritornelo... 


52  VARGAS  VILA 

— Más  le  valiera,  continúa,  que  le  atasen 
una  piedra  de  molino  al  cuello,  y,  lo  arroja- 
sen al  mar... 

Magdalena,  absorta,  quieta,  apenas  si  res- 
pira, mira,  mira,  mira,  o  mejor  dicho,  devora 
con  sus  ojos  al  Profeta... 

Jesús,  como  tocado  de  un  estremecimiento 
extraño,  que  enternece  la  rigidez  de  su  rostro 
de  asceta,  alza  maquinalmente  los  ojos  hacia 
la  ventana,  donde  la  cabellera  de  Magdalena, 
hace  reflejos  de  una  llama  en  el  vacío,  como 
dos  grandes  alas  de  oro,  en  el  espacio  si- 
lente... 

el  Cristo,  deslumhrado,  mira  aquella  belle- 
za que  parece  transfigurada,  aquel  rostro  di- 
vino, sobre  el  cual  corren  las  perlas  diáfanas 
de  un  llorar  sin  ruido  y,  sin  sollozos; 

la  mira  fijamente,  tenazmente,  como  bus- 
cando su  alma  a  través  de  aquellas  lágrimas 


MARÍA  MAGDALENA  53 

ardientes,  que  parecían  vertidas  por  él,  y, 

dice... 

— Yo,  soy  aquel  Pastor  que  busca  las  ove- 
jas extraviadas;  mi  -padre,  que  está  en  los  cie- 
los, me  ha  enviado  para  ello... 

mis  corderos  escucharán  mi  voz;  yo,  los  co- 
nozco, y  ellos  me  seguirán; 

venid  a  mí,  todos  los  que  estáis  fatigados 
y,  cansados;  yo  os  aliviaré;  vosotros  encon- 
traréis reposo  en  mí; 

en  verdad  os  digo,  que  aquel  que  me  siga, 
ése  tendrá  la  gloria  eterna,  y  aquel  que  me 
confesare  ante  los  hombres,  yo  lo  confesaré 
ante  mi  Padre; 

quien  ama  a  su  padre  o  a  su  madre,  más 
que  a  mí,  ése,  no  es  digno  de  mí... 

aquel  que  deje  para  seguirme,  su  casa  y 
sus  bienes,  su  padre,  su  madre,  sus  hermanos 
y,  sus  hijos,  ése  entrará  en  posesión  del  reino 
de  mi  padre; 


54  VARGAS  VILA 

si  aquel  que  viene  hacia  mí,  no  odia  ni  su 
padre,  ni  su  madre,  ni  su  mujer,  ni  sus  hijos, 
ni  sus  hermanos,  ni  sus  hermanas,  ése  no  fue- 
de  ser  mi  discípulo; 

aquel  que  debe  venir  a  mí,  oirá  mi  palabra 
cuando  le  digo:  toma  tu  cruz  y  sígueme; 

y,  diciendo  esas  palabras,  alza  la  mano  im- 
periosa hacia  la  ventana,  como  si  la  mano 
exangüe  y,  acariciadora,  se  hubiese  conver- 
tido en  una  garra  de  cristal... 

Magdalena,  deslumbrada,  estremecida,  re- 
trocede, echando  el  busto  hacia  atrás,  como 
si  aquella  mano  fuera  a  asirla,  a  romperla,  a 
despedazarla... 

reclina  la  cabeza  en  el  hombro  de  Judas,  y 
cierra  los  ojos,  y,  murmura: 

— ¡Cómo  es  bello!  ¡cómo  es  bello!  en  sus 
ojos,  hay  matices  de  una  noche  sideral;  sus 
palabras  son  aromas,  y,  sus  manos  dos  palo- 


MARÍA  MAGDALENA  55 

mas,  que  abren  el  vuelo  nupcial,  bajo  un  cielo 
estremecido,  a  orillas  de  un  mar  vernal; 

Judas,  mira  con  desprecio,  al  plebeyo,  des- 
arrapado, que  le  parece  un  necio;  y,  ve  con 
placer  la  turba  gris,  que  se  aleja,  devorada 
por  la  sombra,  como  por  un  horizonte  de  ce- 
nizas... 

en  el  silencio  misterioso,  se  siente  vibrar 
las  cosas,  como  miradas  de  alas  estremeci- 
das... 

Magdalena,  tiembla,  con  los  ojos  cerrados, 
llenos  de  lágrimas,  el  rostro  tendido  hacia  la 
gran  noche  palideciente;  como  prestando 
oído  al  último  eco  de  la  voz  del  Profeta,  que 
se  aleja; 

su  palabra  parece  haber  dejado  en  la  es- 
tancia, un  perfume  más  fuerte  que  el  de  los 
teberintos  del  jardín,  y,  el  aceite  de  Byblos, 
que  en  una  lámpara  de  oro,  arde  ante  el  lara- 
rio; 


56  VARGAS  VILA 

Magdalena,  soñadora,  parece  seguir  una 
visión  fascinadora,  vagabunda  en  la  Noche; 

sus  ojos  reverberan,  con  luces  de  una  pa- 
sión extraña,  luces  de  Esperanza,  blancas, 
como  la  de  una  estrella  sobre  la  montaña; 

hay  añoranzas  de  purezas,  en  aquellos  ojos, 
hechos  uno  como  divino  océano  de  tristezas, 
en  los  cuales  parece  haberse  hundido  un  sol 
melancólico,  caído  de  los  ardientes  cielos  del 
trópico; 

algo  canta  en  su  alma,  con  voz  sonora; 

perdura  la  voz  acariciadora  del  Nazareno, 
con  ternuras  de  bálsamos  y  crueldades  de  un 
veneno; 

mira  en  la  sombra,  como  si  buscase  la  si- 
lueta del  Profeta,  reflejada  en  la  alfombra, 
o  sobre  los  mosaicos  desnudos; 

los  dos  amantes,  permanecen  mudos; 

Judas,  meditabundo,  parece  lleno  de  un 
rencor  profundo; 


MARÍA  MAGDALENA  57- 

están  juntos,  y,  sin  embargo,  lejanos;  sus 
manos  no  están  ya  unidas;  permanecen  iner- 
tes y  separadas  como  sus  vidas; 

se  diría  que  la  sombra  del  Galileo,  se  alza 
entre  ellos,  para  separarlos  como  un  muro; 

aquel  hombre,  es  ya  un  dios  Término,  que: 
limita  sus  corazones; 

su  palabra,  ha  caído  entre  ellos,  como  una 
simiente  destructora; 

la  pecadora,  inclina  la  cabeza  vencida,  co- 
mo si  viese  correr  la  sangre  de  una  herida,, 
abierta  en  su  corazón; 

su  cabellera  en  desorden,  es  como  una  guir- 
nalda, haciendo  halo  a  sus  ojos  de  esmeralda;. 

ojos  que  continúan  en  llorar; 

Judas,  impaciente,  le  pregunta;  ¿por  que 
lloras,  María?;  ¿las  palabras  del  Cristo,  te. 
han  hundido  en  la  Melancolía? 

— ¡Bendita  sea  su  palabra!,  dice  ella;  su 
palabra  ardiente,  como  una  llama;  pero,  yo  no» 


58  VARGAS  VILA 

amo  su  palabra  que  me  llama;  no  amo  el  nim- 
bo obsesional  de  su  tristeza;  lo  que  amo,  es 
5u  belleza;  joh!  Judas,  ¡cómo  es  bello  el  Pro- 
feta! ¡cómo  son  bellos  sus  ojos  de  miosotis, 
y  su  esbeltez  de  asceta!  sus  ojos  son  dos  lagos 
.sin  borrascas;  ¡ay!  pero  sin  ternuras...  o  al 
menos  con  ternuras  anónimas  hacia  las  mu- 
chedumbres; las  mansedumbres  de  sus  ojos, 
carecen  de  fuego;  mirando  a  las  mujeres,  pa- 
rece un  ciego;  dice  que  no  las  ama;  ¿podrá 
faltar  esa  aureola,  a  su  cabeza  coronada  de 
ensueños?...  ¿qué  queda  del  Hormbre  sin  el 
Amor?...  un  alma  de  crueldad,  o  un  alma 
de  Dolor... 

y,  calla,  la  Pecadora,  como  temiendo  al  eco 
<de  su  palabra  reveladora; 

— Magdalena,  le  dice  Judas,  con  la  voz 
llena  de  temblores;  tú,  que  has  fatigado  to- 
dos los  amores,  ¿por  qué  hablas  ahora  así? 


MARÍA  MAGDALENA  59 

.¿que  ha  hecho  nacer  en  ti,  la  palabra  de  aquel 
teómano  soñador?  ¿qué  nuevo  amor? 

— El  amor  de  la  Belleza,  que  encierra  toda 
la  belleza  del  Amor; 

— Ten  cuidado,  Magdalena,  ten  cuidado, 
si  la  gracia  nazarena  te  ha  tocado;  yo,  rompe- 
ré ese  hechizo;  ¡ay  del  Krofeta  si  se  alza  entre 
Jos  dos!... 

— ¿Qué  te  hizo  el  Enviado  de  Dios? 

— Dios  no  tiene  enviados,  y  menos  ese  em- 
baucador de  muchedumbres,  curandero  am- 
bulante de  la  plebe;  lo  que  te  mueve  hacia 
•el,  no  es  su  doctrina,  embrionaria  y,  parabó- 
lica, que  él  llama  ((palabra  divina»  ni  sus  fal  • 
sos  milagros  de  farsante,  hechos  para  enga- 
ñar la  turba  trashumante;  lo  que  te  seduce  en 
el  Galileo,  es  su  figura;  lo  que  sientes,  es  el 
torpe  deseo  de  su  hermosura... 

— Es  verdad,  yo  no  recuerdo  sus  palabras, 
no  podría  repetir  lo  que  ha  dicho,  pero  su 


6o  VARGAS  VILA 

figura,  ésa  no  se  borrará  ya  de  mi  memoria,, 
con  su  halo  de  gloria,  y,  la  fascinación  de  su 
ascetismo... 

— Magdalena;  ten  miedo  del  abismo; 

— Para  defenderme,  yo  sola  me  basto;  ¡qué 
bello  debe  ser  seducir  a  un  hombre  casto!  ¡el 
beso  de  un  Santo! 

¡qué  divino  encanto  debe  sentirse  al  reci- 
birlo!... ¡al  ultrajar  su  cuerpo;  al  sedu- 
cirlo!... 

— Calla,  Magdalena,  calla,  tu  impudor  me 
da  pena,  y  me  fascina;  tu  lascivia,  tiene  algo 
de  canalla,  que  me  repugna,  y  al  mismo  tiem- 
po me  avasalla;  tu  deseo,  por  el  Galileo,  no 
me  da  celos;  primero  gozarás  los  cielos  que 
él  promete,  que  el  primor  de  su  cuerpo;  no 
has  de  tenerlo;  mujeres  tan  bellas  como  tú, 
no  han  podido  vencerlo;  inútil  ha  de  ser  tu 
perversidad,  vano  tu  empeño;  no  ajarás  el 
lirio  de  su  castidad,  ni  cortarás  las  alas  de  su* 


MARÍA  MAGDALENA  61 

Ensueño...  ven,  Magdalena,  ven,  que  yo  soy 
bueno,  y  aplacaré  en  tu  sangre  los  ardores  que 
■despertó  en  ella  el  Nazareno... 

quiere  abrazarla,  quiere  besarla,  llenas  las 
manos  de  caricias,  y  las  miradas  de  implora- 
ciones mudas... 

ella,  lo  rechaza,  con  brusquedades  rudas; 

— No,  ahora  no,  déjame  esta  noche; 

— Magdalena,  gime  él,  con  cólera  y  repro- 
che... Magdalena,  lo  repito,  ten  cuidado  si  la 
gracia  del  Nazareno,  te  ha  tocado... 

ella,  calla  indiferente  a  la  voz  airada,  su 
mirada  perdida  en  el  seno  profundo  de  la  no- 
che estrellada... 

la  gran  noche,  llena  de  fulgores  estivos, 
-que  se  extiende  como  una  caricia,  sobre  la 
gracia  nubil  de  los  olivos,  y  sobre  el  vago 
sueño  de  las  cosas,  que  la  luna  decora  de 
perspectivas  maravillosas; 


62  VARGAS  VILA 

Judas,  herido  en  su  orgullo,  es  ahora  como- 
de  nieve; 

no  habla,  no  se  mueve,  no  implora  las  cari- 
cias ni  los  besos; 

los  excesos  del  rigor  lo  hacen  rencoroso  y, 
frío; 

vuelve  el  rostro  sombrío,  y,  se  va  implaca- 
ble y  taciturno...  se  diría  un  fantasma,  en  eL 
confuso  resplandor  nocturno; 

sus  pasos  suenan  en  el  espacio  octagonal,, 
lleno  de  un  silencio  sepulcral; 

Magdalena,  permanece  absorta;  la  clari- 
dad de  su  visión  la  inunda; 

oye  la  voz  profunda  de  su  corazón;  tan  ab- 
sorta está  en  su  emoción,  que  no  ve  a  Judas 
que  se  aleja... 

a  Judas...  que  va  ahogando  en  su  corazón,., 
el  estertor  siniestro  de  una  queja; 

un  ruiseñor  canta; 


MARÍA  MAGDALENA  65 

su  canto  llena  la  soledad,  viuda  de  los  amo- 
res del  sol; 

la  luna  es  como  una  llama  de  alcohol,  pren- 
dida en  las  palideces  del  cielo... 

el  vapor  del  lago,  semeja  una  nube  de  in- 
cienso; 

gime  el  corazón  de  la  Soledad,  en  los  gran- 
des jardines  del  Silencio.... 


Magdalena,  queda  solitaria,  tributaria  de 
una  gran  agitación  interior; 

un  fervor  de  éxtasis,  brilla  en  sus  ojos,  don- 
de el  demonio  de  la  concupiscencia,  parece 
agrandar  la  sombra  del  antimonio  de  Azrrael, 
que  aumenta  la  transparencia  de  su  piel,  he- 
cha febricitante; 

la  incitante  boca,  tiembla,  ardida  por  un 
deseo  homicida  de  ósculos  invisibles; 

ansias  incontenibles  agitan  sus  senos  so- 
beranos; 

tiemblan  sus  manos,  como  palomas  enfu- 

MAGDALENA. — 5 


66  VARGAS  VILA 

recidas,  y,  deshojan  los  pétalos  de  las  flores 
adormecidas  sobre  su  pecho  trémulo; 

un  mudo  y  violento  sentimiento  la  devo- 
ra... y  tiembla  como  una  rosa  bajo  la  au- 
rora... 

una  aurora  en  su  alma  se  levanta; 

¿qué  pájaro  divino  canta  en  su  corazón? 

la  sonora  canción  tiembla  en  sus  labios  en 
celo,  como  una  estrella  caída  del  cielo  en  las 
soledades  del  mar...  y  arde  como  la  ceniza  de 
la  tarde,  én  el  panorama  crepuscular; 

el  alma  omnipotente  del  ausente,  llena  su 
soledad,  con  su  blanca  y  ambigua  majestad; 

su  figura  beatífica,  parece  extender  sobre 
su  alma,  y  sobre  la  sombra,  los  blancos  plie- 
gues de  su  túnica;  la  visión  de  Jesús,  la  ob- 
sesiona; 

la  corona  de  pensamientos  de  aquella  fren- 
te triste,  la  reviste  ante  sus  ojos,  de  una  in- 
mortal aureola; 


MARÍA  MAGDALENA  67, 

y,  ante  esa  visión,  su  alma  está  de  rodillas, 
abandonada  y,  sola... 

el  eco  de  las  palabras  del  Profeta,  suena 
en  su  alma  inquieta,  como  una  música  grave; 

ella  no  sabe  el  sentido  de  la  parábola  mís- 
tica, pero,  es  la  voz,  la  dulce  voz  profética,  la 
voz  del  hombre,  la  que  suena  en  los  limbos 
de  su  espíritu,  en  una  armonía  sin  nombre; 

es  la  Belleza,  la  belleza  humana  de  Jesús, 
hecha  de  ámbares,  de  oros  y  de  luz,  la  que  ha 
vencido  la  cortesana,  que  piensa  en  él,  con  un 
deseo  inexhausto,  con  un  brutal  delirio; 

sueña  en  violar  ese  lirio,  ese  divino  lirio 
de  holocausto; 

y,  grita  su  deseo  impotente;  asesino  como 
una  espada  luciente; 

— Bello  Nazareno,  pastor  dejas  almas,  que 
van  por  las  sendas,  y,  por  los  caminos,  tur- 
bando las  calmas  de  los  divinos  ponientes,  y 
a  las  gentes  dices  cosas  admirables  para  sus 


68  VARGAS  VILA 

fervores,  para  sus  dolores,  siempre  inagota- 
bles; 

4 divino  romero  de  la  romería  más  apasio- 
nada, ven  al  alma  mía,  que  está  desolada, 
desde  que  te  vio; 

¡hora  malhadada! 

¿por  qué  te  vi  yo? 

yo,  sé  que  eres  bello,  yo  sé  que  eres  triste. ..- 

no  sé  qué  dijiste,  pero,  es  el  destello  de  tu 
cabellera,  y  tu  barba  blonda,  el  que  yo  siguie- 
ra por  la  tierra  toda; 

no  es  la  primavera  de  los  madrigales,  que 
tú  vas  diciendo  para  los  mortales  en  conso- 
lación, la  que  yo  codicio... 

sobre  el  precipicio,  yo  vi  los  rosales  de  tu 
Profecía,  abrirse  temblando  cerca  al  alma 
mía... 

no  son  sus  perfumes  los  que  busco  yo;  son 
tus  ojos  bellos,  llenos  de  tristeza,  tus  ojos 


MARÍA  MAGDALENA  69 

azules  como  dos  turquesas,  los  que  yo  mirara 
indefinidamente... 

¡soles  misteriosos,  soles  sin  poniente,  que 
tienen  la  sombra,  la  melancolía,  de  los  gran- 
des astros  en  la  lejanía,  en  las  aguas  quietas, 
cuando  muere  el  día!... 

grandes  ojos  crepusculares,  llenos  de  cal- 
mas lagunares... 

¡oh  tu  boca,  que  provoca  las  mil  ansias  del 

deseo ! 

¡oh  tu  boca,  Galileo! 

tu  boca  me  ha  vuelto  loca  de  Deseo... 

¡labios  rojos,  labios  tibios!  ¡cuántos  ali- 
vios guardarás  para  las  ternezas ! 

¡divinas  fresas,  de  las  ansias  mías!  ¡quién 
las  devorara!  ¡quién  las  agotara!  ¡quién  san- 
grar hiciera  el  fresal  divino  de  tu  boca  en 

flor!... 

tu  cuerpo,  que  tiene  temblores  felinos,  bajo 
los  lirios  de  tus  vestiduras,  revela  que  hay 


70  VARGAS  VILA 

en  él,  la  fuerza  y  la  vida,  del  arco  enhiesto, 
y  la  ballesta  tendida;  y  la  virilidad  esquiva 
y  bravia,  del  león  joven  de  la  serranía; 

y,  esa  tu  cabeza,  llena  de  tristeza,  como  el 
monte  blondo  ceñido  de  azul;  ¡divina  colina, 
donde  el  sol  declina,  en  excelsitudes  de  oros 
y  de  tul; 

¡esquiva  cabeza,  arca  de  belleza!  ¡quién  la 
abrazara!  ¡quién  la  besara!  ¡quién  la  tuviera 
sobre  este  seno,  la  vida  entera!... 

¡oh!  quién  te  pudiera  ver,  rendido  al  ama- 
necer, tras  una  noche  de  amor...  temblando 
en  mi  seno,  ebrio  del  veneno  de  mi  cora- 
zón... 

divino  Profeta  de  boca  divina;  yo  no  sé 
nada  de  tu  doctrina,  ni  quiero  saber; 

apenas  sé  tu  nombre;  y,  para  mí,  no  eres 
sino  un  hombre,  el  más  bello  hombre  que  ha 
aparecido  en  mi  camino... 


MARÍA  MAGDALENA  7* 

tú  eres  mi  estrella;  tú,  mi  Destino... 

yo  seguiré  tu  huella  de  peregrino;  iré  para 
llevarte  mis  amores,  a  través  de  tus  sendas  de 
dolores; 

seré  de  la  obscura  muchedumbre,  que  va 
siguiendo  tu  mansedumbre  por  los  valles  y 
los  collados,  y  te  oye  en  la  ribera  de  los  lagos, 
bajo  los  grandes  cielos  estrellados... 

oír  tus  palabras,  buscando  tras  ellas  tus  la- 
bios... 

los  agravios  de  mi  Deseo,  buscarán  tu  be- 
so, más  que  tu  palabra,  ¡oh  Galileo!... 


Brilló  la  aurora,  con  luz  indecisa,  como 
una  caricia  de  luna  sobre  la  ceniza  de  un 
monte  recién  quemado  para  la  roza...  y,  halló 
dormida  a  la  cortesana,  como  una  estrella  en 
el  candor  de  la  mañana; 


72  VARGAS  VILA 

revuelto  el  lecho; 

los  brazos  cruzados  sobre  el  pecho,  come 
si  aprisionara  en  ellos  un  escudo... 

soñaba  que  abrazaba  la  cabeza  de  Jesús, 
contra  su  cuerpo  desnudo. 


El  cielo  opalecía; 

temblores  de  grana  tenían  los  celajes,  so- 
bre  la  lejana  fantástica  curva  de  la  serra- 
nía... 

languidecían  los  blandos  paisajes,  en  h 
calma  suave,  calma  vespertina,  de  la  hora  di- 
vina del  atardecer... 

agonía  del  día  que  sucumbía  con  ternuras 
de  mujer; 

en  la  hora  evanescente,  la  gracia  adoles- 
cente de  los  olivos,  formaba  grupos  medita- 
tivos,  en  la  pendiente  del  monte; 


74  VARGAS  VILA 

horizonte  blondo; 

sobre  el  hondo  azul  del  lago,  el  perfil  vago 
de  las  nubes,  fingía  niveos  vellones; 

el  candido  rebaño  se  obscurecía  al  borrarse 
■sobre  las  olas  color  de  estaño; 

el  valle,  era  verde,  un  verde  armonioso  de 
t>aja  marea; 

a  lo  lejos,  la  aldea  tranquila,  blanca,  pare- 
cía bañada  de  calma  lunar... 

en  las  faldas  de  las  lomas,  las  casas  que  se 
"veían,  parecían  palomas  dormidas  en  una 
torre  de  cristal; 

bajo  el  oro  de  esa  luz,  en  el  paisaje  divino, 
en  un  recodo  del  camino,  platicaba  Jesús; 

rodeábalo  su  público  habitual  de  desarra- 
pados, pobres,  campesinos  alucinados,  men- 
digos, peregrinos  atardecidos  por  los  cami- 
nos, pescadores,  niños  bellos  y  harapientos, 
mujeres  sencillas,  y,  algunos  espíritus  violen- 
tos; 


MARÍA  MAGDALENA  75 

sentado  en  el  tronco  tumbado  de  un  árbol, 
doctrinaba; 

hacía  parábolas  y  la  gente,  extasiada,  lo 
escuchaba; 

de  súbito,  por  el  caminó  viniendo  de  Sión, 
se  vio  aparecer  un  grupo  de  dos  mujeres; 

la  una,  marchaba  adelante,  con  un  paso 
.grave,  rítmico,  ondulante... 

Ja  otra,  la  seguía  con  reserva; 

se  veía  bien  que  eran,  el  ama  y  la  sierva; 

esta  última,  traía  sobre  el  hombro  una  án- 
fora de  cristal,  con  asas  de  plata,  en  la  cual 
hacía  visos  un  líquido  opalino; 

se  diría  que  aquella  ánfora,  era  una  inmen- 
sa ágata; 

pronto  las  dos  mujeres,  estuvieron  cerca 
del  gentío  que  rodeaba  al  Profeta;  la  multi- 
tud inquieta,  se  volvió  para  mirarlas; 

la  más  joven,  avanzó  confusa,  vestida  de 


76  VARGAS  VILA 

rojo,  parecía  un  tulipán,  ondulante  en  la  luz 
(difusa... 

cubría  su  cabeza  y,  su  cara,  con  un  velo  de 
gasa  transparente; 

era  insolente,  el  lujo  que  traía; 

un  fulgor  de  pedrería  circundaba  sus  bra- 
zos, y  su  cuello,  y  se  enredaba  como  sierpes 
de  luz,  en  su  cabello  odorante,  como  si  fuese 
una  flor;  se  diría,  un  bosque  de  amor,  que 
exhalara  su  olor,  en  el  corazón  cobarde  de  la 
tarde... 

un  jardín  tenebroso  bajo  las  estrellas; 

las  huellas  de  sus  pies,  parecían  dejar  urr 
resplandor  de  oro,  bajo  sus  sandalias,  en  las; 
cuales,  los  pies  desnudos  emergían,  como  pé- 
talos de  azaleas; 

a  través  del  velo,  se  alcanzaban  a  ver  sus 
ojos  fulgurantes,  como  un  cielo,  lleno  de  cla- 
ridades otoñales;  y  el  cabello  reverberante, 
con  una  reverberación  de  trigales  en  estío.., 


MARÍA  MAGDALENA  7£ 

la  muchedumbre  la  reconoció... 

hubo  un  rumor  sordo  de  hostilidad,  mi- 
radas agresivas  de  bestialidad  enfurecida; 
gestos  de  fiera  sorprendida,  luego  gritos: 

— Fuera,  fuera,  fuera  la  Pecadora... 

las  manos  brutales  se  extendieron  hacia 
ella,  le  desgarraron  el  manto... 

todas  las  bocas  la  insultaban,  como  lobos 
-que  aullaran  a  una  estrella... 

Jesús,  se  puso  en  pie,  avanzó  hacia  el  tu- 
multo, para  salvar  a  la  mujer  maltratada,  y 
dijo: 

— ¿Quién  es  esa  mujer?  ¿por  qué  la  mal- 
tratáis? dejadla  llegar  a  mí;  ¡ay  de  aquel  que 
detenga  la  oveja  que  viene  hacia  el  pastor! 
ése  verá  los  lobos,  devorar  su  rebaño  y  devo- 
rarlo a  él;  porque  él,  mermó  el  rebaño  de  mi 
padre,  y,  lapidó  la  oveja  extraviada  que  vol- 
vía al  redil; 


78  VARGAS  VILA 

— Maestro,  dijo  una  mujer;  ésa  es  la  Peca- 
dora; 

—Y,  ¿quién  es  la  Pecadora? 

—La  Meretriz... 

— Y  ¿qué  es  la  Meretriz? 

— Aquella  que  prodiga  el  Amor; 

— El  Amor...  y,  ¿cuál  de  vosotras,  no  ha 
dado,  no  da,  o  no  dará  el  Amor?  ¡ay  de  aque- 
lla que  no  da  el  Amor!  ¡su  vientre  estéril,  no- 
florecerá  jamás!  el  rayo  que  secó  las  higueras 
del  Cedrón,  no  fué  más  cruel  que  la  maldi- 
ción que  caerá  sobre  ella...  ¡ay  de  aquella 
que  ignoró  el  Amor!  ésa  ignoró  la  Vida;  y, 
por  haber  ignorado  el  reino  del  Amor  que 
está  en  la  tierra,  ella  no  entrará  al  reino  de 
mi  Padre,  que  está  en  los  cielos; 

la  muchedumbre,  remolineando,  se  había 
apartado,  y,  Magdalena  avanzó,  sola  y  con- 
fusa hacia  el  Maestro; 

su  velo    desgarrado    dejaba  ver  su  rostro 


MARÍA  MAGDALENA  79' 

descubierto,  enrojecido  de  emoción;  sus  ojos 
tristes  bajo  la  vergüenza;  sus  labios  temblo- 
rosos de  pasión; 

— Ven  a  mí,  mujer,  dijo  el  Profeta;  ¿cuál 
es  tu  crimen?... 

— Señor:  yo  soy  una  hembra  de  Amor;  yo, 
di  mi  cuerpo  a  los  hombres; 

— La  mujer  es  nacida  para  el  Amor,  y  el 
cuerpo  de  la  Hembra,  es  hecho  para  el  cuer- 
po del  Varón;  sin  eso,  moriría  el  mundo;  aquel 
que  se  ayunta  en  amor,  ése  cumple  las  leyes, 
de  mi  padre;  y  sólo  aquel  que  no  se  da  al 
Amor,  ése  las  viola;  sólo  no  amar,  es  crimen, 
en  Amor;  ¿cuál  otro  fué  tu  crimen? 

— Señor,  dijo  una  mujer  obesa  y  desden- 
tada, con  un  resplandor  felino  en  la  mirada;, 
ella  roba  el  cariño  de  los  esposos,  y  los  aparta, 
de  los  lechos  conyugales; 

— Ella  seduce  a  los  hijos  de  familia,  y  los 


8o  VARGAS  VILA 

arruina  con  sus  caprichos  fatales...  dijo  otra, 
con  una  voz  de  madre  desolada; 

— Ella  aparta  los  prometidos  de  los  brazos 
que  los  esperan,  dijo  otra,  con  una  gran  voz 
de  pena; 

los  hombres  callaban  y,  miraban  la  Mag- 
dalena, blonda  y  luminosa,  que  a  la  sombra 
de  un  árbol,  parecía  una  rosa,  bañada  por  el 
rayo  de  una  estrella... 

los  más  jóvenes  se  agrupaban  y  decían; 
]qué  bella!  y  la  miraban  con  ojos  de  lasci- 
via... 

en  la  luz  tibia  de  la  hora,  era  como  un  imán 
la  Pecadora; 

todas  las  miradas  convergían  hacia  su 
cuerpo  adorable...  miradas  de  odio  de  las 
mujeres  engañadas,  miradas  de  envidia  de 
las  desheredadas  de  la  Belleza,  miradas  de 
desprecio,  miradas  de  reproche... 


MARÍA  MAGDALENA  81 

ella,  las  recibía  con  la  indiferencia  fría  de 

la  noche; 

no  tenía  ojos,  sino  para  Jesús,  y  lo  miraba, 
como  un  f aleño  fascinado  por  la  luz... 

éste,  continuaba  en  hablar  a  las  mujeres 
hostiles,  y  les  decía: 

¿Por  qué  queréis  lapidar  a  esta  mujer? 

¿porque  ha  amado?  el  Amor  hace  puras  las 
creaturas;  ¿por  qué  maldecís  esta  hija  del 
Amor?  ¿de  qué  vientre  habéis  nacido  que  no 
haya  sido  fecundado  por  el  Amor,  en  el  mis- 
mo gesto  que  reprocháis  a  esta  mujer?  ¿qué 
pasión  os  engendró,  si  no  fué  el  Amor?  ¿cuál 
de  vosotras,  no  ha  conocido,  no  conoce,  o  no 
conocerá  el  Amor?  haced  excepción  de  estos 
pequeñuelos  que  sin  saberlo  van  hacia  él,  y, 
decidme,  ¡oh!  mujeres  de  Sión  y  de  Naza- 
reth,  de  Cafarnaún  y  de  Bethania,  ¿cuál  de 
vosotras  no  ha  suspirado  de  Amor  o  por  el 
Amor?...    ¿cuál  de  vosotras    no  bendijo  el 

MAGDALENA. — 6 


82  VARGAS  VILA 

Amor,  cuando  el  varón  vino  a  dároslo,  y  sen- 
tisteis palpitar  vuestros  flancos  santificados 
por  la  pasión?  ¡oh  vírgenes  que  tenéis  la  cas- 
tidad de  un  lis!  no  maldigáis  la  Pecadora, 
porque  vosotras  soñáis  en  ser  como  ella,  por- 
que vosotras  soñáis  con  el  Amor;  si  todas  vos- 
otras, nacisteis  del  Amor,  vivís  en  el  Amor, 
¿por  qué  queréis  lapidar  a  esta  mujer,  cuyo 
único  crimen  fué  el  Amor?  el  crimen  vues- 
tro... de  vosotras  la  que  esté  sin  pecado,  tirad- 
le la  primera  piedra...  dijo  el  Cristo,  y  to- 
mando por  un  brazo  a  Magdalena,  la  empujó 
violentamente  ante  la  Multitud... 

ésta,  retrocedió  asombrada..., 

se  oyeron  rodar  las  piedras  que  caían  de 
las  manos,  como  un  rosario  de  guijarros  que 
se  hubiese  roto,  y  sus  cuentas  cayeran  a 
tierra... 

entonces,  Jesús  extendió  su  mano,  hacia  la 
Magdalena,  que  temblaba,  y  le  dijo: 


MARÍA  MAGDALENA  83 

— Ven,  mujer,  tú  fuiste  la  ofrenda  de  la 
Naturaleza  a  la  Vida; 

en  ti  los  hombres  conocieron  el  secreto  pro- 
fundo de  la  carne; 

sobre  tu  vientre  de  oro,  entre  tus  brazos  de 
nardo,  el  hombre  gozó  el  Amor,  y,  conoció  el 
rito  por  el  cual  viven  los  hombres  y  los  dio- 
ses; 

tu  vientre  fué  un  altar,  en  cuya  ara,  se  jun- 
taron todos  los  creyentes,  para  hacer  sus  obla- 
ciones; templo  abierto  a  todos  los  peregrinos 
de  la  tierra,  a  él  llegaron  los  soldados  de  Si- 
ria y  los  de  Roma,  los  mercaderes  de  Esmir- 
na,  y  los  del  Eufrates,  los  que  vinieron  del 
corazón  del  Asia,  y  los  que  llegaron  de  más 
allá  del  mar... 

tú  fuiste  la  fuente,  en  que  el  deseo  del 
Hombre  apagó  su  sed; 

¡bendito  sea  ese  vientre!... 

las  mujeres    asombradas,  retrocedían,    se 


84  VARGAS  VILA 

agrupaban,  murmuraban  entre  sí,  como  si  te- 
miesen que  el  joven  Profeta,  hubiese  enlo- 
quecido, por  un  hechizo  de  la  Pecadora; 

— No  os  asustéis,  mujeres  de  Judea,  dijo 
el  Maestro,  porque  os  digo  que  todas  vos- 
otras, habéis  deseado,  deseáis,  o  desearéis  el 
Amor; 

todas  os  habéis  dado,  os  dais,  u  os  daréis 
a  él,  porque  ése  es  vuestro  Destino,  y,  la  vo- 
luntad de  mi  Padre,  os  creó  para  el  Amor; 

perpetuar  la  vida  por  el  Amor,  es  el  solo 
fin  de  la  Naturaleza; 

no  pecar,  es  el  único  pecado  en  el  Amor; 

sólo  aquella  que  no  peca,  ésa  es  la  Peca- 
dora ; 

sólo  aquella  que  no  da  el  Amor,  y  no  se  da 
al  Amor,  ésa  es  la  Meretriz...  ésa  es  la  aman- 
fe  del  Mal,  y  la  esposa  del  pecado; 

su  vientre,  es  una  playa  maldita,  de  la  cual, 
el  náufrago  mismo  se  aparta  con  horror..  .> 


MARÍA  MAGDALENA  S$ 

,  los  pezones  de  sus  senos,  son  rocas  donde 
se  anidan  víboras; 

sus  labios  sin  besos,  son  hendiduras  de  un 
abismo,  donde  un  viento  inmisericorde  aulla 
perpetuamente... 

jay  de  aquella  que  ignoró  el  Amor!  ésa  se- 
rá ignorada  de  mi  Padre,  el  día  de  la  Justicia 
celeste,  cuando  venga  a  escoger  para  sus  jar- 
dines, las  más  bellas  rosas  de  los  rosales  del 
Amor; 

y,  en  verdad  de  Verdad  os  digo,  que  aque- 
llos hijos  de  la  carne,  que  maldicen  las  cosas 
de  la  carne,  son  como  lobeznos  insumisos, 
que  se  vuelven  para  devorar  el  vientre  de  don- 
de acaban  de  nacer; 

ven,  viña  de  Jericó,  con  cuyo  jugo  se  em- 
briagaron todos  los  sedientos  del  Amor; 

ven  al  banquete  de  la  Palabra; 

tú  también  tienes  derecho  a  la  Verdad, 
porque  aquel  que  me  ha  enviado  sobre  la  tie- 


86  VARGAS  VILA 

rra,  no  sabe  de  las  leyes  cobardes  de  los  hom- 
bres, que  castigan  el  Amor,  del  cual  nacie- 
ron; 

mi  Padre,  me  ha  enviado  para  decir  la  Ver- 
dad, lejos  de  los  reinos  de  la  Hipocresía; 

y,  la  Verdad  os  digo; 

mi  Padre,  no  odia  el  Amor,  porque  él,  lo 
creó; 

mi  Padre,  odia  la  Iniquidad,  el  Dolo,  la 
Avaricia,  la  Mentira,  y,  para  destruirlas  me 
ha  mandado  sobre  la  tierra... 

mi  Padre  es  la  Verdad,  y,  en  su  nombre  os 
digo  que  el  Amor,  es  la  única  flor  de  Verdad 
en  los  prados  de  la  Vida... 

yo,  el  Enviado  de  mi  Padre,  yo  soy  la  Ver- 
dad; 

yo,  soy  el  Amor... 

yo,  soy  la  Vida... 

nadie  vendrá  a  mi  Padre,  que  no  sea  aco- 
gido por  mí,  y  puesto  sobre  mi  corazón; 


TvíARlA  MAGDALENA  87, 

yo,  soy  la  ribera  eterna  de  todos  los  mares, 
y,  a  mí  vendrán  los  náufragos  de  todas  las 
tempestades  de  la  Vida; 

yo,  soy  el  consuelo,  y,  a  mí  vendrán  todos 
los  tristes  de  la  tierra... 

¡ay  de  aquel  que  rechaza  a  su  hermano! 
j porque  su  hermano  pecó  según  la  Ley!... 

la  Ley,  es  el  Pecado  del  hombre,  y  sólo 
aquel  que  la  viola  sale  del  Pecado; 

no  hay  más  ley,  que  la  palabra  de  mi  Pa- 
dre, y,  ella  no  fué  escrita  por  manos  de  los 
hombres; 

la  ley  de  mi  Padre,  escrita  fué  por  él,  en 
el  corazón  de  las  creaturas,  y,  toda  ley  escrita 
en  nombre  de  mi  Padre,  Mentira  es,  y  Abo- 
minación; 

aquel  que  legisla  en  nombre  de  mi  Padre, 
es  un  Usurpador,  como  aquel  que  domina 
en  nombre  de  mi  Padre; 


88  VARGAS  VILA 

la  Ley  de  mi  Padre,  y  el  Poder  de  mi  Pa- 
dre, dictado  y  ejercido  son  por  él; 

y,  él,  me  envió  para  revelároslos; 

cosas  del  Espíritu  son  ellos,  que  nada  tie- 
nen que  ver  con  las  esclavitudes  de  los  hom- 
bres; 

el  Hombre  que  hace  la  Ley,  como  aquel 
que  la  obedece,  ambos  violan  las  leyes  de  mi 
Padre; 

mi  Padre,  no  ha  establecido  legisladores 
sobre  la  tierra; 

el  Hombre,  que  ejerce  el  Poder,  en  nombre 
de  mi  Padre,  como  aquel  que  lo  sufre,  am- 
bos obran  contra  mi  Padre; 

el  que  se  elige  un  amo,  y,  aquel  que  es  elec- 
to por  él,  ambos  son  los  enemigos  de  mi  Pa- 
dre; 

el  Amo  y  el  esclavo,  ambos  son  igualmente 
malditos  de  mi  Padre... 

la  Ley,  fué  hecha  por  hombres  de  Mentira, 


MARÍA  MAGDALENA  8o< 

para  reinar  en  almas  cobardes  y  de  perversi- 
dad; 

el  Poder,  fué  instituido  por  hombres  de  as- 
tucia y  de  fuerza,  para  reinar  sobre  tierras  de 
miseria  y  de  abominación; 

¿en  nombre  de  qué  odiáis  a  esta  mujer? 

en  nombre  de  la  Ley... 

¿quién  os  ordena  lapidarla? 

la  Ley.... 

y,  esa  Ley,  no  es  la  Ley  de  mi  Padre,  que 
proscribe    el    Odio,    de    los    límites    de    la- 
Tierra; 

y,  en  Verdad  de  Verdad,  os  digo,  que  el 
juez  que  da  la  Ley,  y  el  Verdugo  que  la  eje- 
cuta, ambos  son  asesinos  contra  mi  Padre,  yr. 
el  día  de  la  justicia  divina,  ambos  serán  cas- 
tigados por  mi  Padre... 

los  días  van  a  venir,  en  que  la  Iniquidad 
será  destruida; 

la  del  Sacerdote,  que  habló  en  nombre  de^ 


90  VARGAS  VILA 

mi  Padre,  y,  cuya  lengua  de  Mentira  debe 
ser  cortada  y  arrojada  a  la  voracidad  de  los 
perros  del  desierto; 

la  del  César,  que  dominó  en  nombre  de  mi 
Padre,  y,  cuya  cabeza  debe  ser  cortada,  cla- 
vada en  la  muralla,  y  devorada  por  los  pája- 
ros de  presa; 

la  del  Juez,  que  aplicó  la  Ley,  en  nombre 
de  mi  Padre,  y  del  cual  los  ojos  deben  ser  va- 
ciados, y,  los  miembros  esparcidos  en  el  de- 
sierto, para  que  las  hienas  y  los  chacales,  ha- 
gan un  ejemplo  de  Justicia,  con  aquel  que 
quiso  ejercerla  en  nombre  de  mi  Padre; 

los  días  llegan  en  que  la  Justicia  del  Eter- 
no, será  hecha,  y  la  Justicia  Divina  bajará  del 
cielo,  para  devorar  la  Justicia  Humana,  que 
es  la  Madre  de  la  Iniquidad  sobre  la  Tierra; 

y,  en  nombre  de  esa  Justicia  Divina,  digo: 

— Ven,  Pecadora,  y  deshoja  tu  corona  de 


MARÍA  MAGDALENA  91 

pecados,  a  los  pies  de  aquel  que  vino  a  redi- 
mirte; ellos  te  serán  perdonados; 

ven,  ampárate  a  la  Justicia  de  Dios,  que 
está  al  lado  opuesto  de  la  Justicia  de  los  hom- 
bres; 

has  amado  mucho,  y  yo,  te  perdono  en  nom- 
bre del  Amor...; 

y,  calló... 

Magdalena,  avanzó  temblorosa,  y  cayó  de 
-rodillas  a  los  pies  del  Maestro,  el  rostro  con- 
tra la  tierra...  se  diría  una  bandera  vencida  a 
los  pies  del  Conquistador... 

así  estuvo  unos  minutos,  el  cuerpo  palpi- 
tante bajo  los  pliegues  de  la  túnica,  que  ex- 
tendía sobre  ella,  una  caricia  de  olas... 

luego,  alzó  la  cabeza,  e  hizo  señas  a  la 
sierva; 

ésta  se  acercó  trayendo  el  ánfora; 

Magdalena,  la  tomó  entre  sus  manos,  y  la 


92  VARGAS  V1LA 

vasija  preciosa,  hizo  irisaciones  de  un  ámbar 
incendiado... 

después. . .  vertió  el  contenido  sobre  los  pies- 
del  Maestro... 

éste  se  estremeció  en  un  susulto  de  Volup- 
tuosidad, a  la  caricia  suave  de  las  manos  que 
lo  ungían; 

un  olor  penetrante  y  capcioso  se  extendió 
por  la  atmósfera,  como  si  todos  los  nardos  de: 
los  jardines  de  Arabia,  hubiesen  reventado 
en  flores... 

la  atmósfera,  pareció  hacerse  tibia  con  eí; 
perfume;  los  árboles  se  balanceaban,  como 
ebrios  de  él,  y  una  nube  de  mariposas  blan- 
cas, atraídas  por  su  encanto  penetrante,  vi~ 
nieron  a  volotear  sobre  la  cabeza  del  Maes- 
tro, que  parecía  sumido  en  éxtasis... 

aquella  palidez  de  alas,  parecía  una  flora 
palustre,  que  se  hubiese  abierto  en  el  mila- 


MARÍA  MAGDALENA  93 

■gro  de  la  tarde,  y,  permaneciese  inmóvil,  ale- 
targada por  el  perfume  enervador... 

cuando  hubo  ungido  los  pies  amados,  la 
Pecadora  desanudó  su  cabellera,  que  se  es- 
parció en  ondas  indóciles  sobre  la  tierra,  y, 
con  ella  enjugó  ej  bálsamo  vertido  sobre  los 
pies... 

centellaron  los  cabellos,  como  una  llama 
suave  que  lamiera  el  suelo,  y  los  pies  del  Na- 
zareno, parecían  hundidos  en  un  Tiberiades 
de  oro... 

las  mujeres,  se  alejaron  poco  a  poco,  taci- 
turnas, como  obsesionadas  de  un  sueño  ex- 
traño; 

los  hombres,  se  fueron  lentamente,  desapa- 
reciendo como  fantasmas,  en  la  bruma  emer- 
gente... 


poco  después,  la  luna  pálida,  con  ternuras 


94  VARGAS  VILA 

casi  carnales  de  mujer,  aparecía  en  el  cielo* 
iluminando  a  Magdalena,  que,  sentada  al  pie 
del  banco,  reclinaba  su  cabeza  rubia,  en  las 
rodillas  del  Cristo,  y,  sonreía... 

la  mano  de  Jesús,  se  perdía  en  la  cabellera 
blonda,  como  en  las  ondas  de  un  Jordán  lu- 
minoso y,  profundo... 

las  estrellas  lejanas  aparecían... 

pálidas  rosas  del  Misterio,  brotadas  de  los. 
cielos  para  una  Anunciación.... 


Opalescencias  de  ámbar,  con  fluctuaciones 
hialinas  de  miraje... 

diluciones  de  luz,  como  de  estrellas  a  tra- 
vés de  un  ramaje... 

blondas  líneas  que  mueren  en  el  suelo,  aho- 
gadas por  las  incertidumbres  del  cielo  que  di- 
buja caprichos  femeniles,  sobre  las  floracio- 
nes de  mayólica... 

transparencia  acuática  de  encantos  espec- 
tral, envuelve  los  objetos,  en  una  vaga  caricia 
sideral... 

en  el  verdor  de  la  noche,  la  sala  ahogada 
en  una  penumbra  de  vaguedades  palustres... 


<g6  VARGAS  VILA 

las  columnas,  las  ánforas,  los  vasos,  seme- 
jan grandes  flores  lacustres,  dormidas  en  pa- 
lideces lácteas... 

hay  en  la  atmósfera  toda  presentimientos 
de  angustias... 

mueren  unas  rosas  mustias,  sobre  un  vaso 
de  alabastro... 

la  luz  de  la  luna,  alta,  taciturna,  muy  leja- 
na, entra  por  la  ventana... 

lánguida,  como  un  lis  que  guarda  en  su 
broche,  todas  las  palideces  de  la  Noche; 

el  silencio,  es  profundo  y  doloroso,  como 
un  gran  corazón  lleno  de  presentimientos... 

en  el  cielo  remoto,  sombrío  desfallecimien- 
to de  colores;  se  funden  lentamente  los  ma- 
cices... 

grandes  cicatrices  rojas,  semejan  los  últi- 
mos rayos  solares,  que  mueren  tras  el  miste- 
rio de  las  hojas... 

las  estrellas,  parecen  pólipos,  petrificados 


MARÍA  MAGDALENA  97. 

en  el  corazón  de  una  madrépora;  tienen  una 
palidez  calcárea  de  flores  de  piedra  sobre  un 
muro  de  cemento; 

hora  sin  movimiento,  en  que  el  cielo  de  za- 
fir, siente  el  gran  sufrimiento  de  morir.., 
horas  extrañas  y,  febricitantes; 
cosas  nacen  y  mueren,  en  el  seno  de  un  sue- 
ño obsesionante... 

la  sombra  va  creciendo,  poco  a  poco,  como 
una  idea  fija  en  la  mente  de  un  loco; 

Magdalena,  en  el  fondo  de  la  sala,  exten- 
dida  sobre  los  cojines  rojos,  exhala  con  los 
perfumes  de  su  cuerpo,  toda  la  laxitud  de  sus 
enojos; 

los  carmines  de  su  rostro,  han  palidecido 
enormemente; 

una  gracia  languideciente,  de  flor  enferma 

se  extiende  sobre  su  rostro  grave  y,  pensa- 

* 

tivo; 

un  halo  meditativo  flota  sobre  ella,  como 

MAGDALENA. — 7 


98  VARGAS  VILA 

una  corona  de  ensueños...  hecha  de  nardos 
sedeños  de  un  divino  jardín  sin  emociones; 

las  visiones,  y  los  paisajes  del  pasado,  pa- 
recen haberse  borrado  de  sus  pupilas,  ahora 
mentirosamente  tranquilas,  como  las  olas  de 
un  pantano  insalubre,  bajo  un  lento  crepúscu- 
lo de  Octubre; 

su  cabellera  suelta,  cubre  la  forma  esbelta 
de  su  cuerpo  armonioso,  ebrio  de  juventud, 
temblando  como  un  laúd,  que  una  mano  vio- 
lenta tratara  de  romper... 

se  nota  una  inquietud  imperiosa  de  mujer 
caprichosa,  en  la  manera  como  escucha  a  Ju- 
das, que  tendido  a  su  lado,  le  habla: 

— ¡El  Silencio,  siempre  el  Silencio,  Mag- 
dalena!... ¿el  Silencio  es  el  nimbo  de  tu  pe- 
na? el  Silencio  es  un  escudo  tras  el  cual  se 
esconde  la  Traición...  ¿por  qué  tu  labio  mu- 
do, no  responde  a  los  anhelos  de  mi  corazón? 
¿por  qué  huyes  de  mí?...  ¿por  qué  te  escon- 


MARÍA  MAGDALENA  99 

des?  ¿por  qué  si  te  pregunto,  no  me  respon- 
des?... ¡el  Silencio,  siempre  el  Silencio...  los 
labios  de  piedra  de  la  Esfinge!...  ¿qué  es  lo 
que  oculta  tu  corazón?  ¿qué  es  lo  que  sufre, 
qué  es  lo  que  finge?...  ¿qué  sepulta  el  Silen- 
cio en  la  tumba  incitante  de  tus  labios?  ¿por 
qué  haces  a  mi  pasión  tantos  agravios  ?  Mag- 
dalena, tu  conducta  me  da  pena;  tu  me  olvi- 
das, Magdalena,  tú  me  olvidas;  ¿qué  se  hizo 
el  goce  ardiente  de  nuestras  vidas?...  ¿dónde 
nuestra  ventura?  sus  despojos  brillan  apenas 
en  el  cristal  ardiente  de  tus  ojos;  sobre  la 
cima  de  tu  pensamiento  no  reino  yo;  el  vien- 
to de  tu  inconstancia  me  arrebató  de  allí; 
otro  Amor  ha  detenido  el  vuelo  bajo  las  tem- 
pestades de  ese  cielo;  tú  amas  a  Jesús  el  Na- 
zareno; el  vagabundo  desarrapado  y,  mise- 
rable, te  ha  intoxicado  con  el  brebaje  sutil  de 
su  palabra;  ¿crees  que  ignoro  que  desde  el 
día  en  que  lo  viste,  tu  cabellera  es  como  una 


300  VARGAS  VILA 

bandera  de  oro,  que  va  siempre  en  pos  de  su 
sombra  triste?  tú  sigues  por  todas  partes  su 
cortejo,  eres  como  el  reflejo  del  teómano  am- 
bulante, mezclada  a  la  corte  repugnante  de 
sus  mendigos,  de  sus  enfermos,  de  sus  rate- 
ros; se  te  ha  visto  seguirlo  por  los  senderos 
que  llevan  a  Bethania,  a  Nazareth,  a  Tibe- 
riades;  has  ungido  sus  pies  con  bálsamos  que 
te  costaban  un  tesoro;  has  repartido,  tu  oro, 
tus  piedras,  tu  riqueza,  para  aliviar  la  pobre- 
za de  la  turba  que  sigue  al  farsante  ilumi- 
nado; todo  lo  has  dejado  por  seguirlo,  o  me- 
jor dicho,  por  perseguirlo;  tu  belleza,  va  co« 
mo  una  esclava  vencida,  siguiendo  el  carro 
fatal  de  su  tristeza;  todo  Sión,  sabe  ya,  tu 
gesto  histérico  que  te  ha  llevado  en  pos  del 
Cristo  clorótico  y  locuaz;  y,  todo  Sión  ríe, 
de  este  gesto  de  tu  histeria,  que  muestra  toda 
la  miseria  de  tu  perversidad;  todos  en  la  ciu- 
dad saben,  que  tú  no  amas  del  andrajoso  vi- 


MARÍA  MAGDALENA  101 

sionario,  el  sueño  estrafalario  de  rebelde,  sino 
el  estremecimiento  armonioso  y  nuevo  de  su 
cuerpo  de  Efebo;  todo  Sión,  ríe  de  tu  conver- 
sión, porque  todos  saben  que  es  una  exas- 
peración de  tu  sexo,  una  nueva  prostitución, 
un  refinamiento  de  vicio,  que  te  lleva  en  pos 
del  Profeta,  al  cual  sospechas  virgen,  y  quie- 
res gozar  esa  virginidad;  que  es  el  gesto  bru- 
tal de  tu  erotismo,  el  que  te  lleva  hacia  aquel 
pobre  loco,  entregado  a  la  manía  del  cate- 
quismo; que  de  ese  pobre  ser  de  degenera- 
ción y  raquitismo  tú  no  amas  la  doctrina,  que 
se  dice  divina,  que  lo  que  amas  en  él,  son  sus 
ojos,  azules  como  abedules,  y,  su  cabellera 
color  de  miel;  lo  que  amas  de  su  boca  blas- 
femadora y  loca,  no  es  la  palabra  negadora, 
irreverente,  llena  de  excesos,  lo  que  amas  de 
esa  boca  son  los  besos...  los  besos  esquivos, 
que  tú  crees  dormidos  entre  los  rojos  labios 
pensativos...  tú  no  amas  de  esa  mano,  el  ges- 


102  VARGAS  VILA 

to  soberano  que  bendice,  prometiendo  el  reino 
de  los  cielos,  tus  anhelos,  buscan  en  esa  mano 
otras  delicias,  buscan  las  caricias  libidinosas, 
que  podrían  darte  esas  manos  inexpertas  edu- 
cadas por  ti;  ¿no  es  eso  lo  que  buscas?  di...; 
— ¿Eso  dice  Sión?  tal  vez  Sión  tenga  ra- 
zón... yo,  sólo  sé  que  es  en  los  ojos  de  Jesús, 
que  he  visto  por  primera  vez  la  luz...  es  en 
los  ojos  de  ese  iluminado,  que  he  visto  bo- 
rrarse mi  pasado,  y,  como  la  luz  de  una  estre- 
lla sobre  los  montes,  es  en  ellos,  que  he  visto 
alzarse  los  infinitos  horizontes  del  Amor,  y 
del  Perdón...  oye,  Judas,  oye,  y  no  me  im- 
porta lo  que  puedas  juzgar  de  mi  pasión;  yo 
era  la  prisionera  de  mi  vida,  yo  era  la  vence- 
dora encadenada  a  su  victoria,  era  la  pantera 
harta  de  devorar  los  corazones...  pero  soña- 
ba... soñaba  con  encontrar  las  emociones,  no 
reveladas  aún  a  mi  cuerpo  harto  de  caricias; 
soñaba  con  las  delicias  espirituales,  que  ha- 


MARÍA  MAGDALENA  103 

bían  de  fluir  de  las  manos  carnales  que  acari- 
ciaran, mi  cuerpo  pecador;  yo,  la  vendedora 
de  Amores,  soñaba  con  el  Amor;  loba  dor- 
mida en  un  lecho  de  flores,  que  soñaba  en  los 
cielos  otra  flor...  todas  las  opulencias  de  mi 
perversidad,  no  alcanzaban  a  embellecer  las 
tristezas  de  mi  soledad;  yo  era  como  la  cate- 
cúmena  de  la  Revelación;  yo  vivía  en  espera 
del  Milagro;  del  Milagro  que  viniera  a  des- 
pertar mi  corazón;  mi  corazón  que  vivía  en 
mi  pecho,  como  un  áspid  dormido  en  una  ur- 
na de  cristal;  mi  corazón,  que  sentía  la  llaga 
de  su  virginidad,  roerlo,  como  un  cáncer  fa- 
tal; yo,  la  mujer,  que  había  sido  la  esclava 
del  Placer,  yo  era  la  virgen  del  Amor;  mi 
cuerpo  había  sido  como  un  mar,  agitado  por 
todos  los  vientos  del  Deseo,  y,  mi  corazón 
dormía  intacto  como  un  lotus,  crecido  en  las 
orillas  del  Leteo;  mi  corazón  vivía  en  la  gra- 
cia, en  la  oración  perenne  de  Amor;  y  esa  vir- 


104  VARGAS  VIL  A 

ginidad,  me  era  un  dolor...  el  dolor  de  una 
herida  cruenta,  que  sangraba  en  mi  sole- 
dad... mis  grandes  noches  calladas  lo  supie- 
ron, cuando  en  mis  pupilas  fatigadas,  se  re- 
flejaron las  cabezas  de  todos  aquellos  que 
me  amaron,  y,  no  se  reflejó  nunca  en  ellas, 
con  su  divino  resplandor  de  estrellas,  el  ros- 
tro del  Amor;  ¡cuántas  auroras,  me  hallaron 
esperando  la  aurora  de  la  Revelación!...  la 
hora  en  que  se  había  de  abrir  mi  corazón,  co- 
mo una  rosa  en  el  sueño  de  la  Noche  prodi- 
giosa, aprisionando  en  él,  el  Amor,  como  la 
flor  cierra  su  broche  sobre  el  insecto  zum- 
bador, y  lo  aprisiona  y  lo  devora;...  y  al  fin 
llegó  la  hora;  y  yo  vi  el  rostro  del  Amor,  lleno 
de  claridades,  entrar  en  la  Noche  tenebrosa 
de  mis  soledades;  en  esa  Noche,  en  el  fondo 
de  la  cual,  yo  parecía  una  muerta;  y  sentí 
por  primera  vez,  que  había  la  Vida,  llena  de 
esplendidez;  que  había  miradas  interiores,  lie- 


MARÍA  MAGDALENA  105. 

ñas  de  encantación  y  de  fulgores;  Judas,  yo 
he  visto  el  Amor,  y  desde  entonces,  no  quiero 
saber  nada  de  los  Amores;  he  ahí,  por  qué  me 
he  negado  a  verte,  a  recibirte;  he  ahí  por  qué 
he  consignado  a  todos  mi  puerta,  la  puerta 
de  esa  soledad  en  que  yo  yacía  como  una 
muerta;  y  en  la  cual,  hoy  de  pie,  sigo  las  hue- 
llas del  Sol,  que  he  hallado  en  mi  camino... 
Judas,  ¡ten  Piedad  de  mí!...  ¡ten  Piedad  de 
mi  Destino!...  ¡ten  Piedad,  de  la  pobre  Pe- 
cadora, en  cuyo  corazón  ha  nacido  una  au- 
rora!... . 

y,  como  dos  palomas  blancas,  que  se  jun- 
tasen por  el  pico,  combas  y  suaves,  sus  dos 
manos  se  juntaron  sobre  el  pecho,  en  actitud 
de  súplica; 

Judas,  torvo,  inmóvil,  llenos  los  ojos  de  or- 
gullo humillado,  y,  de  coraje,  la  escuchaba 
decir  y,  la  miraba... 

Magdalena,  sentía  la  atroz  torsión  de  esa 


io6  VARGAS  VILA 

mirada,  de  esos  ojos  ardidos  y  sin  piedad; 
¿cómo  pueden  ser  piadosos  los  ojos  que  han 
llorado  de  Amor?  el  Amor  y  la  Piedad  se  ex- 
cluyen; 

un  silencio  hostil,  los  envolvía... 

en  los  labios  de  Judas,  apareció  una  son- 
risa amarga,  sin  sonidos,  que  dejaba  ver  los 
■dientes  feroces  de  lobezno;  sus  labios  tem- 
blaban, en  la  contracción  de  esa  sonrisa  falsa, 
que  tenía  todo  el  dolor  mudo  de  una  herida, 
y,  el  amargo  salobre  de  una  copa  repleta  de 
lágrimas... 

Magdalena,  temblaba  como  si  sintiese  co- 
rrer bajo  sus  cabellos,  el  escalofrío  de  la 
muerte,  o  viese  sobre  su  seno  desnudo,  la 
punta  de  un  puñal;  los  cristales  amortigua- 
dos de  sus  ojos,  suplicaban  en  una  muda  im- 
ploración ardiente... 

con  una  voz  que  salía  lenta,  por  entre  los 


MARÍA  MAGDALENA  io^ 

dientes    apretados,    voz,    llena    de    instintos 
crueles  y  dolorosos,  Judas  dijo... 

— Convertida,  ¿eh?  ¿viaje  de  nupcias  con 
jesús,  y  hacia  Jesús?...  ¿olvido  del  Pasado, 
renuncia  de  la  Vida?  ¿eso  es  lo  que  tienes 
que  proponerme?  ¿eso,  y  nada  más?  ¿en 
nombre  de  quien?  en  nombre  de  Jesús,  el  car- 
pintero de  Nazareth,  hecho  tu  amante  por  un 
decreto  imperioso  de  tu  sexo  insaciable  y  vol- 
tario?... ¿crees  tú,  que  yo  estoy  dispuesto  a 
retirarme,  a  ceder  a  tu  capricho,  a  dejarte  sin 
luchar,  a  darle  el  puesto  en  tu  lecho  y  en  tu 
corazón  al  rival  descamisado,  que  los  sueños 
de  tu  histeria,  han  elegido  para  reemplazar- 
me ?  ¿'crees  tú,  que  yo  he  reñido  con  mi  padre 
por  ti,  he  hecho  llorar  a  mi  Madre  por  ti;  he 
mermado  mi  hacienda  por  tus  caprichos,  me 
he  deshonrado  recibiendo  el  oro  de  los  roma- 
nos, para  adornarte  con  él,  he  aceptado  un 
puesto  en  la  Administración,  y  me  he  hecho 


108  VARGAS  VILA 

el  amigo  del  Pretor,  y  el  amigo  de  Roma,  sólo 
para  poder  satisfacer  los  caprichos  de  tu  opu- 
lencia; para  verte  cubierta  de  telas  de  Tiro„ 
y  de  Sidón,  y  ver  tus  cabellos  y  tu  seno,  ful- 
gentes con  la  luz  de  crisólitos  y  de  beriles  de 
ágatas,  y  de  turquesas;  y,  todo  eso  para  que- 
un  día,  me  pongas  a  tu  puerta,  y  entre  por 
ella  un  pobre  loco,  jefe  de  una  turba  inquieta 
de  rateros  y  de  merodeadores? ¿yo,  Judas, hijo» 
de  Absalo  de  Kerioth,  noble  en  Judea,  y  en- 
noblecido por  los  Césares;  yo  joven,  yo  rico, 
influyente  en  los  destinos  de  la  Tetrarquía, 
y  en  el  Gobierno  de  la  Provincia,  voy  a  ceder 
sin  resistencia  el  puesto,  al  plebeyo  afortu- 
nado, al  charlatán  de  ferias  y  embaucador  de 
multitudes,  del  cual  sueña  tu  lascivia  hacer 
un  amante?...  te  engañas,  Magdalena,  te  en- 
gañas; en  vano  cerrarás  tus  puertas,  yo,  siem- 
pre llegaré  hasta  ti;  en  vano  te  irás  tras  de 
él,  yo  siempre  seguiré  tus  huellas;  yo  te  arran- 


MARÍA  MAGDALENA  109 

caré  de  sus  brazos;  yo  te  libraré  de  sus  hechi- 
zos... ¡ay  del  pobre  Jesús,  si  en  su  vanidad 
quiere  alzarse  en  mi  camino!... 

i  ten   piedad   de   él,    Magdalena,  ten   pie- 
dad!... 

—Judas,  sé  bueno,  sé  generoso...  olvída- 
me... es  tan  dulce  el  Olvido  a  los  corazones 
lacerados...  tú  eres  joven,  eres  bello,  eres  ri- 
co, encontrarás  muchos  amores,  muchas  mu- 
jeres se  disputarán  el  tuyo,  ¿qué  te  importa 
el  cuerpo  de  esta  pobre  mujer  que  fué  de  to- 
dos, y  que  todo  lo  dio  a  ti,  sin  poderte  dar 
su  corazón?...  ¿qué  te  importa  ese,  a  quien 
tu  llamas  loco,  y  cuya  locura  se  alza  en  las 
claridades  nuevas  de  mi  Vida  con  un  frescor 
de  Aurora?  déjanos  vivir,  vivir  en  paz,  este 
minuto  amable  y  tardío;  déjame  gozar  la  som- 
bra amable  de  esta  hora  consoladora  que  ha 
caído  sobre  mi  corazón;  déjame  beber  el  agua 
clara  de  ese  manantial,  tanto  tiempo  buscado, 


no  VARGAS  VILA 

en  el  cual,  hoy  se  refrescan  mis  labios,  y  en< 
cuyo  espejo  tranquilo,  tiembla  mi  rostro  fati- 
gado de  lágrimas...  deja  partir  mi  alma,  para 
la  bella  excursión  a  los  cielos  lejanos  donde 
quiero  olvidar,  lo  que  fui  ayer,  lo  que  soy  hoy,, 
lo  que  seré  mañana;  déjame  oír  la  música  de 
la  esperanza,  la  hermana  de  mi  niñez,  esa  mú- 
sica que  por  primera  vez  hiere  mis  oídos;  mú- 
sica hasta  hoy  ausente  de  mi  Vida;  sus  me- 
lodías me  embriagan  y  en  medio  de  ellas,  no« 
oigo  sino  la  voz...  la  divina  voz  que  ha  des- 
pertado mi  alma  a  la  Vida,  por  el  Sortilegio* 
del  Amor... 

— Magdalena,  un  frío  puñal  es  tu  lengua..* 
me  asesinas...  tus  palabras  me  lastiman...; 
ellas  caen  sobre  mi  orgullo,  como  la  fusta  de 
un  foete  en  las  ancas  de  un  caballo...  ¿cómo,, 
deslumhrado  por  el  vértigo  de  tu  amor,  aun 
puedo  oírte?  y  ¿oírte,  sin  matarte  o  sin  ma- 
tarme?... Magdalena,  yo  he  bebido  el  licor 


MARÍA  MAGDALENA  I II 

de  tus  amores,  y  estoy  loco;  por  mis  ojos,  yo< 
he  apurado  tu  belleza,  y  estoy  ciego...  mi  ven- 
tura estaba  puesta  en  tus  manos  de  cristal, 
¿por  qué  la  rompes?  Magdalena,  yo  te  he 
amado  y  te  amo  aún;  la  llama  ardiente  de  tu 
amor  arde  en  mi  pecho  y  lo  consume...  ¿por 
qué  retrocedes  ante  ella?  ¿por  qué  sientes  eí 
espanto  de  su  luz?...  Magdalena,  esa  llama 
fué  mi  aurora;  cuando  te  vi,  yo  no  conocía  la 
mujer  sino  como  Madre;  a  mis  ojos  de  niño,, 
tú  revelaste  la  hembra;  yo,  era  salido  apenas- 
a  los  umbrales  de  la  adolescencia,  cuando  te 
vi  un  día,  enguirlandada  de  rosas,  como  una 
primavera,  ornada  de  pedrerías,  como  una 
Noche  fatigada  de  estrellas;  pasaste  ante  mis 
ojos  candidos  y  ávidos,  deslumhrados  del 
fausto  centellante,  en  la  confusa  adivinación 
de  las  carnes,  bajo  el  poniente  de  oro  fluida 
de  tu  cabellera  suelta;  mi  deseo  virgen,  te  si- 
guió en  la  hora   embalsamada    y  silenciosa; 


ii2  VARGAS  VIL  A 

eras  entonces  la  amada  del  Tetrarca,  ¿quién 
podía  levantar  hasta  ti  los  ojos?...  te  borraste 
de  mi  vista,  pero,  no  de  mi  corazón;  y,  tu  re- 
cuerdo, fué  ya,  una  rosa  de  ventura,  que  nin- 
gún viento  pudo  desflorar  en  mi  Soledad;  él 
se  alzó  por  sobre  las  purezas  de  mi  corazón 
y  las  ahogó  todas... 

tu  mirada  de  leona,  vio  claro  en  la  inerte 
desnudez  de  mi  corazón,  y  me  seguiste  con 
los  ojos;  el  hambre  atroz  de  tu  carne  deseó  mi 
-adolescencia;  así  me  lo  confesaste  luego;  eso, 
no  pudo  ser  por  aquel  entonces...  pero,  pocas 
veces  florecieron  los  almendros  en  los  prados, 
antes  de  que  nos  encontrásemos  de  nuevo,  en 
el  tranquilo  ardor  de  una  hora  meridiana... 
fuiste  mía;  la  onda  ardiente  de  mi  vida  te 
ahogó  en  su  tumulto...  desfloré  sobre  tu  seno 
la  corona  de  mi  juventud,  y,  sus  rosas  tenían 
un  triste  olor  humano;  la  barbarie  de  mis  la- 
bios insatisfechos,  lastimó  la  corola  de  los  tu- 


MARÍA  MAGDALENA  113 

yos,  semejantes  a  una  gran  herida,  en  cuyo 
fondo  durmiesen  crisálidas  blancas;  en  tus 
brazos,  anudados  como  dos  serpientes,  sobre 
mi  cuello,  dejé  todo  el  candor  de  mi  juventud 
altiva  y  fuerte;  toda  una  sucesión  de  albas  me 
sorprendió  dormido  sobre  tu  seno  florido,  co- 
mo sobre  una  almohada  de  nardos,  y  el  dulce 
aroma  de  tus  pechos  erectos,  fué  el  heraldo 
que  me  despertó  en  muchos  días,  recordán- 
dome el  jardín  en  que  me  había  dormido,  y 
enseñándome  de  nuevo  el  sendero  de  las  ca- 
ricias secretas;  ¡boca  suave,  boca  dulce,  boca 
roja  que  hoy  me  insultas!  ¿no  fuiste  tú  quien 
me  enseñó  las  palabras  primeras  del  Amor?... 
¿quién  me  enseñó  los  besos  infatigables  sino 
tú?...  y,  ¿esa  boca  que  me  enseñó  el  Amor, 
me  ordena  hoy  el  Olvido?...  el  Olvido  duer- 
me en  tu  corazón,  Magdalena,  por  eso  olvi- 
das que  en  la  llama  blonda  de  tu  cabellera, 
quemé    algo  más  que  mi  Amor,    quemé  mi 

MAGDALENA. — 8 


ii4  VARGAS  VILA 

Vida;  en  ella  quedaron  enredadas  por  igual, 
las  lágrimas  de  mi  Madre,  las  maldiciones  de 
mi  Padre,  y  los  jirones  de  mi  propio  honor... 
olvidas  que  para  poseerte,  yo  agoté  los  aho- 
rros en  el  arca  de  mi  Madre,  y  las  bondades 
en  su  corazón  inagotable;  que  para  amarte, 
yo  tuve  que  reñir  con  mi  Padre,  y  sentir  sobre 
mi  cabeza  el  rayo  de  su  cólera,  que  aun  vibra; 
que,  expulsado  de  la  casa  paterna,  tuve  que 
apelar  para  sostenerte,  a  las  gracias  del  Pre- 
tor, poniéndome  a  su  servicio,  para  sobornar 
la  juventud  hebrea,  y  llevarla  conmigo  a  ha- 
cer corte  a  los  haces  de  Roma,  que  amenazan 
substituir  la  bandera  roja  del  Tetrarca;  que 
las  lágrimas  y  los  ahorros  de  mi  Madre,  fueron 
oro  para  ti;  que  el  Amor  y  la  cólera  de  mi 
Padre,  fueron  oro  para  ti;  que  la  libertad  de 
mi  Patria  y  de  mi  Raza,  fué  oro  para  ti;  que 
mi  Honor,  fué  oro  para  ti;  que  yo  amonedé 
mis  amores  y  mis  vergüenzas,  y  con  ese  oro 


MARÍA  MAGDALENA  115 

adorné  tus  senos  y  tus  brazos,  ceñí  tu  cuello 
y,  coroné  tu  cabeza...  olvidas  todo  eso...  y, 
hoy  arrojas  el  recuerdo  de  esas  cosas  mudas, 
que  ya  no  te  dicen  nada;  toda  esa  floración 
de  mi  Amor,  de  mi  Dolor,  y  de  mi  Vergüen- 
za; mi  ventura  destruida,  mi  destino  trunco, 
mi  juventud  deshonrada,  para  arrojarme  con 
esos  despojos  de  mi  Vida,  fuera  de  tus  puer- 
tas, y  de  tu  corazón...  y,  ¿crees  que  yo  te  de- 
jaré hacer?  ¿que  voy  a  obedecerte?  ¿que  voy 
a  someterme  a  tus  caprichos,  y  a  dejar  vacío 
mi  puesto  en  tu  casa,  y  en  tu  lecho,  para  que 
venga  a  ocuparlo  el  sucio  visionario  que  tus 
ardores  de  hembra  han  escogido  para  saciar 
los  deseos  de  tu  cuerpo,  tan  miserable  y  tan 
hermoso?  ¿lo  crees? 

— ¡Ah,  Judas!  no  despiertes  en  mi  corazón, 
las  miserias  del  Pasado,  que  duermen  en  él; 
sus  miasmas  pútridos,  me  hacen  mal...  no  re- 
muevas el  estercolero  de  nuestras  vidas;  es 


n6  VARGAS  VILA 

asfixiante;  tus  palabras  sin  música,  tus  recuer- 
dos sin  encantos,  me  dan  horror...  la  gran 
suavidad  de  mi  hora  presente,  no  da  lugar  al 
eco  del  Pasado  en  mi  corazón;...  no  hay  lu- 
gar para  esas  rosas  ajadas,  para  esas  rosas 
muertas;  en  este  mi  jardín  de  hoy,  abierto  en 
plena  primavera,  bajo  el  esplendor  de  cielos 
vírgenes;  deja  dormir  al  Pasado  su  sueño  de 
muerte;  ¿existió  ese  Pasado?  yo,  no  quiero 
saberlo;  no  lo  sabré  ya;  él,  ha  muerto  para 
mí,  y  yo  he  muerto  en  él;  soy  un  cadáver  se- 
pultado en  su  corazón;  nada  ni  nadie  hará  re- 
vivir ese  Pasado;  es  vano  tu  empeño  de  lla- 
mar a  mi  corazón,  con  el  martillo  del  Recuer- 
do; mi  corazón  no  responderá;  no  te  conoce, 
ignora  el  eco  de  tu  voz,  porque  tú  no  estu- 
viste nunca  en  mi  corazón;  te  dormiste  sobre 
él,  pero,  no  entraste  nunca  en  él;  nadie  entró 
jamás  a  esa  Soledad;  hoy,  por  primera  vez,  el 
ave  del  Amor,  llega  a  ese  nido,  y,  nadie  podrá 


MARÍA  MAGDALENA  117 

destruir  ese  amor,  que  llega   como   una  ola 
blanca  sobre  la  mar  serena... 

— Yo,  lo  destruiré;  yo;  ¿crees  que  mi  alma 
está  dispuesta  a  morir  pacientemente,  sobre 
esas  rosas  del  Pasado,  que  tu  mano  deshojó 
y,  que  hoy  quieres  dejarme  como  única  he- 
rencia?... sus  pétalos  mustios,  dan  aún  bas- 
tantes perfumes  para  embriagarme  con  ellos, 
y,  esa  embriaguez  me  alienta  a  reconquistar 
el  jardín  en  que  nacieron,  y  a  expulsar  de  él, 
al  invasor  que  quiere  arrebatármelo,  y,  lo  ex- 
pulsaré con  mayor  violencia,  que  la  que  él, 
usó  hace  poco,  con  los  pobres  viejos  que  ven- 
dían baratijas  en  los  pórticos  del  templo;  ¡ah 
Magdalena!  ten  piedad  de  él;  ten  piedad  de 
mí;  mi  corazón  era  un  león  domesticado  por 
el  Amor...  ¡ten  cuidado,  si  el  león  vuelve  a 
la  selva  y  torna  a  ser  feroz!...  no  hagas  el 
gesto  que  liberte  al  león...  Magdalena,  no  me 
arrojes  lejos  de  ti;  no  me  arrojes  de  tu  co- 


n8  VARGAS  VIL  A 

razón;  él,  fué  el  nido  de  mi  ventura;  ¡cuida 
que  nadie  venga  a  posarse  en  él,  porque  yo 
destruiré  de  un  solo  golpe  el  nido,  y,  la  pareja 
enamorada; 

— Judas,  nada  puede  la  amenaza,  contra 
un  corazón  que  se  abre  a  la  ventura;  ¿qué  pa- 
labra de  Amor  te  podría  yo  decir,  que  no  fue- 
ra una  traición  a  mi  corazón?  ¿por  qué  quie- 
res ser  engañado?...  expúlsame  de  tu  cora- 
zón, y,  que  nuevas  músicas  lo  llenen,  con  el 
esplendor  de  sus  serenas  melodías,  y  el  en- 
canto de  sus  ritmos  tiernos;  otras  cabelleras 
de  luz,  se  extenderán  sobre  tus  noches,  ha- 
ciéndole un  v.elum  de  voluptuosidades,  bajo 
el  cual  lidiarás  los  combates  del  Amor;  aun 
te  esperan  la  inquietud  y  las  delicias  de  mu- 
chas horas  de  pasión,  y  muchos  amaneceres 
sobre  la  púrpura  muerta  de  vencimientos  glo- 
riosos... en  otros  ojos  hallarás  paisajes  des- 
mesurados de  ventura,  que  no  pueden  darte 


MARÍA  MAGDALENA  119 

ya  los  míos  cerrados  para  otra  luz,  que  no  sea 
la  que  viene  de  aquellos  ojos  de  cielo,  ante 
los  cuales  palidece  el  firmamento,  y,  se  hace 
triste  como  un  lago  de  cenizas;  déjame  en 
mi  soledad;  déjame  vivir  para  el  desarrapado 
de  Nazareth,  que  ha  despertado  mi  corazón; 
déjame  ser  la  sombra  de  ese  lis,  y,  la  almo- 
hada de  esa  cabeza,  que  no  ha  tenido  hasta 
hoy  para  reclinarse,  sino  las  duras  piedras  del 
camino... 

— Y,  ¿Jesús  te  ama?  ¿Jesús  el  casto?  ¿Je- 
sús el  Santo?  ¿aquel  que  predica  la  castidad 
como  la  más  alta  de  las  virtudes  de  la  Vi- 
da?... ¿el  «Hijo  de  Dios»,  ha  puesto  sus  ojos 
en  una  creatura  de  la  tierra?  ¿el  Rey  de  los 
Judíos,  ocupa  tu  lecho?...  ¡Salve,  Reina  de 
Judea!  ¡Salve!... 

y,  se  inclinó  en  una  reverencia  ultrajante 
de  comicidad,  con  toda  la  hiél  del  Sarcasmo, 
en  los  labios  coléricos... 


120  VARGAS  VIL  A 

Magdalena,  sintió  el  bofetón  de  esas  pa- 
labras, y,  con  melancólica  reflexión,  cual  si 
hablase  consigo  misma,  dijo: 

— i  Que  si  me  ama  él!...  ¿lo  sé  yo  acaso? 
mi  corazón  no  se  ha  preguntado  eso:  a  mi 
corazón  le  basta  amar;  el  río  de  mi  amor,  no 
se  ha  preguntado  si  lo  ama  la  selva  en  cuyo- 
seno  va  a  desbordarse  y  a  vivir;  al  río  le  basta 
besar  el  seno  de  la  selva,  reflejar  su  belleza, 
y  ser  su  himno;  así  mi  corazón;  ¿no  vive  en 
él,  mi  amor?  ¿qué  más  puedo  pedirle  sino 
que  viva?  ¿no  es  él,  el  alba  primera  que  ha 
fulgido  sobre  mi  alma?  ¿que  más  puedo  pe- 
dirle al  cielo  donde  brilla  esa  alba,  sino  que 
todas  las  estrellas,  de  todos  los  firmamentos,, 
brillen  sobre  él,  perpetuamente  en  un  fre- 
nesí de  exaltación?...  ¡ah  Judas!  déjame 
amar;  déjame  vivir;  por  el  encanto  que  te  die- 
ron mis  labios;  por  el  calor  que  te  brindó  mi 
pecho;  por  el  placer  que  te  dieron  mis  carnes; 


MARÍA  MAGDALENA  121 

déjame  amar;  déjame  vivir;  en  tus  brazos  ago- 
té el  placer;  en  los  de  Jesús  quiero  agotar  el 
Amor;  déjame  amar... 

— Magdalena,  devora  esa  palabra,  que  ha 
debido  quemar  tus  labios  mentirosos...  que 
devorada  sea  por  tus  labios  perjuros;  que  la 
trague  tu  garganta  de  serpiente;  ¡ah!  ¿tú  no 
me  amabas?...  y,  sin  embargo,  me  jurabas 
Amor;  el  Amor  era  la  canción  de  tus  labios 
falaces;  me  hablabas  de  amor,  cuando  tem- 
blabas en  mis  brazos,  como  una  loba  insatis- 
fecha; cuando  ansiabas  nuevos  besos;  cuando 
deseabas  un  vaso  de  Corinto,  un  tapiz  de 
Bagdad,  un  crisopasio  de  Sedom,  un  braza- 
lete trabajado  por  orfebres  edomitas;  me  lo» 
mentías  con  las  sardonias  de  tus  ojos  de  tigre 
lujuriante,  cuando  yo  hacía  el  gesto  de  huir 
de  ti,  oyendo  los  reclamos  de  mi  honor... 

— Judas,  perdóname,  yo,  creía  que  ése  era 
el  Amor;  yo  no  conocía  otro;  tarde  me  ha  sido 


322  VARGAS  VIL  A 

revelado;  tarde  he  entrado  en  él;  ¡ten  piedad 
-de  un  corazón  que  se  despierta  tan  tarde,  a 
la  hora  del  crepúsculo,  cuando  la  cauda  del 
Sol,  se  enreda  a  la  cabellera  'de  la  Noche,  que 
aparece;  olvida  mis  besos,  ya  que  no  puedo 
devolvértelos,  como  te  devolveré  las  pocas 
joyas  que  me  quedan,  aquellas  que  no  he  ven- 
dido para  aliviar  la  miseria  de  la  turba  que 
sigue  al  Galileo,  desarmar  su  hostilidad,  y, 
^vencer  la  codicia  de  sus  apóstoles,  para  que 
me  permitan  estar  cerca  de  él,  sin  incitar  la 
chusma  contra  mí;  ¿qué  me  importan  ya 
las  telas,  las  joyas,  las  piedras  multiformes 
•que  antes  hacían  aureola  a  mi  belleza?  yo, 
iré  vestida  con  la  sola  túnica  de  mis  carnes  y, 
la  sola  diadema  de  mis  cabellos,  y  le  diré: 
« Tómame  así,  como  salí  del  vientre  de  mi 
Madre;  yo,  te  traigo  la  virginidad  de  mi  co- 
razón; desgárrala,  ¡oh  mi  Salvador!...  yo  no 
llevaré  a  él,  otras  joyas  que  el  oro  de  mis  ca- 


MARÍA  MAGDALENA  123 

bellos,  las  esmeraldas  de  mis  ojos,  los  rubíes 
de  mis  labios,  las  perlas  de  mis  dientes,  y  el 
•collar  de  ámbar  de  mis  brazos;  de  todas  mis 
riquezas,  yo  no  me  reservo  sino  los  óleos  y  los 
bálsamos,  para  perfumar  con  ellos,  la  cabeza 
divina,  que  he  de  reclinar  sobre  mi  pecho,  y 
ungir  los  blancos  pies  de  peregrino,  cuando 
me  tienda  ante  ellos,  como  una  perra  lasciva, 
que  adora  y  lame  los  pies  de  su  Señor;  que 
pasen  sus  pies  sobre  mí;  que  me  pisen;  que 
me  ultrajen;  yo  seguiré  sus  huellas  donde 
ellos  vayan,  aunque  sea  más  allá  de  los  con- 
fines de  la  tierra,  donde  ya  no  alumbran  las 
estrellas,  ni  tienen  voz  las  olas  de  los  mares... : 
— Magdalena,  tú  estás  loca,  Magdalena, 
vuelve  en  ti;  aun  tenemos  largas  horas  de 
ventura  ante  nosotros;  aun  podemos  vivir  un 
sueño  de  amor,  de  libertad,  de  pasión;  aun 
podemos  ser  felices...  el  rosal  de  nuestro 
Amor,  que  hoy  tiembla  bajo  un  viento  hostil 


124  VARGAS  VIL  A 

y  malo,  reflorecerá  de  nuevo,  y  nos  corona- 
remos otra  vez  de  sus  flores  atrevidas;  el  pla- 
cer nos  mecerá  de  nuevo,  con  su  salvaje  sin- 
fonía de  besos,  y,  la  música  de  nuestras  ca- 
ricias, estremecerá  el  vientre  de  las  noches 
calladas;  viviremos  de  nuevo,  las  mil  vidas 
recónditas  de  que  el  Amor  se  nutre,  y,  que 
florecen  en  una  interminable  floración  de  co- 
sas vírgenes;  yo  te  envolveré  en  mi  Amor,  co- 
mo en  las  ondas  de  una  mar  furtiva;  yo,  de- 
voraré de  nuevo  tu  corazón;...  y,  acercán- 
dose a  Magdalena,  con  un  gesto  de  felino 
que  se  lanza  sobre  la  presa,  la  tomó  en  sus 
brazos,  gritándole  con  una  voz  que  parecía 
estrangulada  por  el  sexo: 

— Déjame  besar  tus  ojos,  tus  ojos  que  vie- 
ron mi  alma,  y,  son  los  soles  de  mi  soledad;, 
déjame  besar  tus  cabellos,  que  fueron  el  oro 
de  mis  cielos,  y,  la  púrpura  de  mis  noches,  el 
paládium  de  mi  destreza,  y,  la  tienda  a  cuya 


MARÍA  MAGDALENA  125 

sombra  me  dormí  después  de  las  batallas,  es- 
tandarte luminoso,  que  hoy  quieres  arrebatar- 
me, para  hacerlo  flotar  en  otras  manos;...  dé- 
jame besar  tu  garganta,  nido  hecho  de  plu- 
mas de  ánade  y  pétalos  de  magnolia,  y,  don- 
de tantas  noches,  cantó  para  mí,  el  ruiseñor 
de  tu  palabra;  déjame  besar  tus  senos,  las  án- 
foras de  marfil,  las  dos  azaleas  divinas,  que 
mis  labios  empurpuraron  tantas  veces,  y  a 
-cuya  sombra  me  dormí,  como  un  niño  recién 
•desmamantado... 

y,  diciendo  así,  hizo  el  gesto  de  besarla, 
y,  acercó  a  ella  los  labios  con  lascivia; 

Magdalena,  rechazó  el  abrazo  brutal  que  la 
ceñía  como  dos  garras,  y,  esquivó  los  labios 
ardientes  que  la  buscaban  como  dos  belfos 
de  león... 

—No,  no  tomarás  mi  cuerpo,  que  ha  sido 
hasta  ahora,  la  inmunda  prisión  de  mi  alma; 
nada  despierta  en  mi  corazón  el  eco  de  tus 


126  VARGAS  VIL  A 

palabras,  lleno  de  un  soplo  carnal,  malsano,, 
como  el  perfume  nocturno  escapado  de  un  es- 
tero; yo  huyo  de  ti  como  un  peligro,  como  de 
una  maldición,  como  de  un  miasma... 

— No,  no  huirás  de  mí;  no  podrás  escapar- 
me; yo,  te  llevaré  conmigo,  te  encerraré  como- 
una  esclava,  en  una  prisión  donde  no  tengas- 
más  luz  que  la  de  mis  ojos,  que  tanto  has  he- 
cho llorar,  ni  más  lecho,  que  este  corazón,  que 
ahora  desgarras;  este  corazón  que  tanto  te  ha 
amado,  que  te  amará  siempre,  aunque  no  tu- 
viera otra  esperanza  que  la  de  cortar  tu  cabe- 
za, para  ponerla  sobre  él;...  nadie  te  librará, 
de  mí;  nadie... 

y,  hecho  tierno,  conmovido  hasta  las  lágri- 
mas, cayó  de  rodillas,  tomando  una  mano  de 
la  mujer  entre  las  suyas... 

— Un  beso,  Magdalena;  un  beso;  olvide- 
mos la  pesadilla  de  tus  palabras,  y,  seamos 
como  antes;  que  nuestros  cuerpos  parezcan. 


MARÍA  MAGDALENA  I2£ 

un  solo  cuerpo,  y,  nuestras  vidas,  formen  una 
sola  vida; 

y,  se  abrazó  a  sus  rodillas  con  furia  salvaje; 
y,  quiso  traerla  a  tierra,  loco  de  besarla  y,  po- 
seerla; 

hubo  un  instante  de  lucha,  corta  y  feroz,, 
como  la  que  precede  al  ayuntamiento  de  dos 
gatos  en  las  tinieblas... 

Magdalena,  logró  desasirse  del  abrazo,  y  es- 
capó con  las  ropas  desgarradas,  y  el  cabello  en 
desorden,  hacia  el  aposento  vecino;  gritando:. 

— j Jamás!  ¡Jamás!... 

y,  su  voz  tenía  los  tremores  del  aullido  de 
una  loba  en  la  Noche... 

Judas,  la  siguió,  desnudando  el  puñal,  que 
llevaba  al  cinto... 

y,  se  oyeron  pasos  acelerados  en  la  sombra; 
ruido  de  muebles...  estertor  de  lucha; 

y,  desgarrando  el  vientre  del  Silencio...  los 
grandes  alaridos  de  la  mujer  violada. 


El  ensueño  y  el  encanto  de  los  cielos,  se 
vierte  como  una  copa  de  perfumes  sobre  la 
Tierra; 

la  tarde  tiene  el  alma  de  un  ópalo; 

el  azul  atenuado  del  espacio,  presiente  la 
caricia  violadora  de  las  estrellas; 

nieves  virginales,  las  nubes  en  el  éter  pro- 
fundo; 

magníficamente  ebrios  de  luz,  mueren  los 
paisajes  sin  esfuerzo... 

la  ternura  equívoca  de  la  hora,  lo  envuelve 
todo  en  una  complexidad  extraña  de  caricias; 

MAGDALENA. — 9 


130  VARGAS  VIL  A 

la  calma  armoniosa  de  los  campos,  satu- 
rada de  efluvios  de  Voluptuosidad..* 

los  lises  de  los  cielos,  ornamentan  el  cre- 
púsculo, con  su  gracia  inmortal,  como  gran- 
des antorchas  nupciales,  esperando  el  paso 
de  una  Prometida,  hacia  el  altar;... 

las  ondas  del  lago  florecen  de  espumas,  co- 
mo besos  de  labios  turbados... 

cantan  las  ondas,  su  canción  azul... 

el  llano  verde,  enrojece  en  la  púrpura  del 
Sol,  con  una  gracia  ambigua  de  andrógino... 

en  el  encanto  perverso  de  la  hora,  se  ve  la 
silueta  de  Jesús,  marchando  sobre  el  llano 
pensativo... 

en  la  paz  de  los  campos,  se  diría,  una  ane- 
mona de  cristal,  que  se  moviera,  llena  de  una 
luz  fluida; 

las  palideces  de  su  rostro,  y  de  su  túnica, 
son  una  blancura  más,  en  la  blancura  verdá- 
cea,  de  la  hora  vespertina; 


MARÍA  MAGDALENA  131 

se  detiene  a  la  sombra  de  un  olivo,  cual  si 
prestase  oído  atento  a  la  melodía  de  las  brisas 
que  mueven  el  ramaje... 

inclina  la  cabeza,  como  el  síncope  de  un 
lis,  en  el  horizonte  alga-marina,  lleno  del  pol- 
vo de  oro  de  la  tarde; 

su  alma  de  Poeta,  se  baña  en  el  crepúsculo 
emergente,  como  en  una  dilución  de  rosas  del 
Ocaso; 

el  campo  extático  bajo  el  beso  enervante 
del  silencio... 

el  hipnotismo  azul  violeta  de  la  hora,  ex- 
tiende en  un  sueño  sin  dolores  su  manto  lu- 
minoso de  zafir... 

el  Cristo,  sueña,  junto  al  olor  nubil  de  los 
rosales... 

de  súbito,  cerca  a  él,  entre  el  boscaje,  se 
siente  un  ruido  leve,  como  el  de  una  corza 
oculta; 

el  ramaje  se  entreabre,  y,  una  forma  apa- 


1 32  VARGAS  VIL  A 

rece,  blanca  y  tenue,  como  envuelta  en  un 
áureo  resplandor;  semejaba  un  cisne  con  alas 
plegadas,  alas  de  oro; 

el  Cristo,  indiferente,  la  mira  aparecer; 

— ¿Quién  eres?,  interroga  calmado; 

la  aparición  quita  el  velo  que  oculta  su  ca-^ 
beza,  y,  un  halo  de  luz  inunda  el  paisaje; 

— Magdalena,  dice  el  Cristo,  pugnando 
por  aparecer  sereno. 

— Maestro,  murmura  ella. 

— Mujer,  ¿a  dónde  vas? 

— En  tu  busca,  Señor. 

— En  busca  de  mi  Palabra;  porque  yo  soy 
el  pan  del  menesteroso,  y  la  fuente  del  se- 
diento; yo  soy,  aquel  que  salva. 

— ¿Por  el  Amor?... 

— Sí,  por  el  Amor. 

— Maestro,  ¿qué  es  el  Amor? 

Jesús,  miró  a  la  Pecadora  con  ojos  de  Pie- 
dad. 


MARÍA  MAGDALENA  133 

— Desgraciado  de  aquel,  dijo,  que  ignora 
lo  que  es  el  Amor... 

— Maestro;  ¿tú  conoces  el  Amor? 

— Del  Amor  nací;  para  el  Amor  vivo;  y,  he 
de  morir  por  el  Amor;  yo  soy  el  Amor;  quien 
dice  Redentor,  dice  Hombre  de  Amor;  aquel 
que  redime,  es  porque  ama;  darse  a  los  otros 
o  por  los  otros,  eso  es  Amor;  todo  amor  no 
es  un  Sacrificio,  pero,  todo  Sacrificio  es  un 
Amor;  y,  yo  he  venido  a  sacrificarme  por  los 
hombres;  es  decir,  he  venido  a  morir  por  el 
Amor;  yo  soy  el  Salvador,  y  sólo  el  Amor 
salva;  quien  dice  Dios,  dice  Amor;  y  mi  Pa- 
dre, que  está  en  los  cielos,  Amor  es; 

Magdalena,  lo  mira  y  lo  escucha  extasiada, 
como  si  absorbiese  al  mismo  tiempo  por  los 
ojos,  y,  por  los  oídos,  por  todos  los  poros  de 
su  cuerpo,  la  belleza  del  rostro  y  la  de  las  pa- 
labras; era  una  devoración  lenta  y  golosa,  he- 
cha de  todos  los  refinamientos  de  la  carne,  y 


134  VARGAS  VIL  A 

los  del  espíritu,  la  gran  voluptuosidad  senso- 
rial, del  que  escucha  en  el  silencio  de  la  no- 
che una  música  de  Amor;  había  una  tristeza 
infinita  en  sus  miradas,  como  la  de  un  prado 
bajo  la  lluvia,  donde  todas  las  flores  ultraja- 
das aspiran  a  revivir... 

— Señor,  vuestras  palabras  son  más  suaves, 
que  los  aceites  de  la  Siria,  y,  más  olorosas, 
que  los  azafranes  de  Mesopotamia;  ellas  cu- 
ran nuestras  heridas,  y  las  perfuman;  bendi- 
tas sean  las  palabras  de  tu  boca  melancólica 
que  se  abre  sobre  la  Vida,  como  el  portal  del 
templo  de  la  Misericordia;  bendita  sea  tu  voz, 
que  tiene  la  dulzura  de  una  flauta  de  Jonia, 
sonando  bajo  un  bosque  de  laureles;  bendi- 
tas sean  tus  manos  que  tienen  la  nítida  blan- 
cura, y,  el  suave  calor  de  una  paloma  que 
vuela  sobre  los  llanos  de  Amatonte;  bendita 
la  mirada  de  tus  ojos,  que  tienen  el  azul  pro- 
fundo de  las  noches,  y,  tienen  su  candor;  ben- 


MARÍA  MAGDALENA  135 

dita  la  palidez  de  ámbar  de  tu  rostro,  que  lo 
hace  aparecer  bajo  la  sombra  de  tu  cabellera, 
como  un  nenúfar  fluvial  a  la  sombra  de  un 
sauce,  bañado  en  el  oro  de  la  tarde;  bendita 
la  esbeltez  atractiva  y,  misteriosa  de  tu  cuer- 
po, que  semeja  un  junco  lagunar,  besado  por 
el  rayo  de  la  luna;  bendito  el  calor  de  tu  tú- 
nica blanca  que  semeja  en  la  sombra,  el  res- 
plandor sideral  de  un  rayo  de  oro  en  el  can- 
dor de  una  anémona  silvestre;  ¡ah!  déjame 
besar  el  extremo  de  tu  túnica,  bandera  de 
Vida  Eterna,  blanca  vela  de  la  Esperanza, 
donde  está  el  Piloto  que  vence  todos  los  equi- 
noccios, y,  doma  todas  las  tempestades; 

y,  cayendo  de  rodillas  hace  el  gesto  de  to- 
mar en  su  mano,  el  extremo  de  la  túnica  para 
besarla... 

hay  tanto  calor  en  las  palabras  de  la  Peca- 
dora, que  el  Cristo  retrocede,  lleno  de  una 
turbación  extraña,  cual  si  el  calor  de  esas  pa- 


1 36  VARGAS  VIL  A 

labras  le  envolviesen  el  cuerpo,  como  una 
llama... 

Magdalena,  que  siente  huir  de  entre  sus 
dedos,  el  lino  de  la  túnica,  que  ya  aprisiona- 
ba, deja  caer  su  cabeza  desfallecida  sobre  el 
brazo,  y,  así  con  el  rostro  contra  el  suelo,  ex- 
tendida por  tierra,  bajo  la  cabellera  luminosa, 
a  los  pies  del  Maestro,  semeja  una  zarza  in- 
cendiada, en  lo  más  hondo  de  un  monte,  un 
arroyo  de  lava  ardiente  corriendo  en  el  cora- 
zón infinito  del  crepúsculo... 

— Mujer,  dice  el  Cristo,  con  una  voz  turba- 
da por  emociones  inconfesadas,  y,  que  pugna 
en  vano,  por  ser  segura  y  grave...  esclava  de 
la  carne  y  del  Pecado,  tú  no  sabes  lo  que  es 
el  Amor;  tu  carne  sufriente,  pide  el  bálsamo 
que  la  cure;  tu  alma  prisionera  pide  la  Liber- 
tad; paloma  cegada  por  las  llamas  de  un  in- 
cendio, yo  te  daré  nuevas  pupilas  para  que 
veas  un  nuevo  sol;  al  contacto  de  mis  pala- 


MARÍA  MAGDALENA  137 

bras,  como  al  contacto  de  mis  manos,  abrirá? 
los  ojos... 

— Para  mirarte,  para  contemplarte,  Señor; 
el  Milagro  está  ya  hecho;  yo  estaba  encade- 
nada y  tú  me  libraste;  yo,  era  muerta  y,  tú 
me  has  resucitado;  del  fondo  de  mi  sepulcro, 
yo  tiendo  mis  manos  hacia  ti;  es  verdad,  tú 
eres  el  Cristo,  porque  tú  curas  a  los  leprosos, 
das  vista  a  los  ciegos,  y,  haces  alzar  los  muer- 
tos del  fondo  del  sepulcro;  yo  doy  testimonio 
de  ello;  yo,  era  leprosa  del  espíritu  y  tú  me 
has  sanado;  yo,  era  ciega  del  Alma,  y  tú  me 
has  dado  ojos;  yo,  era  muerta  para  el  Bien, 
y  tú  me  has  dado  Vida;...  y,  todo  por  tu  amor, 
y,  para  tu  amor,  sin  el  cual,  yo  volvería  a  mi 
lepra,  a  mis  tinieblas,  y,  a  mi  tumba... 

y,  la  Pecadora  se  arrastra  de  rodillas  ante- 
el  Cristo,  que  retrocede... 

— Mujer,  el  hálito  de  tu  cuerpo  de  pantera 
odorif erante,  me  hace  mal;  apártate  de  mí; 


138  VARGAS  VIL  A 

no  tientes  a  aquel  que  ha  venido  para  salvar- 
te; ve,  mujer,  dobla  la  cabeza  audaz,  violada 
por  todos  los  soles  del  Pecado;  oculta  la  ca- 
bellera reverberante,  llena  de  acres  aromas; 
vela  la  mirada  de  esos  ojos  espléndidamente 
verdes,  como  una  mar  lasciva  y  pérfida;  cu- 
bre tu  rostro  de  tentación,  flor  viviente  llena 
-de  la  embriaguez  de  los  deseos;  macera  tus 
carnes;  entra  en  penitencia;  sólo  así  podrás 
ser  salvada  por  el  Amor  que  buscas... 

y,  cuando  el  Cristo  habla  así,  tiembla,  co- 
mo si  la  palpitación  de  todos  los  mundos  tem- 
blara en  sus  palabras...  y,  aparta  los  ojos  de 
Magdalena,  como  temeroso  de  ver  bajo  el 
•cóncavo  cielo,  aparecer  el  esplendor  de  su 
cuerpo  desnudo... 

y,  ésta,  murmura  con  una  voz  de  susulto, 
que  semeja  una  música  grave,  bajo  el  esplen- 
dor difuso  de  sus  pupilas  glaucas; 

— Señor,  todo  lo  haré  por  tu  amor,  que  me 


MARÍA  MAGDALENA  139 

sonríe  divinamente,  desde  el  fondo  de  un  cie- 
lo de  caricias;  más  radiante  que  todos  los 
orientes,  donde  tiembla  el  reflejo  deslumbran- 
te de  soles  vírgenes;  yo,  velaré  las  gemas  vi- 
vas de  mis  ojos,  de  modo  que  nadie  las  vea, 
y  sólo  tu  imagen  se  refleje  en  ellas,  como  una 
estrella  pálida,  en  el  silencio  ardiente  de  un 
pozo  en  el  desierto;  yo,  cortaré  mi  cabellera, 
como  se  tala  una  selva  para  la  roza,  y,  haré 
de  ella  una  almohada  de  sedas  para  que  en 
ella  se  recline  tu  cabeza  vencida,  destinada  a 
todas  las  lapidaciones;  velada  como  una  som- 
bra, yo,  seguiré  tus  pasos,  por  los  senderos  a 
la  luz  que  vierte  suavemente  la  tarde;  yo,  es- 
cucharé tus  palabras,  dichas  a  la  vera  de  los 
•caminos,  a  la  hora  de  la  ruina  opulenta  del 
día,  ante  los  valles  tristes,  que  semejan  ma- 
res estancados;  yo,  te  seguiré  más  allá  de  la 
Vida,  y,  más  allá  de  la  Muerte; 

el  Cristo,  se  sienta  en  un  banco,  arreglan- 


140  VARGAS  VILA 

do  los  pliegues  de  su  túnica,  como  los  pétalos 
de  un  lis  ajado,  la  mirada  vaga,  perdida  en 
la  inmensidad,  cual  si  siguiese  el  vuelo  de  sus 
pálidos  sueños; 

Magdalena,  tomando  en  sus  manos  uno  de: 
los  pies  del  Profeta,  principia  a  besarlo,  dul  - 
cemente,  suavemente,  tiernamente... 

a  la  caricia  de  aquellos  labios  que  rozan  su 
epidermis,  el  Cristo  se  estremece;  todo  el  an- 
tiguo misterio  de  la  carne  grita  en  él;  su  cuer- 
po joven,  tiembla,  y  el  «Hijo  de  Dios»,  sien- 
te el  soplo  de  la  primitiva  bestialidad  que: 
creó  al  Hombre,  subirle  como  una  llama... 

hecho  más  pálido,  bajo  la  servidumbre  de 
la  Naturaleza,  que  lo  turba,  los  ojos  entrece- 
rrados, las  manos  inertes,  deja  hacer  a  la  mu- 
jer, que  ahora  besa  los  pies  apasionadamente,, 
frenéticamente,  como  con  ansias  de  morder- 
los... 

con  una  'voz  cuasi  extinta,  que  parece  muy 


MARÍA  MAGDALENA  141 

lejana,  como  venida  del  fondo  de  sus  agita- 
ciones múltiples,  dice: 

—Tu  cabellera,  Magdalena,  no  la  cortes... 
y,  hunde  una  de  sus  manos,  en  la  masa 
triunfal  de  los  cabellos,  y,  la  mano  se  pierde 
•en  las  crenchas  luminosas,  como  el  alma  de 
un  cisne  que  se  hundiera  en  un  lago  de  to- 
pacio... 

Magdalena,  alza  su  cabeza  hasta  las  rodi- 
llas del  Cristo,  y,  la  posa  en  ellas; 

un  vértigo  extraño  llenaba  la  atmósfera, 
cual  si  todas  las  cosas,  tuviesen  un  solo  hálito, 
vibrante  de  voluptuosidad; 

por  las  ondulaciones  de  los  caminos,  uno 
a  uno,  van  llegando  los  romeros,  los  peregri- 
nos, los  mendigos,  las  mujeres,  los  apóstoles, 
todos  los  menesterosos  de  la  Palabra  divina, 
que  viene  a  buscarla  en  los  labios  del  Maes- 


tro.. 


llegan  por  grupos  o  aislados,  y  los  más  le- 


i42  VARGAS  VILA 

janos  parecen  desaparecer  en  el  estremeci- 
miento de  la  tarde; 

ancianos  sombríos,  con  cabezas  calvas,  en 
las  cuales  brilla  el  sol  muriente,  como  sobre 
escudos  amellados;  son  como  sombras,  que 
se  arrastran  por  el  sendero,  en  el  azul  cam- 
biante... 

jóvenes  catecúmenos  con  rostros  de  ilumi- 
nados, brillantes  por  la  fiebre  interior  de  aquel 
que  viene  en  espera  del  Milagro,  el  oído  aten- 
to del  que  busca  la  fuente  en  la  montaña,  y  el 
ojo  insatisfecho  del  que  sigue  en  la  noche,  la. 
marcha  de  una  estrella  sobre  un  cielo  en  bo- 
rrasca... 

esclavos  taciturnos,  venidos  de  los  puntos 
más  remotos  de  Judea,  y,  que  han  oído  hablar 
de  aquel  que  viene  contra  los  opresores  de: 
la  Tierra,  contra  los  Césares,  contra  los  Sa- 
cerdotes, contra  los  Jueces;  caminan  libres, 
pero,  se  diría  que  un  gran  rumor  de  cadenas» 


MARÍA  MAGDALENA  145 

se  alza  tras  de  sus  pasos,  como  un  clamor  de 
mar  en  la  Noche;  adolescentes  prematura- 
mente graves,  llenos  de  un  sombrío  ardor  en 
las  miradas;  cabezas  bellas,  para  todas  las 
coronas,  las  del  combate  y  las  del  martirio,, 
pálidas  rosas  visionarias,  abiertas  a  la  apari- 
ción de  una  aurora  remota; 

mujeres,  con  rostros  iluminados  por  un  res- 
plandor de  fe  candida,  y  los  ojos  opacos  de 
aquellos  que  han  llorado  mucho,  cansados  de 
esperar... 

niños  con  una  mezcla  de  espanto,  y,  de 
amor  en  las  pupilas  tiernas  y  profundas,  co- 
mo pozos  de  agua  virgen  en  un  silencio  cal- 
mado... 

pescadores  groseros,  de  los  vecinos  lagos, 
tostadas  las  pieles,  duras,  como  un  brillo  de 
molusco,  y,  la  expresión  del  rostro  brutal  y> 
atónita  a  la  vez... 

mendigos  pestilentes; 


i44  VARGAS  VILA 

rateros... 

merodeadores...- 

viejos  ladrones  de  camino,  con  ojos  violen- 
tos y  tenaces; 

todos  harapientos,  sórdidos  miserables,  ca- 
paces de  turbar  por  su  aspecto  alarmante  el 
¿nimo  más  sereno; 

no  había  apacible  sino  la  tarde,  que  pare- 
cía cantar  en  los  aires' una  música  ilusoria... 

todos  llegan  preocupados,  ardientes,  llenos 
de  una  religiosa  ansiedad,  como  una  carava- 
na sedienta,  que  se  aproxima  a  las  riberas  de 
un  gran  río; 

los  primeros  llegados  alcanzan  a  ver  a  Mag- 
dalena, la  cabeza  apoyada  en  las  rodillas  del 
Cristo,  y,  la  mano  de  éste  perdida  en  la  masa 
iluvial  de  los  cabellos; 

retroceden  confusos  hacia  el  olivar  cerca- 
no, y  se  agrupan  en  él,  asombrados  y,  mur- 
muradores... 


MARÍA  MAGDALENA  145 

las  mujeres,  con  una  indignación  celosa, 
tienen  miradas  crueles; 

los  jóvenes  sonríen; 

los  niños  callan.,. 

Jesús,  abre  los  ojos,  tembloroso  aún,  como 
una  espiga  en  la  tarde... 

y,  viendo  el  grupo  de  discípulos  que  lo  es- 
pía, retira  la  mano  de  los  cabellos  de  Magda- 
lena, y  la  rechaza  violentamente; 

ésta,  comprendiendo  el  gesto  del  Maestro, 
se  pone  en  pie,  y,  envolviéndose  en  sus  largos 
velos,  va  a  esconderse  tras  el  tronco  de  un 
Olivo,  deseosa  de  ocultarse  a  las  miradas  de 
aquellos  que  llegan; 

en  la  divina  ambigüedad  de  la  hora,  el 
crepúsculo  le  hace  una  como  guarida  de  re- 
verberaciones; parece  perdida  en  la  inmensi- 
dad de  la  gloria  celeste  que  inunda  el  paisa- 
je; se  diría  una  columna  dórica  en  cuyas  ca- 
neladuras  jugase  un  rayo  de  luz; 

MAGDALENA. — 10 


146  VARGAS  VILA 

el  Cristo,  libre  ya  de  la  sensación  vertigi- 
nosa del  momento,  ha  recobrado  toda  su  se- 
renidad, y,  se  ofrece  a  los  ojos  ávidos  de  sus 
discípulos,  como  un  lis  espléndido  en  el  si- 
lencio vesperal,  cual  si  saliese  del  somnam- 
bulismo de  su  oración;  tranquilo,  augusto, 
hierático... 

una  melodía  misteriosa  recorre  los  parajes, 
envueltos  en  una  luz  fosforescente,  y,  se  es- 
parce en  el  espacio  lejano,  como  un  perfume, 
como  el  hálito  del  alma  de  la  mar  cercana... 

todo  en  las  claridades  difusas,  llenas  de  es- 
tremecimientos musicales,  parece  prepararse 
para  escuchar,  el  Milagro  de  la  Palabra;  la 
divina  Anunciación  del  Verbo; 

las  mujeres  inquietas  y,  crueles,  se  aproxi- 
man a  Magdalena,  en  actitud  hostil,  llenos 
de  amenazas  los  ojos  malos,  y,  la  boca 
amarga; 

la  mirada  del  Cristo,  las  detiene... 


MARÍA  MAGDALENA  H7, 

— Maestro,  dicen  las  más  audaces;  ¿quién 
es  esa  mujer?  i 

— Vosotras,  lo  habéis  dicho:  una  mujer; 

— Es  la  Pecadora.  { 

— Y,  ¿cuál  de  vosotras  no  ha  pecado? 

— Es  María,  la  de  Magdalo. 

— Aquel  que  viene  a  mí,  no  tiene  nombre; 
en  el  rebaño  de  mi  Padre,  las  ovejas  no  tie- 
nen marca,  y,  yo  que  soy  su  Pastor,  no  las  sé 
distinguir,  sino  por  su  balido;  yo,  sé  las  que 
vienen  del  Oriente,  y,  las  que  vienen  del  Oc- 
cidente; todas  son  las  ovejas  de  mi  Padre,  y 
yo,  no  quiero  saber  el  lugar  en  que  nacieron; 
mi  mano  sabe  conocerlas,  por  el  calor  de  su 
vellón; 

y,  sacude  lentamente  su  mano,  como  si  qui- 
siese desprenderse  del  perfume  que  ha  de- 
jado en  ella,  los  cabellos  de  Magdalena; 

— Maestro,  dice  la  más  insistente  de  las 


148  VARGAS  VILA 

hembras  de  la  turba;  esta  mujer  ha  sido  y  es, 
la  Piedra  del  Escándalo. 

todas  apoyan  la  aseveración  con  un  mur- 
mullo; 

— El  Escándalo  lo  traéis  vosotras  en  vues- 
tros labios  y,  en  vuestros  corazones:  ¿es  con 
esa  leche  de  Odio  y  de  Intolerancia,  que  lac- 
táis  vuestros  pequeñuelos?  ¿tendríais  el  va- 
lor de  decirles  lo  que  hizo  esa  mujer,  y  lo  que 
hacéis -vosotras?  ya  os  lo  he  dicho,  ¡ay  de 
aquel  que  escandalizare  a  uno  de  estos  pe- 
queñuelos! más  le  valiera  que  le  atasen  una 
piedra  de  molino  al  cuello  y,  lo  arrojasen  al 
mar;  en  Verdad  de  Verdad,  os  digo,  hembras 
de  Murmuración  y  de  Rencor,  que  por  esos 
caminos  no  se  va  al  Reino  de  mi  Padre;  que 
es  el  Reino  del  Perdón,  de  la  Piedad,  y  del 
Amor;  ¿en  dónde  está  la  Misericordia  de 
vuestros  corazones,  que  tanto  la  necesitáis 
para  vosotras  mismas?  ¿en  dónde  tenéis  la 


MARÍA  MAGDALENA  149 

pureza  que  hace  al  Juez,  y,  la  cual  sólo  reside 
en  las  manos,  y  en  el  corazón  de  mi  Padre? 
¿quién  ha  dado  al  Hombre  el  derecho  de  juz- 
gar al  Hombre?  ¿dónde  está  aquel  que  no  ha 
pecado?  ¡ay  de  aquel  que  se  arroga  el  dere- 
cho de  juzgar!;  ése  será  juzgado  por  mi  Pa- 
dre; ¡ay  de  aquel  que  condena  al  Hombre!..,; 
ése  será  condenado  por  mi  Padre;  ¡ay  de 
aquel  que  se  arroga  el  derecho  de  castigar!... 
ése  será  castigado  por  mi  Padre;  ¿quién  de 
vosotros  sabe  dónde  está  el  Bien  y,  quién  de 
vosotros  sabe  dónde  está  el  Mal?...  habéis 
aprendido  esas  cosas,  en  los  libros  que  escri- 
bieron los  impostores,  y  las  juzgáis  según  las 
leyes  que  dictaron  los  prevaricadores;  y,  ésos 
no  son  ni  libros,  ni  leyes  de  mi  Padre,  que 
no  escribió  su  palabra,  ni  puso  su  justicia  en 
las  manos  de  los  hombres;  mi  Padre  no  ins- 
tituyó los  jueces,  porque  él,  es  la  Justicia;  mi 
Padre  no  creó  los  Sacerdotes,  porque  él,  es 


i5o  VARGAS  VIL  A 

la  Verdad;  todo  Juez  se  llama  Crimen;  y,  to- 
do Sacerdote  se  llama  Mentira;  allí  donde 
están  ellos,  no  está  el  espíritu  de  mi  Padre; 
si  queréis  hallar  la  morada  de  mi  Padre,  to- 
mad la  senda  opuesta  al  Templo  y  al  Pre- 
torio; no  creáis  en  la  boca  del  Sacerdote,  que 
os  habla  de  la  Vida;  esa  boca  es  la  cloaca  de 
la  Muerte...  ella  vomita  la  Impostura,  y,  no 
busca  sino  el  mendrugo;  quien  dijo  sacerdo- 
te, dijo  Concupiscencia;  ¡ay  de  aquel  que  no 
rompe  el  cayado  en  la  cabeza  del  Pastor !  ¡  ay 
de  aquel  que  no  aplica  la  soga  al  cuello  del 
Verdugo!  ése  no  será  amado  de  mi  Padre, 
porque  ése  obedeció  a  sus  enemigos;  enviado 
fui  yo,  para  castigarlos;  enviado  por  mi  Pa- 
dre; enviado  vine  contra  los  sacerdotes,  y  yo, 
los  denuncié;  enviado  vine  contra  los  jueces, 
y  yo,  los  desarmé,  porque  sólo  el  ojo  de  mi 
Padre,  tiene  derecho  a  entrar  en  la  concien- 
cia de  los  otros,  y,  sólo  la  mano  de  mi  Padre 


MARÍA  MAGDALENA  151 

tiene  derecho  a  caer  sobre  el  cuello  del  culpa- 
ble; quién  quiere  limitar  al  Hombre,  ultraja 
la  Omnipotencia  de  mi  Padre,  que  le  dio  su 
libre  albedrío  para  obrar;  quien  quiere  gober- 
nar al  Hombre,  ése  viola  la  Voluntad  de  mi 
Padre,  que  hizo  al  Hombre  libre,  y,  sin  amos, 
como  los  pájaros  del  cielo,  y  los  peces  del 
mar;  escrito  está  en  las  leyes  de  mi  Padre, 
que  no  habrá  ni  Césares  ni  pueblos;  ni  sier- 
vos ni  señores;  ni  pobres  ni  ricos;  ni  poseso- 
res ni  desposeídos;  mi  Padre  dio  la  tierra  a 
los  hombres  para  vivir  en  ella;  y,  de  todos 
los  hombres  es  la  tierra;  al  principio  no  hubo 
fronteras,  ni  predios  de  linderos  entre  los 
hombres;  la  Tierra  floreció  para  todos,  y,  to- 
dos fueron  hermanos;  aquel  que  puso  el  pri- 
mer límite,  y,  levantó  el  primer  cercado,  ése 
mermó  la  herencia  de  todos;  aquel  que  por 
primera  vez  se  sentó  en  un  campo,  y  dijo: 
«este  campo  es  mío»,  ése  instituyó  el  robo; 


152  VARGAS  VIL  A 

ese  día  el  despojo  apareció  sobre  la  Tierra; 
al  principio,  no  hubo  pueblos,  ni  fronteras 
entre  los  habitantes  de  la  Tierra;  aquel  que 
trazó  la  primera  frontera  entre  los  hombres, 
se  llamó  Caín;  él  fué  el  Padre  del  Odio,  del 
asesinato  y  de  la  guerra;  al  principio  no  hubo 
pueblos,  ni  amos  de  pueblos,  y  todos  los  hom- 
bres fueron  iguales;  el  día  que  nació  la  am- 
bición, nació  la  Conquista  sobre  la  Tierra; 
ese  día  los  fuertes  ayuntaron  a  los  débiles, 
y  esos  rebaños  ayuntados  se  llamaron  pue- 
blos; aquel  que  tuvo  necesidad  de  esclavos, 
hizo  una  Patria;  la  Patria,  es  el  aprisco  que 
aprisiona  el  rebaño;  la  Patria  no  la  hicieron 
las  ovejas,  la  Patria  la  hicieron  los  pastores; 
y,  en  Verdad  de  Verdad,  os  digo,  que  el  pri- 
mero que  hizo  una  Patria,  fué  el  primero  que 
pecó  contra  la  libertad  de  los  hombres;  Dios, 
está  contra  todas  las  patrias,  porque  Dios  hizo 
la  Tierra  para  Patria  de  todos  los  hombres; 


MARÍA  MAGDALENA  153 

aquel  que  creó  la  Patria,  creó  los  siervos  y 
los  señores,  los  ricos  y  los  pobres,  los  amos, 
de  la  tierra,  y  aquellos  que  han  esclavizado 
para  labrarla,  porque  la  Patria,  es  la  suma 
de  todas  las  esclavitudes,  y,  de  todas  las  ini- 
quidades; fué  la  Conquista,  la  que  creó  la 
Patria,  y,  de  esa  Conquista,  nació  la  Servi- 
dumbre; el  día  que  hubo  Patria,  ya  no  hubo 
hombres  libres  sobre  la  Tierra;  la  Patria  creó 
la  Autoridad;  y  la  Autoridad,  es  el  verdugo 
de  la  Libertad;  la  Patria,  es  la  madre  del  Cé- 
sar, y,  quien  dijo  César,  dijo  Esclavitud  y 
Maldad  sobre  la  Tierra;  y  yo,  que  vengo  en 
nombre  de  mi  Padre,  vengo  a  romper  el  yugo- 
de  todas  las  patrias,  es  decir,  el  cetro  de  to- 
dos los  Césares;  porque  no  hay  más  César, 
que  mi  Padre,  que  está  en  los  cielos,  y  los 
cielos  son  vuestra  Patria;  el  día  que  no  ten- 
gáis Patria,  ya  no  tendréis  ni  cesares,  ni  sa- 
cerdotes, ni  jueces,  ni  verdugos,  ni  tributos*. 


154  VARGAS  VIL  A 

ni  gabelas,  y  toda  forma  de  servidumbre  des- 
aparecerá de  vuestro  corazón;  sólo  el  día  que 
no  tengáis  Patria,  ese  día  seréis  libres;  la  Pa- 
tria y  la  Libertad  se  excluyen;  os  lo  digo  en 
nombre  de  mi  Padre,  que  no  tiene  Patria;  id 
y  gozad  de  la  tierra,  que  mi  Padre  os  dio  para 
Patria  de  todos,  no  pongáis  límites  ni  amo- 
jonamientos en  los  campos,  ni  en  los  corazo- 
nes; ¡ay  de  aquel  que  por  primera  vez  par- 
celó la  tierra!  ése  robó  a  mi  Padre,  y,  mi  Pa- 
dre lo  maldijo,  y  de  esa  raza  maldita  nacie- 
ron los  ricos,  que  están  proscriptos  del  reino 
de  mi  Padre,  porque  en  Verdad  de  Verdad 
-os  digo,  que  primero  entrará  un  camello  por 
el  ojo  de  una  aguja,  que  un  rico  en  el  Reino 
de  los  Cielos;  aquel  que  trazó  fronteras  sobre 
*el  campo  de  la  Tierra  que  mi  Padre  dio  en 
heredad  a  todos  los  hombres,  ése  robó  a  sus 
hermanos;  fueron  los  bueyes  de  Caín,  los  que 
marcaron  los  primeros  límites  de  un  campo, 


MARÍA  MAGDALENA  i  S5 

y  es  la  sombra  del  fratricida,  la  que  se  alza 
sobre  el  término  de  todo  predio  diviso;  él 
creó  la  propiedad;  y  de  la  Propiedad,  nació 
la  Servidumbre;  porque  el  propietario  tuvo 
necesidad  del  esclavo,  y,  lo.  encontró  como 
una  larva,  en  los  surcos  de  la  tierra  que  la- 
braba; y  el  Hombre  fué  el  esclavo  del  Hom- 
bre, y  perpetuó  su  esclavitud,  respetando  la 
Propiedad;  para  sancionar  ese  robo  nació  la 
Ley;  para  predicar  la  Ley,  nació  el  Sacerdote; 
para  aplicarla,  nació  el  Juez;  para  hacerla  sa- 
grada, nació  el  Verdugo;  el  Hombre  desapa- 
reció, y,  ya  no  quedó  en  pie  sino  el  esclavo; 
de  un  lado  la  Humanidad,  del  otro  el  César; 
y  el  crimen  fué  igual  en  el  César,  y,  en  el  es- 
clavo, porque  toda  esclavitud,  es  voluntaria; 
mi  Padre,  que  no  puso  el  cetro  en  la  mano 
de  los  Césares,  puso  la  espada  en  la  mano  de 
los  pueblos;  y  no  puso  el  hacha  en  manos  del 


156  VARGAS  VIL  A 

esclavo,  sino  para  que  cortara  con  ella  el  cue- 
llo del  Amo;  porque  en  Verdad  os  digo:  que 
el  Reino  de  mi  Padre,  es  el  Reino  de  la  Vida, 
y,  el  Reino  del  César,  es  el  Reino  de  la  Muer- 
te; dad  a  Dios  lo  que  es  de  Dios,  y,  al  César,, 
lo  que  es  del  César... 

y,  el  Cristo  calla; 

sus  labios  se  cierran  como  una  anémona 
triste,  y  el  eco  de  sus  palabras,  cae  como  una 
lluvia  de  oro,  sobre  los  campos  dormidos; 

los  cielos,  son  como  grávidos  de  una  anun- 
ciación de  astros,  y,  en  la  mansedumbre  de 
la  hora,  la  tierra  parece  abrir  su  corazón  a  una 
esperanza  terrible... 

los  catecúmenos  callan  estremecidos,  baja 
los  olivares,  que,  cubiertos  de  sombras,  pare- 
cen banderas  de  estaño,  inmóviles  en  la  No- 
che; 

el  silencio  se  hace  profundo;  se  diría  que 


MARÍA  MAGDALENA  157 

todos  esperan  en  las  tinieblas,  el  paso  de  un 
nuevo  dios... 

la  turba  mira  al  Cristo,  y  a  sus  labios  es- 
tremecidos, con  la  emoción  de  quien  espera 
ver  salir  de  una  colmena,  un  vuelo  de  abejas 
de  oro... 

pero,  el  Profeta  ha  callado; 

los  rosales  de  la  Palabra,  no  florecen  ya  de 
nuevo,  en  la  cálida  primavera  de  sus  labios... 

la  noche  se  hace  espesa  sobre  los  senderos 
de  Emaús,  y,  apenas  un  débil  fulgor  empur- 
pura el  horizonte,  ahogado  en  el  azul  se- 
reno... 

el  Cristo  se  pone  en  pie,  y,  dando  la  espal- 
da a  la  multitud,  se  pierde  en  el  bosque  cer- 
cano... 

los  discípulos  lo  siguen; 

las  mujeres  son  las  últimas;  marchan  en 
grupos,  o  una  a  una,  deteniéndose  todas  ante 


158  VARGAS  VILA 

la  pecadora,  para  insultarla  con  la  mirada* 
para  inmovilizarla,  para  impedirle  que  siga  al 
Cristo,  cuya  silueta  blanca,  se  pierde  en  la 
sombra,  con  el  candor  sobrenatural  de  un  lis 
que  muere  en  el  Crepúsculo. 


* 


Bajo  sus  largos  velos,  Magdalena  quedó- 
inmóvil,  blanca,  como  un  rayo  de  luna,  que 
rompe  un  paralelogramo  de  sombras,  extáti- 
ca cual  si  la  Visión  que  se  alejaba,  se  hubiese 
llevado  su  Vida,  en  los  pliegues  del  manto,, 
que  el  viento  de  la  Noche  plegaba  sobre  el. 
cuerpo,  como  dos  grandes  alas  vencidas; 

sus  pupilas  tristes,  seguían  a  aquel  que  se 
alejaba  dándole  la  espalda,  y,  que  se  perdía 
en  la  penumbra,  bajo  un  halo  de  estrellas,  que 
se  dirían  sonoras'en  su  magnificencia; 

las  frescuras  del  bosque  amortiguaban  len- 


1 6o  VARGAS  VILA 

lamente  los  ardores  rebeldes  de  sus  carnes, 
que  las  palabras  del  Cristo,  habían  exaspe- 
rado como  una  música  nupcial,  y,  sus  deseos, 
seguían,  como  palomas  afrodisias,  la  sombra 
del  Redentor,  que  se  perdía  en  la  Apoteosis 
de  los  campos,  de  los  cuales  parecía  alzarse 
un  himno  terrestre,  para  saludarlo,  bajo  la 
jerarquía  luminosa  de  los  cielos,  convertidos 
-en  un  miraje  de  pórticos  de  oro; 

libre  ya  de  la  fascinación  imperiosa  de  las 
mujeres  hostiles,  que  se  alejaban,  y,  como 
imantada  por  la  silueta  lejana,  intentó  seguir- 
la, pero,  una  sombra  se  alzó  ante  ella,  como 
si  hubiese  brotado  de  la  tierra,  o  hubiese  caí- 
do de  los  cielos; 

era  un  hombre,  que,  embozado  en  un  man- 
to gris  burdo,  y  mezclado  entre  los  discípulos, 
había  oído  todas  las  prédicas  del  Cristo,  sin 
apartar  los  ojos  de  la  Pecadora,  y  ahora,  ha- 


MARÍA  MAGDALENA  161 

bía  llegado  hasta  ella,  con  una  agilidad  ner- 
viosa, como  de  un  tigre,  que  salta  de  un  jaral; 

Magdalena,  lanzó  un  grito  de  espanto;  re- 
conoció la  figura  que  surgía  ante  ella;  era  Ju- 
das; 

éste,  la  aferró  con  fuerza  por  un  brazo,  co- 
mo si  temiese  que  se  le  escapase; 

— Magdalena,  dijo  con  una  voz  que  quiso 
hacer  imperativa,  y,  era  tierna,  como  la  em- 
briaguez ardiente  de  su  pasión,  que  lo  turba- 
ba hasta  no  sugerirle  palabras  explicativas 
de  su  gesto; 

en  la  pausa,  ambos  temblaban  como  agi- 
tados por  grandes  ecos  interiores,  cual  si  se 
hallasen  desnudos,  bajo  un  cielo  de  borrasca, 
atravesados  de  relámpagos... 

ella,  sin  embargo,  parecía  extraña  al  ignoto 
poder  que  se  escapaba  de  aquellos  ojos,  que 
por  tanto  tiempo  la  habían  dominado; 

en  la  lenta  tregua  de  ese  silencioi  él,  la  con- 

MAGTULENA. — 11 


1 62  VARGAS  VILA 

templaba  ávido,  como  recordando  bajo  los 
velos,  todo  el  tesoro  que  había  sido  suyo,  y, 
ahora  se  le  escapaba; 

hallaba  torpe  el  ritmo  de  la  palabra,  para 
traducir  su  corazón; 

tenía  con  su  puño  el  tesoro  sagrado  de 
aquella  belleza,  de  aquella  creatura  armonio- 
sa y  vibrante,  que  había  sido  conquista  suya, 
y,  ahora,  era  la  conquista  de  otro,  que  con 
el  solo  don  de  la  Palabra,  había  hecho  de 
ella,  la  esclava  apasionada  y  fuerte,  que  lo 
seguía,  imantada  como  por  una  fuerza  polar, 
por  el  desmesurado  poder  de  atracción,  que 
se  desprendía  de  los  labios,  y  de  la  figura  del 
Esenio; 

ella,  había  cerrado  los  ojos,  como  los  péta- 
los de  una  margarita,  sobre  un  escarabajo  de 
esmalte,  y  temblaba,  como  bajo  un  viento  gé- 
lido, cual  si  perdiese  toda  la  sangre  de  sus 
venas,  bajo  la  presión  de  esa  mano  brutal; 


MARÍA  MAGDALENA  163 

él,  la  sacudía  nerviosa,  pero,  suavemente, 
y  trataba  de  atraerla  hacia  sí,  devorándola 
con  los  ojos,  cual  si  quisiese  contemplarse  en 
los  de  ella,  como  en  el  denso  mar  de  lo  pa- 
sado; 

— Magdalena,  le  dijo  dulcemente,  con  tré- 
molos en  la  voz;  ¿por  qué  te  escondes?  ¿por 
qué  me  huyes? 

has  dejado  a  Sión;  vas  desesperada,  de  Be- 
thania  a  Nazareth;  de  Nazareth  a  Emaús,  de 
Emaús  a  Cafarnaún,  siguiendo  las  huellas  de 
aquel  por  el  cual  me  has  abandonado;  en 
cambio,  yo,  protejo  en  Jerusalem  tu  casa,  que 
quiere  ser  saqueada  por  los  acreedores,  man- 
tengo tus  siervos,  a  quienes  libertaste,  y,  que 
no  han  querido  usar  de  su  libertad,  y  conser- 
vo, lo  muy  poco  que  se  ha  salvado  de  tus  li- 
beralidades para  con  la  turba  de  cristícolos, 
que  te  explotan  a  espaldas  del  Maestro;  yo, 
te  he  buscado  por  todas  partes,  y  para  ha- 


J64  VARGAS  VILA 

liarte,  me  he  enrolado  entre  los  discípulos  de 
aquel  que  amas,  satisfaciendo  para  ello,  la  co- 
dicia de  los  hambreados,  que  lo  siguen,  espe- 
cialmente de  Pedro,  el  pescador,  y  Juan,  el 
joven  efebo,  que  a  la  hora  de  los  ágapes,  re- 
clina su  bella  cabeza  sobre  el  hombro  del 
Maestro;  el  oro  de  Roma,  me  sirve  para  ali- 
mentar la  turba;  Jesús  agradece  mis  largue- 
zas; y  yo,  soy  uno  de  sus  discípulos  amados; 
heme  aquí  hecho  una  como  sombra  del  vaga- 
bundo que  desprecio,  el  tesorero  de  su  turba, 
que  alimento  y  que  soborno,  sólo  por  hallarte, 
por  seguirte,  por  verte;  ¡ah!  si  yo  te  dijera 
la  Verdad  de  mi  misión,  si  yo  te  dijera,  cómo 
mi  sombra  que  lo  sigue,  se  proyecta  sobre  el 
Galileo,  como  la  montaña  de  la  Muerte...  tú 
temblarías...  Magdalena,  ten  piedad  de  él, 
ten  piedad  de  mí...  aun  es  tiempo  de  salvar- 
nos a  todos;  vuelve  en  ti,  deja  tu  locura;  deja 
a  ese  loco  harapiento  que  siga  su  camino,  has- 


MARÍA  MAGDALENA  165 

ta  estrellarse,  contra  los  muros  de  una  cárcel 
o  el  madero  de  un  patíbulo;  ése  es  su  desti- 
no... déjalo  que  se  cumpla;  no  te  encadenes 
a  él;  deja  al  Soñador  exangüe,  víctima  de  su 
locura,  y  ven  conmigo;  el  Pretor,  me  ofrece 
un  puesto  en  Antioquía,  en  las  guardias  no- 
bles del  Tetrarca;  ven  conmigo;  aun  pode- 
mos ser  felices;  huyamos  lejos,  muy  lejos,  de- 
jando detrás  de  nosotros,  el  Recuerdo  y  el 
Dolor;  ven  a  vivir  lejos  de  aquí,  a  morir  lejos 
de  aquí,  en  brazos  de  nuestro  amor; 

ella  inclinó  la  cabeza  dolorosa,  como  una 
esclava  que  muere  de  pena,  y,  murmuró: 

— No  sigas  las  huellas  de  mis  pies,  que  si- 
guen las  huellas  de  otros  pasos...  no  quieras 
entrar  en  mi  corazón,  que  está  ya  lleno  de  otro 
corazón;  mi  sombra  te  será  fatal,  apártate  de 
mí;  no  me  fuerces  a  hacerte  mal,  rompiendo 
la  pureza  de  mi  silencio,  para  decirte;  que 
nada  es  ya  posible  entre  los  dos;  nada  que  no 


1 66  VARGAS  VIL  A 

sea  el  Olvido;  envuélveme  en  ese  sudario,  y, 
entiérrame  en  tu  corazón,  y,  no  te  acuerdes  si- 
quiera, en  dónde  quedó  mi  tumba... 

— Magdalena,  deliras;  el  Nazareno,  te  ha 
enloquecido;  ¿qué  brebaje  te  ha  dado?  ¿qué 
sortilegio  ha  ejercido  sobre  ti?...  él,  los  ma- 
neja todos,  porque  todos  los  aprendió  de  los 
sacerdotes  de  Biblos,  y,  de  los  de  Menfis;  él 
sabe  todos  los  encantamientos  y  maleficios  de 
los  ritos  ocultos  de  Siria  y  de  Caldea;  los 
magos  de  Egipto  le  dijeron  sus  secretos,  y, 
las  Pitonisas  de  Echurbec  le  enseñaron  sus 
conjuros;  él  sabe  los  filtros  que  los  mágicos 
de  Efeso  y  los  sortílegos  de  Capadocia,  pre- 
paran para  extraviar  las  almas;  y,  él,  te  ha 
hechizado,  Magdalena;  pero,  yo,  romperé  ese 
hechizo:  yo,  acabaré  el  Sortilegio;  tú  estás 
poseída  de  los  malos  espíritus  que  el  hechice- 
ro ha  desencadenado  en  ti,  para  poseerte ;  ¡  ah ! 
¡el  Impostor!...  cogido  será  en  sus  propias 


MARÍA  MAGDALENA  167 

redes;  muerta  será  la  víbora  en  su  nido,  y,  con 
la  víbora  morirá  el  veneno... 

— ¡Judas!  ¡Judas!  ¿qué  dices?  no  le  hagas 
mal;...  él  es  manso  como  una  gacela  de  Cire- 
naica,  y  tiene  el  alma  de  una  paloma,  nutrida 
para  el  sacrificio  en  los  aleros  del  Templo; 
no  le  hagas  mal,  Judas;  no  le  hagas  mal;  él, 
■es  el  brazo  de  la  Piedad,  y,  la  voz  de  la  Mi- 
sericordia, el  lirio  de  la  Mansedumbre,  y  la 
copa  del  Amor;  no  lo  toques,  hiéreme  a  mí; 
atraviesa  mi  corazón;  haz  de  mis  cabellos  una 
soga  y  estrangula  mi  garganta;  arrástrame 
por  los  senderos,  y  que  los  guijarros  desga- 
rren mis  carnes  de  maldición,  puesto  que  pu- 
dieron inspirarte  tanto  Amor;  haz  de  mi  cuer- 
po la  víctima,  y,  la  ofrenda  de  tus  cóleras, 
pero,  no  le  toques  a  él;  respeta  a  aquel  cuya 
imagen  duerme  en  mi  corazón,  como  un  cisne 
divino  en  el  estanque  sagrado... 

hablaba  y  temblaba  en  el  Silencio  inmóvil 


1 68  VARGAS  VIL  A 

que  los  envolvía,  en  el  cerco  de  olivos  taci- 
turnos que  los  rodeaba,  y  sobre  los  cuales,  ha- 
bía caído  la  Noche,  como  un  bello  ritmo,  en 
el  seno  del  azul  irreal... 

los  ojos  crueles,  el  labio  contraído  por  una 
sonrisa  mala,  el  bello  joven  la  miraba  apre- 
tando el  brazo  entre  su  mano  convulsa; 

ahogado  de  rencores,  no  acertaba  casi  a  ha- 
blar, y,  como  un  sordo  eco  de  su  sarcasmo, 
murmuró  con  una  voz  acre  que  producía  el 
efecto  de  una  lima  sobre  el  hierro: 

- — ¿Lo  amas  tanto?  Magdalena;  ¿lo  amas 
tanto?...  yo  también  me  he  sentido  tomado 
por  su  Amor;...  yo,  también  he  sido  conver- 
tido por  su  palabra...  ¿no  ves  cómo  hace  días, 
lo  sigo  a  todas  partes,  me  mezclo  a  la  chusma 
que  lo  rodea,  y  he  llegado  a  ser  mirado  por 
ella,  como  uno  de  sus  discípulos?...  él,  mis- 
mo me  ha  sonreído,  y,  conmovido  por  la  lar- 
gueza de  las  dádivas  que  hago  a  su  turba 


MARÍA  MAGDALENA  169 

hambreada,  me  ha  dicho:  «aquel  que  ama  a 
los  míos,  ése  me  ama;  y  el  que  alimenta  las. 
ovejas  de  mi  Padre,  ése  será  alimentado  por 
él»;  su  mano  se  ha  apoyado  en  mi  nombra 
para  subir  por  los  senderos;  yo  he  sentido, 
cerca  de  mí,  su  cabeza  desgreñada,  y,  he  sen- 
tido el  calor  de  su  mejilla  exangüe,  sobre  la 
cual  pondré  acaso  muy  pronto,  un  beso  de. 
paz;...  tal  vez  yo,  besaré  al  Cristo  antes  que 
tú;...  yo,  también  he  sido  convertido  por  sa 
Amor... 

comprendiendo  todo  el  sarcasmo  voraz,  de. 
aquellas  palabras,  llenas  de  falsedades  am- 
biguas, Magdalena,  se  sintió  tomada  de  ho- 
rror, cual  si  hubiese  visto  salir  un  nidar  de 
escorpiones  por  la  boca  del  mancebo... 

— ¡Tú,  Judas!  ¡tú,  el  amigo  y  el  comensal 
del  Pretor,  el  servidor  del  César,  agraciado- 
y  ennoblecido  por  él,  tú,  el  romanizado,  y,  el 
romanizante  el  enemigo  del  Pueblo,  y  de  su 


i/o  VARGAS  VILA 

Profeta,  tú,  amigo  de  Jesús!...  lobo  entrado 
<en  el  rebaño,  ¿qué  vienes  a  hacer  en  él?... 

— A  ser  el  perro  del  Pastor;  a  lamerle  la 
mano,  como  tú  le  lames  los  pies;...  esa  mano 
que  me  ha  arrebatado  mi  ventura;  esa  mano 
que  te  ha  encadenado  a  ti;...  esa  mano  que 
yo  clavaré  inmóvil  sobre  un  poste,  obligán- 
dola a  soltar  su  presa... 

la  voz  sibilante  de  Judas,  se  hacía  violen- 
ta, y  dentro  el  cerco  violáceo,  sus  ojos  te- 
nían el  resplandor  felino  de  un  chacal  en 
acecho;  sus  labios  temblaban  y,  parecía  que 
de  su  boca  saliese  el  aullido  de  la  Noche,  en 
un  gran  grito,  inmisericorde... 

— ¡Piedad!  Judas;  ¡piedad!,  dijo  ella,  ca- 
yendo de  rodillas,  como  si  éstas  se  doblasen 
al  peso  de  su  corazón  agobiado  de  tristezas... 
¡piedad  para  él!...  continuó  en  decir  con  una 
voz  lúgubre,  como  la  queja  de  una  tarde  de 
Noviembre,  sobre  el  llano  desolado... 


MARÍA  MAGDALENA  i/i 

y,  besó  la  mano  que  la  oprimía,  como  para 
infundirle  la  Piedad,  que  le  demandaba; 

al  contacto  tibio  de  aquellos  labios,  seme- 
jante a  la  caricia  de  un  suave  algodón  ungido 
de  bálsamo,  Judas,  tembló  a  su  turno,  como 
si  esos  labios  se  posasen  sobre  una  herida, 
que  el  viento  de  la  Noche,  exasperaba... 

—i Piedad  pata  él!,  y,  ¿la  tiene  él,  de 
mí?... -¿la  tienes  tú?...  el  Santo,  y,  la  Santa, 
¿conocen  la  Piedad?...  ¿no  conocen  sino  el 
Amor?... 

la    atroz    hilaridad    de    su    sonrisa    daba 

miedo... 

las  palabras  sonaban  entre  los  dientes  apre- 
tados, como  las  amarras  de  hierro  de  una  bar- 
ca sacudida  por  la  borrasca;  se  despedazaban 
en  sus  labios,  como  jirones  de  olas,  compri- 
midas bajo  un  talud; 

Magdalena,  tenía  miedo  en  el  corazón,  mie- 
do de  aquella  voz,  que  fingía  una  alegría  fe- 


1/2  VARGAS  VILA 

roz,  como  el  maullido  de  un  gato  montes  so- 
bre un  nido  de  pájaros  indefensos... 

íemblaba  bajo  los  velos,  en  un  temblor  de 
angustia,  que  sacudía  todo  su  cuerpo,  como 
un  acceso  de  fiebre... 

— ¡Judas,  Piedad  !..f 

— ¿Para  quién? 

— Para  él...  para  mí;  para  nuestro  Amor...! 
dijo  con  una  voz  tan  débil,  que  parecía  que 
en  ella  se  disolvía  toda  su  alma... 

— Vuestro  Amor...  vuestro  Amor...  grito 
él ; . . .  yo,  daré  cuenta  de  vuestro  Amor. . .  ¿  pen- 
sáis huir  con  el  Nazareno?...  el  Nazareno, 
no  tendrá  tiempo  de  abandonar  la  ciudad;  los 
abetos  de  Emaús,  no  lo  volverán  a  ver  bajo 
su  sombra;  las  barcas  de  Tiberiades  no  lo 
llevarán  más  sobre  las  olas  plácidas;  los  cam- 
pos de  Bethania,  no  lo  verán  ya  más  trepar 
por  sus  colinas;...  para  algo  he  recibido  de 
Poncio,  la  misión  de  seguirlo;  para  algo  soy 


MARÍA  MAGDALENA  i;3 

el  alma  del  Sanhedrin,  y  el  oído  de  Anas,  en- 
tre sus  turbas;  el  loco  morirá  como  el  pez,  a 
causa  de  su  boca;  él  ha  dicho  la  palabra  de 
muerte  contra  el  César,  y,  antes  que  el  Cé- 
sar muera,  morirá  él... 

— ¿Tú  lo  denunciarás?  Judas... 

— Sí,  yo  lo  denunciaré;  ¿para  qué  he  veni- 
do, pues,  aquí?  ¿para  qué  lo  sigo?  yo,  tengo 
su  vida  entre  mis  manos;...  su  vida  es  mía.., 

—¡Piedad,  Judas,  Piedad!... 

— ¿Quieres  salvarlo?  abandónalo;  tu  Amor 
es  su  Muerte;  ven  a  mi  casa,  dame  tu  cuerpo, 
ya  que  no  puedes  darme  tu  alma... 

los  ojos  extraviados,  como  ante  una  visión 
nauseabunda  y,  repugnante,  Magdalena,  dijo: 

— Jamás,  jamás;  antes  ia  muerte.. A 

— La  muerte  para  él... 

—Yo,  moriré  a  su  lado. 

— ¡Palabras  de  Mujer...  vanas  palabras!..*. 
yo  te  veré  de  nuevo  entre  mis  brazos;  será  la 


i  ;4  VARGAS  VIL  A 

Muerte,  la  que  te  traerá  a  ellos,  solitaria  y, 
vencida;  el  triunfo  del  Amor,  sobre  la  Muer- 
te, será  mi  triunfo... 

Magdalena,  ya  no  hablaba,  como  temerosa 
de  exasperar  con  sus  palabras,  aquella  ira 
ciega; 

en  la  hora  lívida,  se  sentía  el  espanto  de 
la  Noche,  pesar  sobre  ellos;...  el  silencio  pa- 
recía sofocarlos;...  y,  un  momento  permane- 
cieron desconcertados,  indecisos,  como  si  hu- 
biesen perdido  mutuamente  sus  huellas  en  la 
soledad  de  las  tinieblas;... 

la  sombra  había  devorado  todos  los  colo- 
res, y,  parecía  que  aquellas  dos  formas,  ape- 
nas visibles,  estuviesen  de  pie,  temblando  ba- 
jo una  lluvia  de  cenizas... 

en  un  supremo  rapto  de  pasión,  sabienda 
que  la  mujer  ama  la  fuerza,  Judas,  se  aba- 
lanzó sobre  Magdalena,  para  estrecharla  en~ 


MARÍA  MAGDALENA  175 

tre  sus  brazos,  y  buscó  sus  labios,  para  sellar- 
los con  los  suyos... 

ella,  se  defendió,  y  libre  del  abrazo,  escapó 
hacia  el  bosque  gritando: 

— ¡Nunca!  ¡nunca! 

inmovilizado  en  un  gesto  de  orgullo  supre- 
mo, Judas,  no  intentó  seguirla...  y,  rugió.. ^ 

— ¿Nunca?  pronto  repetirás  esa  palabra, 
sobre  el  cadáver  de  tu  Amor... 

se  diría  que  el  eco  de  su  voz  se  había  hecho 
tangible,  y  centelleaba,  caracoleaba  en  la  No- 
che, como  un  hipógrifo  de  llamas  cuyo  relin- 
cho hiciese  temblar  de  espanto  las  cúspides 
del  cielo;  # 

el  Silencio,  plegó  las  alas  estremecidas,  es- 
tupefacto de  horror... 


Calma  de  azul; 

frescuras  de  follaje; 

desnudez  de  la  Noche  floreciente; 

desfloración  de  rosas  del  ocaso,  caídas  pá- 
lidamente en  el  Silencio; 

brumoso  el  globo  de  la  luna  esquiva; 

iridescencias  blondas  de  miraje,  sobre  la 
inerte  palidez  del  campo,  lleno  de  ternuras 
maternales; 

los  montes  se  dormían  en  la  penumbra,  ba- 
jo el  blanco  candor  de  las  estrellas... 

los  cielos  parecían  hacer  confidencias  al 
corazón  divino  del  paisaje; 

MAGDALENA. — 12 


i;8  VARGAS  VILA 

en  el  jardín,  un  prisma  de  Poema;  una  fies- 
ta de  rosas  en  orgía... 

la  cesta  de  una  canéfora,  camino  de  Eleu- 
sis,  tal  se  diría  el  jardín; 

bajo  los  limoneros  florecidos,  sollozaba  la 
tarde; 

calma  floral; 

era  el  jardín  de  Simeón,  el  leproso,  curado 
por  Jesús; 

y,  el  Maestro,  comía  allí; 

lo  rodeaban  sus  discípulos,  pendientes  de 
sus  palabras,  y  de  sus  miradas,  como  un  ra- 
cimo de  uvas,  pendiente  de  la  vid; 

y,  Jesús  decía: 

— La  Palabra  de  mi  Padre,  será  cumplida, 
y,  yo,  moriré  por  el  Amor; 

haced  como  yo,  amaos  los  unos  a  los  otros; 

yo,  os  daré  un  solo  corazón  para  el  Amor; 
y,  una  sola  boca  para  el  beso; 

¡ay  de  aquel  de  vosotros  que  no  amase,  y 


MARÍA  MAGDALENA  179 

no  me  amase !  ése  morirá  como  el  sediento  que 
no  halló  la  fuente  en  el  camino,  y  las  fuerzas 
le  faltaron  para  llegar  hasta  ella;  mi  Reino, 
es  el  Reino  del  Amor,  y,  fuera  de  él,  toda  sa- 
lud fué  negada  al  corazón  del  Hombre; 

id,  y  salvad  a  los  hombres  por  el  Amor, 
dijo  mi  Padre;  y,  he  ahí,  cómo  yo  vine  entre 
vosotros; 

yo  soy  el  buen  Pastor,  y  el  buen  Pastor,  da 
su  Vida  por  sus  ovejas; 

yo,  daré  la  Vida  por  las  mías;  eso  se  llama 
el  Amor; 

es  por  el  Amor,  que  mis  ovejas  oyen  mi 
voz,  y  la  conocen  y,  yo  conozco  el  balido  de 
mis  ovejas;  y,  cuando  hay  una  extraviada  en 
el  corazón  del  monte,  yo  la  busco,  yo  la  lla- 
mo; y,  la  oveja  viene  a  mí... 

en  ese  momento  un  ruido  importuno  inte- 
rrumpió la  voz  del  Maestro; 


1 8o  VARGAS  VIL  A 

gritos  de  hombres,  vocerío  de  mujeres,  gri- 
tos de  niños. . .  i 

r 
— j Afuera,  afuera,  afuera!... 

Jesús  prestó  atención  al  tumulto..., 

una  mujer  con  los  cabellos  en  desorden,  las 
vestiduras  desgarradas,  se  defendía  contra  la 
plebe ; 

hombres  y,  mujeres  la  arrastraban  por  los 
cabellos  hacia  afuera; 

habiendo  un  momento  logrado  escapar  a 
sus  perseguidores,  corrió  hacia  el  Maestro; 

pero,  no  pudo  llegar  a  él,  porque  la  mano 
férrea  de  María,  hermana  de  Lázaro,  que  la 
perseguía,  la  aferró  otra  vez  por  el  brazo,  gri- 
tándole; 

— Fuera,  fuera,  tú  no  entrarás  aquí,  Mere- 
triz... 

caícla  por  el  suelo,  la  mujer,  pugnaba  en 
vano  por  defenderse;  la  turba  la  arrastraba; 


MARÍA  MAGDALENA  1S1 

el  Cristo,  reconoció  a  Magdalena;  se  puso 
en  pie,  y,  avanzando  hacia  la  multitud,  dijo: 

—Dejad  a  esa  Mujer,  puesto  que  ella  vie- 
ne a  mí;  ¿con  qué  derecho  detenéis  a  aquel 
que  busca  la  Verdad  y  la  Vida?  ¿podéis  vos- 
otros dárselas?  ¿por  qué  ultrajáis  al  enfer- 
mo que  viene  a  buscar  su  medicina,  y,  al  men- 
digo, que  me  tiende  sus  manos  menestero- 
sas? ¿ésa  es  vuestra  caridad?... 

y,  encarándose  con  María  la  de  Simeón, 
que  no  soltaba  aún  a  Magdalena,  le  dijo: 

—Soltad  a  esa  mujer,  que  viene  a  buscar- 
me en  vuestra  casa;  ¿ésa  es  vuestra  hospita- 
lidad?... 

— Señor,  esta  mujer  debe  salir  de  aquí,  por- 
que ella  es  el  escándalo  de  la  Ciudad,  y  ha 
sido  la  tristeza  de  nuestra  casa;  ella  ha  traído 
aquí  el  dolor,  antes  de  traernos  la  vergüenza 
de  su  cuerpo;  ella  arrebató  a  mi  hermana 
Marta,  que  está  a  vuestro  lado,  el  corazón  de 


1 82  VARGAS  VIL  A 

Judas  de  Kerioth,  que  quería  desposarla;  y, 
ahora  le  arrebata  vuestro  corazón;  esa  mujer 
viene  a  escupir  sobre  esa  herida  y,  yo  la  ex- 
pulso... 

cerca  al  Cristo,  Marta  temblaba,  como  una 
sensitiva; 

sus  ojos  obscuros,  como  dos  grandes  car- 
bunclos luminosos,  su  palidez  láctea,  sus  ca- 
bellos más  negros  aún  que  sus  ojos,  toda  su 
figura  delicada,  frágil,  llena  de  dulzuras,  de- 
mostraba sufrir  intensamente,  pero  silencio- 
samente, como  en  una  inmolación; 

el  Cristo  miró  a  la  extraña  virgen,  que  pa- 
recía una  rara  flor  de  muerte,  y  de  silencio, 
y,  contemplando  luego,  la  soberbia  belleza 
blonda  de  Magdalena,  cuya  cabellera  ultra- 
jada semejaba  la  melena  de  una  leona  que  hu- 
biese atravesado  un  zarzal,  acorralada  y  per- 
seguida, dijo: 

— ¿Por  qué  arrojáis  fuera  esa  mujer  que 


MARÍA  MAGDALENA  183 

perfumó  los  cabellos  de  aquel  que  no  tuvo 
sobre  ellos,  otro  perfume  que  el  hálito  salo- 
bre de  la  Noche,  y,  que  no  tuvo  por  muchos 
días  otro  peine  que  los  alisara,  sino  el  ala  es- 
tremecida de  las  tempestades?;  ella  me  per- 
fumó, porque  yo,  he  perfumado  su  alma  con 
el  bálsamo  de  mi  palabra,  y  he  derramado 
sobre  su  cabeza  el  ánfora  inagotable  del  Per- 
dón... ella  ungió  mis  pies,  porque  yo  he  di- 
rigido los  suyos,  por  la  senda  de  la  Verdad, 
hacia  la  morada  de  mi  Padre,  que  está  en  los 
cielos... 

apartando  a  María,  tomó  a  Magdalena  por 
una  mano,  y,  vino  a  sentarla  a  su  lado,  a  la 
mesa  del  festín; 

— Señor,  le  dijo  María,  ninguna  mujer  hon- 
rada se  sentará  a  la  mesa,  a  donde  habéis  sen- 
tado la  vergüenza  de  Galilea... 

— Señor,  le  dijo  Simeón,  deshonráis  mi  ca- 
sa, que  hasta  hoy,  ha  sido  morada  de  la  hon- 


1 84  VARGAS  VIL  A 

radez:  la  lepra  de  que  me  habéis  curado,  en- 
rojecía mis  mejillas,  menos  que  esta  vergüen- 
za a  que  me  sujetáis;  volvedme  mi  lepra  y, 
muera  yo  de  ella; 

— Señor,  dijo  Lázaro,  avanzando  de  la  som- 
bra, ¿para  esta  vergüenza,  me  habéis  resuci- 
tado?  volvedme  a  mi  sepulcro; 

a  una  señal  imperativa  de  Simeón,  María 
y  Marta,  sus  hermanas,  abandonasen  el  fes- 
tín, y  no  quedo  más  mujer  que  Magdalena, 
en  él; 

Simeón  y  Lázaro,  permanecían  de  pie,  le- 
jos de  la  mesa; 

otros  comensales  habían  partido; 

colérico  Jesús,  se  volvió  hacia  el  círculo 
de  discípulos  que  murmuraban,  y,  les  dijo: 

— «Hipócritas  de  vosotros,  que  volvéis  la 
cara  al  Occidente,  de  miedo  de  mirar  al  Le- 
vante, que  adorabais;  ¿cuál  de  entre  vosotros, 
puede  despreciar  esta  mujer?  aquellos  que 


MARÍA  MAGDALENA  185 

no  la  han  poseído  la  han  codiciado;  el  deseo 
brilla  en  vuestros  ojos,  y,  a  la  impotencia  de 
satisfacerlo  lo  llamáis  desprecio;  mientras  fué 
o  pudo  ser  vuestra,  nada  dijisteis,  y  ahora  que 
ha  vuelto  sus  ojos  hacia  mí,  porque  yo  sané 
su  corazón,  ahora  la  avergonzáis  de  su  Pe- 
cado; en  Verdad  de  Verdad  os  digo,  que  por 
salvar  una  alma,  puede  morir  el  Hijo  de 
Dios;  os  digo,  que  a  causa  de  ella  seré  ven- 
dido y  entregado;  alguno  de  vosotros  me  trai- 
cionará por  ella,  porque  escrito  está  que  por 
el  Amor,  debe  morir  aquel  que  vino  a  redimir 
el  mundo  por  el  Amor»; 

y,  Jesús,  miró  al  grupo  de  sus  discípulos, 
en  el  cual,  embozado  hasta  los  ojos,  para  no 
ser  reconocido  por  la  familia  de  Simeón,  es- 
taba Judas,  que  no  volvió  el  rostro,  y,  miró 
fijamente,  agresivamente,  a  los  ojos  del  Maes- 
tro; 

éste,  sin  rehuir  la  mirada  del  rival,  y,  po- 


186  VARGAS  VIL  A 

niendo  la  mano  en  el  hombro  de  Magdalena, 
le  dijo: 

— Que  aquellos  que  no  han  pecado,  te  in- 
sulten; y  aquellos  que  han  pecado  contigo, 
que  te  rescaten,  si  lo  pueden;...  que  te  apar- 
ten de  la  senda  de  Salvación  que  has  empren- 
dido; nada  podrán  contra  aquel  que  ha  toca- 
do tu  corazón,  porque  nada  podrán  contra 
aquel  que  ha  venido  del  cielo  a  doctrinar  en 
medio  de  vosotros; 

y.  tomando  a  Magdalena  de  la  mano,  se 
puso  en  pie,  y  se  alejó  con  ella  del  lugar  del 
festín... 

al  salir  a  la  puerta  de  la  casa,  se  halló  con 
su  Madre,  que  venía  en  su  busca;  y,  que,  in- 
formada por  el  rumor  público,  se  inmutó  al 
ver  a  Magdalena; 

— ¿Dónde  vais  con  esa  mujer?,  dijo  María 
la  de  N azare th; 


MARÍA  MAGDALENA  187 

Jesús,  mirando  fijamente  a  su  Madre,  pre- 
guntó: 

— Mujer,  ¿qué  hay  de  común  entre  tú 
y  yo?... 

*— Yo,  soy  tu  Madre; 

— Yo,  no  tengo  Padre  ni  Madre,  ni  herma- 
nos ni  hermanas;  todo  aquel  que  crea  en  mí, 
y,  que  me  sigue,  ése  será  mi  Padre,  mi  Ma- 
dre, mi  hermano,  y  mi  hermana;  esta  mujer 
ha  creído  en  mi  palabra,  y,  me  sigue;  ella  es 
mi  Padre,  y  mi  Madre,  mi  hermano  y,  mi  her- 
mana, porque  ella  es  la  oveja  del  rebaño  que 
yo  he  venido  a  apacentar  sobre  la  tierra; 

y,  siguió  su  camino,  como  hipnotizado  por 
«1  fulgor  de  oro  de  la  cabellera  de  la  Peca- 
dora, que  iba  delante  de  él... 

así,  como  una  estrella,  prendida  en  la  caude 
de  un  cometa. 


Era  un  desmayo  místico  de  vagas  clarida- 
des, mueren  los  rayos  últimos  del  Sol  cre- 
puscular; 

azulidades  diáfanas  de  calma  y  de  silen- 
cio; 

ternura  de  la  hora  augusta  y  maternal; 

flordelisante  el  bosque  bajo  el  ramaje  lán- 
guido; 

al  beso  de  oros  vírgenes,  tiembla  el  follaje 
azul... 

se  estremecen  los  árboles  al  soplo  del  Oto- 
ño, que  amarillea  los  campos; 


igo  VARGAS  VIL  A 

el  bosque  es  una  feria  de  mil  colores  mór- 
bidos, de  mil  colores  pálidos,  colores  de  ago- 
nía... 

el  vuelo  de  los  pájaros  reviste  una  armonía 
extraña  en  el  paisaje... 

sus  alas  son  líricas  bajo  la  voz  del  viento, 
que  las  hace  sonoras... 

en  las  penumbras  soñadoras  de  ese  paraje 
órfico,  se  ve  una  sombra  pálida,  inmóvil,  ex- 
tática, como  una  aparición; 

¿es  un  melancólico  rosal,  abierto  todo  en. 
flores?... 

¿es  un  rayo  de  luna? 

¿es  una  confabulación  de  lirios  acuáticos 
que  hacen  en  perspectiva  una  figura? 

¿es  un  abeto  adolescente,  cuya  blancura 
se  ostenta  por  primera  vez,  en  la  noche  con- 
fusa?... 

en  la  luz  oblicua  y>  difusa,  y  la  penumbra 


MARÍA  MAGDALENA  iqf 

densa,  la  figura  se  hace  espectral,  inmensa;, 
emergente  de  los  jardines  del  Silencio... 

opacidades  la  circuyen  como  nubes  de  in- 
cienso... 

los  blondos  nácares  de  la  hora  ambigua, 
hacen  un  fondo  de  icono,  en  la  luz  exigua,  a 
la  figura  espectral,  que  se  ve  en  el  bosque,  en 
la  atmósfera  diáfana  con  transparencias  de 
cristal... 

calma  abacial  en  el  paisaje  patético; 

rosales  melancólicos  abiertos,  como  sobre- 
invisibles  vasos  de  alabastro; 

cada  una  de  esas  rosas,  parece  un  astro; 

en  una  convulsión  de  los  ramajes,  un  rayo 
de  luna  baña  de  lleno  la  figura  enigmática, 
dejándola  ver  íntegra,  en  su  actitud  hiera  tica ;. 

es  el  Cristo  que  ora; 

a  través  de  los  ramajes,  hechos  sinfónicos, 
su  figura  aparece  como  coronada  de  ópalos; 

las  hojas  caídas  de  los  árboles,  forman  a 


192  VARGAS  VILA 

.sus  rodillas,  una  alfombra,  en  la  cual,  los  ca- 
prichos del  viento  bordan  motivos  heráldi- 
cos; 

como  cisnes  votivos,  en  el  estanque  de  un 
templo  búdico,  los  nenúfares  del  arroyo  cer- 
cano, mecen  al  aire  el  encanto  de  su  belleza 
adónica; 

su  gracia  acuática,  tiene  una  belleza  sim- 
bólica, como  un  coro  de  párvulos  extáticos 
que  estuviesen  presentes  a  la  oración  beatífica 
del  Cristo; 

halos  crepusculares,  dan  reflejos  solares, 
al  oro  férvido  de  la  cabellera  nazarena,  que 
«en  ondas  asimétricas,  cae  sobre  los  hombros 
ascéticos; 

sus  brazos  alzados  hacia  el  cielo,  se  dirían 
los  pistilos  de  una  flor  sobrenatural,  nacida 
de  una  vegetación  astral;  hecha  de  luz,  y  de 
cristal; 

su  sombra  al  proyectarse  sobre  el  follaje, 


MARÍA  MAGDALENA  193 

se  diría,  una  mariposa  lunar,  caída  sobre  la 
tierra,  inmóvil  bajo  el  ramaje... 

sus  ojos  extáticos,  parecen  heridos  de  ata- 
raxia, en  una  ceguera  de  Noche,  como  aboli- 
dos, cual  si  hubiesen  desaparecido,  agotados 
por  una  visión  apocalíptica;  ardidos  por  un 
carbón  prof ético;... 

avalancha  de  ensueños  mesiánicos,  hacen 
halo  a  la  frente  del  Electo,  que  en  un  gesto 
de  abatimiento  melancólico,  se  inclina  hacia 
la  tierra,  como  una  enredadera  tronchada  y 
taciturna,  en  el  azul-negro  de  la  hora  noctur- 
na, que  la  luz  indigente  de  los  astros,  tiñe  de 
un  amarillo  de  jaspe; 

con  un  largo  sollozo  de  emoción,  termina 
el  Profeta  su  oración; 

yergue  su  busto  raquítico,  muy  lentamente, 
cual  si  sus  riñones  martirizados  por  sus  lar- 
gas vigilias  de  ascético,  le  hiciesen  mal;  la 
palidez    morbosa  de  su  rostro    histérico,  se 

MAGDALENA. — 13 


194  VARGAS  VILA 

muestra  con  una  tristeza  vesperal  de  tarde 
muriente; 

gotas  de  sudor,  perlan  su  frente,  como  una 
escarcha  insidiosa; 

el  azul  sereno  de  sus  ojos,  es  tan  insonda- 
blemente triste,  que  domina  con  sus  nieblas, 
la  diadema  de  montes  obscuros,  que  lo  ro- 
dean como  un  hemiciclo  de  tinieblas; 

ante  lá  tristeza  de  aquella  mirada  divina, 
la  tristeza  azul  de  los  cielos  parece  mezquina; 

sus  pupilas  lelas,  parecen  ver  pasar  por  el 
horizonte,  la  flota  de  carabelas,  de  todas  sus 
ensoñaciones; 

las  alas  lentas  de  sus  visiones,  hacen  ges- 
tos heroicos,  y,  revolucionarios,  en  una  proce- 
sión de  siglos  futuros,  perdidos  en  ponientes 
incendiarios... 

mira  el  cielo,  como  si  la  voz  de  todos  los 
oráculos,  hablase  para  él,  por  la  boca  beata 
de  lo  Infinito,  llena  de  divinos  ósculos; 


MARÍA  MAGDALENA  195 

su  frente  soberana,  se  nubla  bajo  el  desor- 
den salvaje  de  su  cabellera,  hecha  plutonia- 
na,  por  el  gesto  angustioso  con  que  las  manos 
febricitantes  la  mesan; 

el  gesto  rígido  de  los  brazos  alzados  al  cie- 
lo, recuerdan  el  vuelo  de  los  pájaros  marinos, 
que  miran  su  sombra  sobre  el  mar; 

cierra  a  veces  los  ojos,  como  presa  de  te- 
rribles enojos; 

de  su  boca,  se  escapa  un  murmullo  ininte- 
ligible, como  el  vino  de  una  ánfora,  por  una 
hendidura  apenas  perceptible; 

una  vibración  musical,  parece  cantar  en  sus 
labios  entreabiertos  de  Profeta; 

parece  que  un  río  de  música  secreta,  exten- 
diese sobre  la  Noche,  la  sinfonía  de  sus  olas; 

inclina  a  veces  su  cabeza,  cargada  de  au- 
reolas, como  un  pájaro  sobre  la  rama;... 

y,  queda  absorto,  cual  si  escuchara  las  pro- 


loó  VARGAS  VILA 

fundida'des   de  una  voz   que  de  lejos  le  ha- 
blara... 

en  el  esfolgorio  de  oro  de  los  cielos  ven- 
cidos, la  Noche  azul  canta  entre  los  mirtos 
florecidos; 

Jesús,  obsesionado  por  su  visión,  dice: 
— ¡  Eloim !  j  Eloim !  aparta  de  mis  ojos,  esta 
visión  temible  que  me  espanta;  ¡apártala  de 
mí!  Yo,  veo  los  hombres  victoriosos  contra 
Ti;  y,  veo  en  el  tropel  de  los  siglos  futuros, 
triunfar  en  mi  nombre,  aquellos  que  he  veni- 
do a  destruir;  tiempos  de  Abominación,  y 
tiempos  de  Iniquidad,  sucederán  a  estos  tiem- 
pos de  Abominación,  y,  de  Iniquidad,  porque 
escrito  está  que  la  Abominación  y  la  Iniqui- 
dad, no  morirán  sobre  la  Tierra;  los  oráculos 
serán  cumplidos,  y  tú  y,  yo,  seremos  venci- 
dos, por  aquellos  mismos  a  quienes  me  has 
enviado  para  salvar;  yo  siembro  la  simiente 
del  cielo,  y  los  pájaros  de  la  Noche  la  devo- 


MARÍA  MAGDALENA  197, 

rarán;  no  se  logrará  mi  cosecha  de  estrellas, 
porque  la  roca  es  más  poderosa  que  el  grano, 
y,  el  grano  será  podrido  en  las  entrañas  de 
la  roca;  no  germinará;  y,  he  ahí  que  yo  vine 
entre  los  hombres  a  traer  la  Verdad,  y  ía  Ver- 
dad no  arraiga  en  el  corazón  tenebroso  de  los 
hombres;  aquellos  que  deberían  creerme,  no 
creen  en  mi  palabra,  y  el  ludibrio  soy,  de 
aquellos  que  me  están  cercanos,  porque  escri- 
to está,  que  nadie  será  Profeta  para  aquellos 
que  lo  vieron  nacer,  y,  que  aquellos  que  lle- 
van nuestra  sangre,  serán  los  últimos  en  re- 
conocer la  supremacía  del  espíritu,  por  la  cual 
hicisteis  de  nosotros,  los  electos  de  tu  Volun- 
tad, y  de  tu  Verbo;  sordos  serán  a  los  clamo- 
res del  Profeta,  la  aldea  misérrima  en  que 
nació,  la  tribu  a  que  pertenece,  y  los  mora- 
dores de  la  casa  en  que  vio  la  luz;  sordos  y 
hostiles;  los  míos  me  desconocen  y  me  nie- 
gan; aquellos  que  me  siguen,  no  me  compren- 


*9%  VARGAS  VILA 

den,  y  chicanean  sobre  el  sentido  de  mis  pa- 
rábolas; los  letrados  ríen  de  la  sencillez  de 
mis  palabras,  y  suelen  tacharme  de  ignoran- 
cia; 

los  ricos,  los  poderosos,  ríen  de  mis  amena- 
zas, y  me  miran  con  la  cruel  misericordia  de 
aquel  que  mira  a  un  demente;  mis  hermanos 
dicen:  «¿cómo  podemos  creer  que  nuestro  her- 
mano que  estuvo  en  el  mismo  vientre  que 
nosotros,  es  el  Hijo  de  Dios?»,  porque  ellos 
no  comprenden  el  simbolismo  de  mis  pala- 
bras; y  los  hombres  de  mi  aldea  dicen:  ¿no 
es  el  hijo  de  José  el  carpintero?  ¿no  conoce- 
mos sus  hermanas,  y  sus  hermanos?  ¿no  jugó 
y  no  litigó  con  nosotros,  cuando  niño  en  las 
calles  de  Nazareth?...  y,  los  de  los  otros  pue- 
blos dicen,  ¿qué  bueno  puede  venir  de  Gali- 
lea?... y,  la  soledad  de  aquellos  que  habéis 
elegido,  para  adoctrinar  en  tu  nombre,  me 
rodea;  es  verdad  que  los  humildes,  los  po- 


MARÍA  MAGDALENA  199 

bres,  los  esclavos,  los  miserables,  me  siguen, 
pero,  guiados  por  un  bastardo  sentimiento  de 
Ambición  y  de  Revancha;  yo,  predigo  el  Rei- 
no futuro  de  los  desheredados;  y,  ellos  quie- 
ren reinar;  he  ahí  su  devoción;  y,  reinarán; 
un  día,  ellos  también  serán  amos,  y,  señores, 
y,  oprimirán  a  aquellos,  o  a  los  hijos  de  aque- 
llos que  los  oprimieron,  y,  ellos  también  sem- 
brarán la  Esclavitud  sobre  la  Tierra;  y,  todo 
en  nombre  de  mi  Palabra;  y  una  servidumbre, 
más  oprobiosa  que  la  de  hoy,  se  extenderá  so- 
bre el  mundo,  y,  todo  eso  en  nombre  mío, 
que  vine  a  traer  la  Libertad;  y,  la  Libertad 
no  reinará  nunca  sobre  la  Tierra;  eternamen- 
te habrá  amos  y,  esclavos,  y,  eternamente  el 
hombre  será  el  siervo  del  hombre;  los  Césa- 
res reinarán  en  mi  nombre,  y,  se  dirán  here- 
deros de  mi  autoridad...  de  la  autoridad 
mía...  yo,  que  vine  a  destruir  toda  autoridad; 
ellos  oprimirán  en  mi  nombre,  como  hoy  opri- 


200  VARGAS  VILA 

men  en  nombre  de  los  dioses  que  yo  vengo  a 
desterrar  del  corazón  de  los  hombres;  y,  yo 
también  seré  hecho  Dios,  por  aquellos  que 
reinarán  en  mi  nombre;...  y,  así  tu  obra  y  mi 
obra  de  Libertad,  serán  vencidas;  yo,  vine  a 
predicar  contra  los  sacerdotes  y,  contra  los 
impostores,  y  ellos  nacerán  de  mi  doctrina, 
como  los  gusanos,  del  cadáver  de  una  flor,  y 
la  devorarán;  y,  en  mi  nombre  habrá  sacer- 
dotes y  cultos  y  sacrificios;  y,  yo,  seré  el  Pen- 
dón de  la  Mentira;  yo  que  vine  a  ser  Bandera 
de  Verdad  entre  los  hombres;  y,  todo  por 
obra  de  los  sacerdotes,  que  doctrinarán  en  mi 
nombre;  ¡lobos  devoradores  del  rebaño!...  el 
primer  devorado  por  ellos  seré  yo;  he  ahí  que 
yo  he  venido  contra  los  jueces,  y  contra  las 
leyes  que  aplican  los  jueces,  y  un  día  llegará 
en  que  leyes  ignominiosas  se  harán  en  mi 
nombre,  y  aplicadas  serán  por  aquellos  mis- 
mos que  yo  vine  a  destruir...  he  ahí  que  yo 


MARÍA  MAGDALENA  201 

he  venido  a  predicar  la  Fraternidad  entre  los 
hombres,  y  un  día  mi  Verbo  será  Verbo  de 
Odio  y  de  Exterminio,  y  mi  Palabra  será  la 
espada  destructora,  en  manos  de  aquellos,  que 
se  dirán  herederos  de  mi  espíritu,  y,  de  mi 
doctrina;  y,  en  mi  nombre,  el  hombre  odiará 
al  hombre  con  el  pretexto  de  adorarme,  y,  ya 
no  será  posible,  el  amor  entre  los  hombres 
y,  entre  los  pueblos  de  la  Tierra,  porque  el 
Sacerdote,  se  alzará  entre  ellos,  para  dividir- 
los y  para  lanzarlos  los  unos  contra  los  otros, 
y,  eso  en  nombre  mío,  que  he  dicho  en  vues- 
tro nombre:  amaos  los  unos  a  los  otros...  yo, 
vine  a  predicar  la  Paz  en  nombre  de  mi  Pa- 
dre que  está  en  los  cielos,  y,  los  cesares  y  los^ 
sacerdotes,  harán  imposible  el  Reinado  de  la 
Paz  sobre  la  tierra;  guiados  por  la  espada  de 
los  unos,  movidos  por  la  palabra  de  los  otros, 
los  hombres  se  lanzarán  contra  los  hombres, 
los  pueblos  irán  contra  los  pueblos,  se  dego- 


202  VARGAS  VILA 

liarán  entre  sí,  se  exterminarán,  se  destruirán, 
y,  todo  en  nombre  mío,  que  he  inaugurado  el 
Reino  de  mi  Palabra,  diciendo:  la  Paz  sea 
con  vosotros... 

el  Reinado  de  Caín,  será  el  Reinado  de  Je- 
sús... 

en  la  avalancha  de  los  siglos  futuros,  yo 
veo  desde  aquí,  los  templos,  los  palacios,  de 
aína  ciudad  de  lujo  y  de  placeres,  en  que  un 
Pontífice,  sibarita  y  concusionario,  reinará  en 
mi  nombre;  su  reino  sucederá  al  reino  de  los 
Césares,  y,  su  poder  se  extenderá  sobre  toda 
la  tierra;...  el  lujo  de  esa  ciudad,  eclipsará 
el  de  Tiro,  Nínive,  y  Babilonia;  su  corrup- 
ción superará  a  la  de  Gomorra  y  Seboim;  su 
crueldad  eclipsará  la  de  los  conquistadores, 
venidos  de  Menfis,  y,  salidos  de  las  montañas 
de  la  Asiria,  para  asolar  la  tierra,  y,  ese  Sumo 
Pontífice  del  Mal,  de  la  Muerte,  y  del  Peca- 
do, reinará  en  nombre  mío,  que  vine  a  des- 


MARÍA  MAGDALENA  203 

truir  el  Reinado  de  la  abominación  sobre  la 
Tierra... 

y,  Jesús  se  abisma  en  el  seno  de  sus  visio- 
nes, y,  apenas  se  le  oye  murmurar:  ¡Eloim! 
]Eloim!...  cúmplase  en  mí  según  tu  Sacra 
Palabra... 

y,  como  si  hubiese  oído  vibrar  las  negras 
alas  del  drama,  que  ya  se  extendían  sobre  su 
cabeza  e  iba  a  envolverlo  como  una  nube,  de- 
cía: 

— Yo  siento  la  esterilidad  de  mi  Obra,  y, 
la  esterilidad  de  mi  Sueño;  estériles  serán 
a  causa  del  Amor;  porque  yo  que  vine  a  pre- 
dicar el  Amor,  no  sólo  le  di  mi  palabra,  sino 
•que  le  he  dado  mi  corazón,  y  le  daré  mi  Vida; 
•el  Amor  que  yo  llevaba  como  una  flor  entre 
mis  labios,  se  entró  dentro  de  mí,  y,  ahora  me 
devora  el  alma:  y  he  ahí  que  yo  soy  el  Ven- 
cido de  mi  propio  Triunfo,  y  soy  el  Conquis- 
tador, conquistado  por  su  conquista;  la  ley 


204  VARGAS  VILA 

de  Amor  que  perdió  el  Mundo,  se  cumple  en 
mí,  que  viene  a  salvarlo,  y  hace  estéril  mi 
obra;  una  Mujer  se  ha  alzado  en  mi  camino, 
y  su  sombra  me  obscurece  todos  los  horizon- 
tes del  cielo;  ¡oh  Eloim!  ¡Eloim!;  apenas  si 
alcanzo  a  ver  tu  rostro,  tras  el  deslumbra- 
miento bermejo  de  sus  cabellos;  la  Mujer,  es 
la  Fatalidad,  y  la  Fatalidad  se  alza  en  mi 
camino;  y,  ella  devora  mi  Obra;  hijo  del 
Hombre,  yo  siento  alzarse  en  mí,  la  sombra 
del  Pecado  del  Hombre;  hijo  de  Mujer,  yo 
siento  el  calor  de  las  entrañas  de  la  Mujer,  y, 
siento  el  perfume  de  su  sexo,  que  perdió  el 
Mundo,  desvanecer  mi  cabeza  de  dios;  yo  vi- 
ne a  redimir  al  Hombre  del  Pecado  de  Adamr 
y,  el  Pecado  de  Adam  ruge  en  mí,  y  Eva  se 
venga  de  aquel  que  quiso  hacer  imposible  su 
reinado  sobre  la  Tierra;  y,  estoy  vencido,  ven- 
cido por  el  Amor;...  y,  siento  que  voy  a  ser 
vencido  por  el  Pecado;  yo  que  vine  a  des- 


MARÍA  MAGDALENA  205 

truirlo...  ¿era  tu  Voluntad  que  este  drama 
se  cumpliese  así,  y  el  Hijo  del  Hombre,  mu- 
riese como  un  Hombre,  sin  poder  rescatar  el 
Mundo  del  Pecado,  y,  antes  bien,  cayendo 
vencido  por  el  Pecado  del  Mundo?  si  es  así, 
Amén...  Amén...  y  que  tu  voluntad  sea  he- 
cha; yo  siento  que  la  hora  del  drama  se  apro- 
xima; la  hora  de  ser  entregado;  Judas,  me 
venderá;  la  sombra  de  una  mujer,  se  alza 
•entreoíos  dos;  ¿por  qué  se  alzó  esta  mujer  en 
mi  camino?  ¡lirio  de  Perdición!...  ¿por  qué 
he  permitido  que  su  perfume  llegue  hasta  mí, 
e  invada  lentamente  mi  corazón?  ella  ha  ve- 
nido en  nombre  del  Dolor;  y,  yo  vine  a  con- 
solar el  Dolor  sobre  la  Tierra;  ella  es  el  Pe- 
cado, y,  ¿no  vine  yo,  a  redimir  los  pecados 
del  Mundo?...  ella  es  la  conquista  de  mi  Pa- 
labra, y,  ¿no  vine  yo  a  conquistar  las  almas? 
¿cómo  pedir  al  Conquistador,  que  tenga  mie- 
do de  su  Conquista  y  huya  de  ella?...  yo  sien- 


206  VARGAS  VILA 

to  que  la  bestialidad  del  Instinto,  se  despier- 
ta en  mí;  y,  el  Instinto,  es  el  Alma  del  Hom- 
bre; la  Madre  Naturaleza  me  recuerda  que 
soy  su  hijo,  y,  es  por  los  ojos,  por  los  labios,, 
por  las  manos  de  esta  Mujer,  que  viene  a  re- 
cordármelo; el  perfume  de  su  cuerpo,  hace 
temblar  el  mío;  el  aliento  ae  su  boca  me  enar- 
dece, sus  ojos  de  alga  marina,  me  obsesio- 
nan... siento  que  voy  a  sucumbir...   ¡Padre 
mío !  ¡  Padre  mío !  aparta  de  mí  este  cáliz  del 
Amor;  aparta  ae  mí,  el  cáliz  de  estos  labios; 
aparta  de  mis  ojos,  la  estrella  de  estos  ojos, 
que  me  ciegan;  aparta  de  mi  cuello  la  cadena 
de    estos    brazos,    que    amenazan    esclavi- 
zarme... 

ten  Piedad  de  mí;  Piedad  de  mi  Obra,  que 
el  poder  del  Mal,  es  decir,  el  Poder  de  la 
Mujer,  va  a  hacer  estéril  sobre  la  Tierra;  la. 
oveja  que  he  salvado,  pesa  demasiado  so- 
bre mis  hombros  ¡guay!  si  es  una  loba  que.. 


MARÍA  MAGDALENA  20; 

he  encontrado  en  el  atardecer,  prisionera  en 
los  zarzales,  y  mis  ojos  de  Misericordia  no  la 
han  distinguido;  ella  terminará  por  devorar 
el  rebaño  y  el  Pastor;  ¡Padre  mío!  ¡Padre 
mío!  salva  a  tu  hijo,  ¿no  has  dicho  que  tienes 
en  él,  puestas  todas  tus  dilecciones?... 

Jesús,  se  pone  en  pie,  pasa  su  mano  por 
su  cabellera  desgreñada,  y  por  su  rostro  lívi- 
do, y,  extendiendo  los  brazos  hacia  adelante, 
como  para  rechazar  o  detener  una  visión  que 
viniese  sobre  él,  dice  con  una  voz  de  angus- 
tia, voz  de  incertidumbre,  llena  de  todas  las 
debilidades... 

— Huiré;  me  refugiaré  en  la  montaña;  ma- 
ceraré mi  cuerpo;  ayunaré,  cuarenta  días,  y 
cuarenta  noches,  y,  volveré  purificado  entre 
los  hombres;  libre  de  todo  deseo... 

y,  como  si  quisiese  borrar  de  sus  ojos,  una 
visión  impura,  se  cubre  el  rostro  con  las  ma- 
nos, y,  retrocede  horrorizado  en  la  sombra... 


208  VARGAS  VILA 

el  choque  con  otro  cuerpo  lo  hace  dete- 
nerse; 

— ¿Quién  eres?,  dice,  volviendo  el  rostro, 
e  interpelando  la  forma  que  se  alza  en  su  ca- 
mino; 

— Yo,  Maestro...; 

— ¡Magdalena!... 

la  mujer,  toma  una  de  las  manos  del  Maes- 
tro y,  la  lleva  a  los  labios; 

Jesús  tiembla... 

— ¿Tenéis  miedo,  Señor? 

—Sí. 

— ¿Miedo  de  quién? 

—De  ti... 

— ¿De  mí,  que  os  amo  tanto? 

— Tengo  miedo  del  Amor... 

— Y,  ¿no  habéis  venido  a  predicarlo?  ¿por 
qué  tenéis  miedo  de  mí,  que  os  lo  traigo  ? 

— ¡Apartaos!  ¡Apartaos!  ¡Mujer!,  grita  el 


MARÍA  MAGDALENA  209 

Cristo,  con  una  voz  desfalleciente,  del  ser  que 
siente  decaer  sus  fuerzas. 

— ¿Yo?...  dice  la  Mujer,  tomándole  por 
las  dos  manos,  y,  acercando  a  él  las  dos  ma- 
milas exuberantes,  cual  si  se  las  ofreciese, 
centellando  los  ojos  fosforescentes  de  de- 
seos, y,  los  labios,  llenos  de  incitaciones. 

— Apartaos,  dice  débilmente  el  Hijo  de 
Dios,  como  si  hiciese  el  último  esfuerzo  para 
defenderse. 

— ¿Apartarme  de  Ti?  Señor;  clama  la  Mu- 
jer, atrayéndolo  violentamente  sobre  su  seno 
y,  devorando  con  un  beso  furioso,  la  púrpura 
virgen  de  los  labios  nazarenos... 

el  Cristo,  no  se  defiende,  la  deja  hacer,  se 
deja  devorar  de  besos  y  de  caricias,  como  re- 
signado a  la  Inexorable  Fatalidad  de  la  Na- 
turaleza, que  ha  hecho  tan  dulces  las  fuentes 
del  Pecado; 

MAGDALENA. — 14 


2io  VARGAS  VILA 

y,  vencido  cae,  por  el  Amor,  aquel  que  ha- 
bía venido  a  encadenarlo... 

y,  el  bosque  todo  tiembla  en  una  fiesta  nup- 
cial; 

un   soplo   de    divinidad    acaba    de    pasar 

por  él; 

es  el  beso  de  un  Dios,  que  viene  a  fecun- 
dar la  tierra. . . 

en  la  sombra  se  ve  a  Magdalena,  que  se 
encarniza  en  besos  asesinos,  y,  sus  brazos  que 
se  agitan  con  los  gestos  convulsos  de  las  alas 
de  un  buitre  que  devorara  un  cordero... 

y,  devorado  fué  por  el  pecado  el  Cordero 
de  Dios,  que  había  venido  a  redimir  los  peca- 
dos del  Mundo: 

A  gnus  Dei  qui  toüis,  peccata  mundi... 


La  Noche,  negra,  llena  de  una  tristeza  im- 
periosa, impenetrable... 

noche  de  pesadumbre;  sin  estrellas... 

por  la  colina  lívida,  más  lívida  que  el  cielo, 
avanza  el  Cristo:  hacia  el  Huerto  de  Getze- 
maní; 

apoya  una  mano,  en  el  hombro  de  Magda- 
lena, y,  se  deja  guiar,  como  si  fuese  un  ciego: 

no  él,  sino  su  sombra,  parece  el  Nazareno; 

una  sombra,  la  sombra  de  un  muerto  esca- 
pado de  un  sepulcro,  y,  apoyado  en  una  som- 
bra hermana,  que  lo  guía; 


212  VARGAS  VIL  A 

toda  flor  de  juventud  ha  huido  de  su  rostro 
macilento,  y  de  su  mirada  opaca,  sin  ternu- 
ras; 

la  lividez  de  su  rostro,  es  la  del  hemotísico, 
a  quien  un  tardío  y  violento  uso  del  Amor, 
lleva  a  la  Muerte; 

las  violetas  de  sus  ojos,  son  como  dos  car- 
bones extintos,  entre  el  negro  voraz  de  sus 
ojeras,  que  llegan  hasta  sus  pómulos  salien- 
tes, donde  un  punto  rosa,  muy  pálido,  denun- 
cia la  fiebre  que  lo  mina; 

su  boca,  es  casi  fea,  a  causa  de  la  languidez 
desencantada  de  los  labios,  flácidos  entre  la 
barba  inculta; 

las  melenas  en  desgreño; 

se  diría,  que  una  larga  serie  de  años,  ha  pa- 
sado sobre  su  juventud,  para  ajarla,  para  des- 
truirla, para  no  dejar  ni  un  vestigio,  de  esa 
encantadora  y,  enfermiza  flor  de  gracia,  que 
era  su  rostro  de  Rabín,  encantado  y  soñador; 


MARÍA  MAGDALENA  213 

cubierto,  más  que  vestido,  por  una  túnica 
sucia,  de  color  indefinible,  y  un  manto  hara- 
piento, que  el  viento  de  la  Noche  agita,  como 
para  denunciar  su  estado  lamentable;  avanza 
por  el  sendero  guijarroso,  sus  pies  lacrados, 
apenas  cubiertos  y  no  protegidos  por  sus  san- 
dalias en  jirones; 

nunca  un  aire  de  vencimiento  igual,  se  vio 
sobre  un  rostro  de  Infortunio;  ¡el  anonada- 
miento absoluto,  de  aquel  que  ha  perdido  to- 
do, hasta  la  Esperanza!... 

así,  ajado,  encorvado,  como  desaparecido, 
apoyado  en  el  hombro  de  Magdalena,  parece 
un  viejo  mendigo,  llevado  por  su  hija,  a  tra- 
vés de  la  peregrinación  de  la  Miseria; 

Magdalena,  va,  menos  que  humilde,  mise- 
rablemente trajeada;  su  túnica,  que  fué  roja, 
ha  perdido  todo  color;  el  manto  que  fué  azul, 
y  es  ahora  de  un  color  gris  a  manchas  deste- 
ñidas, como  de  óxido;  por  todo  tocado,  sus 


214  VARGAS   V1LA 

cabellos  victoriosos,  sus  cabellos  de  oro,  que 
sueltos  sobre  la  espalda,  la  hacen  por  su  peso 
echar  la  cabeza  hacia  atrás,  en  uno  como  ges- 
to de  orgullo;  por  todo  adorno,  su  belleza  ra- 
diosa hecha  ahora  más  intensamente  atracti- 
va, de  una  sugestión  menos  brutal,  que  la  de 
sus  formas  anteriores;  éstas,  han  perdido  en 
opulencia,  pero,  han  ganado  en  gracia;  su  del- 
gadez, la  hace  aparecer  más  alta,  más  esbelta, 
más  espiritualmente  sensitiva;  los  días  sin 
pan,  las  noches  sin  abrigo,  han  dado  al  cerco 
de  sus  ojos,  un  negro  profundo,  que  agranda 
y  obscurece  el  verde  de  sus  pupilas,  hechas 
violáceas  en  la  vecindad  de  esa  sombra,  como 
el  verdor  del  mar,  cerca  a  una  montaña  de 
pinos; 

van  solos... 

nadie  los  sigue; 

las  turbas  han  abandonado  al  Maestro;  la 
murmuración  le  ha  hecho  el  vacío... 


MARÍA  MAGDALENA  215 

cuando  se  retiró  a  la  montaña,  cuarenta 
días,  y  cuarenta  noches,  para  hacer  peniten- 
cia, sus  discípulos  creyeron  en  el  Milagro,  y, 
lo  esperaron  ansiosos; 

mas,  cuando  el  día  del  descenso,  lo  vieron 
bajar,  apoyado  en  el  brazo  de  Magdalena, 
cual  si  regresase  de  un  viaje  nupcial,  buscan- 
do los  senderos  extraviados,  escondiéndose  a 
las  miradas  de  todos,  y  comprendiendo  que 
la  Pecadora  lo  había  acompañado  en  su  so- 
ledad, se  retiraron  hoscos  y  murmuradores; 

las  mujeres,  le  volvieron  la  espalda,  y  no 
siguieron  ya  su  cortejo; 

las  madres  no  llevaron  ya  sus  hijos  a  aquel 
que  había  dicho:  «dejad  los  pequeñuelos,  que 
vengan  a  mí»,  los  apartaban  de  su  camino, 
como  para  evitar  que  los  acariciara  con  su 
mano,  aquel  que  había  tocado  ya,  carne  de 
mujer; 


2i6  VARGAS  VIL  A 

su  madre  misma,  se  había  apartado  de  él, 
reprochándole  su  Amor... 

sus  enemigos  exultaban  de  gozo; 

los  sacerdotes  lo  afrentaban; 

y,  aquel  que  se  llamaba  Hijo  de  Dios,  ven- 
cido por  la  Hija  de  los  hombres,  arrastró  en 
la  Soledad,  el  duelo  de  su  Divinidad  ven- 
cida; 

vagó  por  los  caminos,  sin  que  nadie  llegara 
en  la  pompa  de  los  campos,  y  la  agonía  de 
las  tardes,  a  escuchar  sus  parábolas  armonio- 
sas, que  sólo  encantaban  a  los  pájaros  del  cie- 
lo, y  a  las  candidas  flores  de  la  Tierra; 

llegó  a  la  aldea,  y  nadie  salió  a  su  encuen- 
tro; las  palmas  no  hicieron  ya  abanicos  sobre 
su  cabeza;  ningún  ¡Hosanna!'  sonó  en  sus 
oídos  de  vencido... 

las  puertas,  antes  amigas,  se  cerraban  a  la 
aproximación  de  aquel  que  llegaba  apoyado 
en  el  brazo  del  Escándalo... 


MARÍA  MAGDALENA  217 

todos,  por  huir  de  la  Pecadora,  huían 
de  él; 

durmió  en  los  caminos,  sin  otra  almohada 
para  su  cabeza  de  Profeta,  que  la  almohada 
de  nardos  de  su  Amor; 

y,  hubo  días,  en  que  como  un  pichón  im- 
plume,  no  tuvo  otro  alimento  que  el  que  le 
dieron  los  labios  casi  maternales  de  la 
Amada; 

pero,  no  renunció  a  su  conquista;  no  puso 
en  el  suelo,  y  no  abandonó  sobre  el  camino 
la  oveja  leprosa,  que  lo  había  contagiado; 

se  puso  a  amarla  apasionadamente; 

como  todo  hombre  que  llega  tarde  al  Amor,, 
quiso  agotarlo; 

el  esfuerzo  apasionado,  desarrolló  en  él,  los 
gérmenes  latentes  del  mal  que  había  devo- 
rado a  tantos  de  su  raza,  y  que  devoraba  a  su 
propio  padre;  la  tuberculosis  hereditaria,  que 
residía  en  su  organismo  en  estado  larvado,  se 


-2 1 8  VARGAS  VIL  A 

desarrolló  en  él,  fulminante,  y  hallando  en  su 
organismo  raquítico,  un  terreno  apropiado,  se 
puso  a  devorarlo,  y  lo  consumió... 

se  sentía  morir... 

la  obsesión  de  su  Misión  Divina,  no  lo 
-abandonaba;  su  teomanía  incurable,  se  exa- 
cerbó con  la  derrota,  y,  deseando  morir  como 
Mártir,  vino  a  Jerusalem,  donde  sabía  que  la 
venganza  de  Judas,  lo  esperaba  para  entre- 
garlo... 

aspiraba  a  rescatar  por  la  Santidad  de  su 
muerte,  la  única  debilidad  de  su  Vida; 

y,  ahora,  iba  en  el  crepúsculo,  hacia  el 
Huerto  triste... 

en  la  linde  del  olivar  la  sombra  era  más 
espesa... 

— ¡Cómo  la  Noche  es  fría!,  extiendo  la 
mano,  y,  me  parece  que  toco  el  cuerpo  de  un 
¡muerto;  todo  huye  de  nosotros,  hasta  el  Sol... 

y,  el  Cristo,  bajó  los  párpados,  sobre  las  ti- 


MARÍA  MAGDALENA  %  219 

nieblas  de  sus  ojos,  que  parecían  extintos,  e 
inclinó  su  cabeza  dolorosa,  sobre  el  hombro 
de  Magdalena,  en  un  gran  gesto  de  desfalle- 
cimiento; 

caminaban  a  pasos  tan  cortos,  que  se  dirían 
inmóviles; 

la  obscuridad  era  perfecta,  y,  sus  dos  som- 
bras apenas  si  se  veían,  como  dos  fantasmas, 
tanteando  el  sendero,  perdidos  en  el  corazón 
inmisericorde  de  la  Noche... 

— Y,  sin  embargo,  estas  tierras  me  fueron 
clementes,  dijo  el  Cristo;  el  Sol  lucía,  para 
antorcha  de  mi  palabra,  tal  un  cirio  nupcial, 
cargado  de  perfumes;  mañanas  radiosas,  en 
«que  el  vuelo  de  las  palomas  enternecidas,  se 
mezclaba  a  la  caída  del  rocío,  cayendo  como 
un  bálsamo  odoriferante  sobre  la  tierra;  y  yo 
doctrinaba  en  ellos,  y,  la  multitud  me  rodea- 
ba como  una  mar  tranquila...  tardes  de  en- 
sueño conmovedor,  en  que  el  Sol  moría  lán- 


220  VARGAS  VILA 

guidamente  sobre  los  cielos  estivos,  y,  mis 
parábolas  volaban  como  un  enjambre  amoro- 
so, sobre  las  rosas  dormidas;...  mañanas  de 
Bethania  y  de  Cafarnaún;  tardes  de  Tiberia- 
des  y  de  Emaús,  ¿adonde  están?  las  gentes 
han  huido  del  Hijo  de  Dios,  y,  mis  palabras 
no  hallan  corazones  en  que  posarse,  y,  caen 
vencidas,  como  pájaros  en  el  desierto  que  na 
hallan  un  árbol,  en  que  plegar  las  alas  fati- 
gadas;... sentado  a  la  orilla  del  mar  de  la  So- 
ledad, siento  morir  a  mis  pies,  sus  olas  sin 
tumultos;...  ¡ah!  qué  de  veces,  me  ha  suce- 
dido, creer  que  voy  a  morir,  sin  reconquistar 
el  reino  de  las  almas,  aquel  reino  que  fué 
mío... 

y,  sus  palabras,  sonaban  en  la  sombra  y  el 
silencio,  como  el  murmurio  de  una  fuente  en 
la  noche  profunda... 

Magdalena  callaba,  más  pálida,  que  las  ho- 
jas inertes  que  el  viento  invasor  llevaba  por 


MARÍA  MAGDALENA  221 

entre  los  senderos  guijarrosos;  una  inmensa 
tristeza  devoraba  sus  ojos,  y,  se  le  sentía  tem- 
blar, como  los  arbustos  que  se  enredaban  a 
su  túnica  desgarrada; 

— ¿No  viste  a  nadie  conocido,  al  atrave- 
sar a  Jerusalem? 

— A  nadie,  Maestro;  las  callejuelas  más 
excusadas,  fueron  nuestro  camino,  según 
vuestro  deseo;  nadie  os  reconoció... 

— La  Multitud,  es  voluble,  como  las  olas 
del  Mar;  ¡ay  de  aquel  que  da  su  Vida  a  la 
Multitud!  ése  será  devorado  por  ella;  en  esta 
lucha  de  vencidos,  tal  vez  sólo  los  domina- 
dores tienen  razón;  los  pueblos  son  como  ca- 
ballos insumisos,  necesitan  el  jinete  que  los 
dome;  ¡ay!  de  aquel  que  se  pone  ante  ellos, 
queriendo  detenerlos  en  su  carrera  al  abismo; 
morirá  pisoteado  y  despedazado  por  sus  cas- 
cos asesinos;...  el  foete  es  el  instrumento  de 
dominio,  sobre  las  bestias  y,  sobre  los  hom- 


222  VARGAS  VILA 

bres;  y,  aquel  que  no  azota  a  los  otros,  azo- 
tado será  por  ellos...  Jerusalem,  me  ha  olvi- 
dado;... Jerusalem,  fué  ingrata  como  Naza- 
reth,  como  Bethania,  como  Tiberiades... 

— En  Nazareth,  vuestra  Madre  misma,  vol- 
vió los  ojos,  para  no  veros  pasar;  los  niños  os> 
insultaron  en  nombre  de  sus  madres;  y,  el 
rumor  público  nos  persiguió  hasta  afuera  de 
las  puertas  de  la  aldea;  cuando  quisimos  de- 
tenernos a  orillas  de  la  fuente,  ninguna  hija 
del  lugar  nos  dio  su  cántaro  para  beber;  y,, 
aquellos  labradores  que  trabajaban  cerca  al 
camino,  nos  lanzaron  guijarros; 

— Es  Verdad;  escrito  está,  que  la  aldea,, 
siempre  será  fatal  al  Genio;  ¡ay  del  águila, 
que  no  rompe  su  nido !  ésa  no  volará  muy  al- 
to; romper  su  nido,  es  el  primer  deber  del 
águila;  como  romper  su  patria  es  el  primer 
deber  del  Hombre  Libre;  ¡ay!  de  aquel  que 


MARÍA  MAGDALENA  22¿ 

no  rompe  el  nido  de  las  víboras;  ellas  devo- 
rarán su  corazón,  y,  lo  devorarán  a  él... 

y,  diciendo  eso,  su  voz  era  inflamada  y  dé- 
bil, como  una  llama  moribunda,  que  se  esca- 
pa de  una  hoguera  cuasi  extinta... 

— En  el  Tiberiades,  nadie  quiso  darnos  sur 
barca  para  atravesarlo;  no  hallamos  barque- 
ro, aquellos  que  eran  vuestros  discípulos,  se 
ocultaron;  y,  Pedro  también... 

— Verdad  es;  ese  hombre  ha  de  negarme; 
y  tres  veces  me  negará... 

— Entre  Bethania  y  Sión,  la  casa  de  Si- 
meón, cerró  sus  puertas,  viéndonos  venir... 
Sólo  Marta,  salió  sobre  el  terrado  a  contem- 
plaros cuando  hubimos  pasado;  había  un 
grande  amor  en  su  mirada;  María,  volvió  la 
espalda;  Simeón,  se  inclinó  sobre  un  surco 
que  abría,  oculto  a  la  sombra  de  sus  bueyes; 
Lázaro  descendió  a  la  cueva,  para  ocultarse 


1224  VARGAS  VILA 

-en  ella,  como  si  descendiese  de  nuevo  a  su 
sepulcro... 

— La  lepra  del  alma,  no  se  cura  con  el  azu- 
fre, como  curé  yo,  la  herpes  de  Simeón,  que 
él  creía  una  lepra;  la  gratitud  no  se  despierta 
<en  los  corazones  malos,  como  desperté  yo,  a 
Lázaro  de, la  catalepsia  en  que  estaba  sumi- 
do, y  le  volví  el  uso  de  sus  miembros  por  el 
solo  poder  del  hipnotismo;  ¡pobre  Marta!... 
su  corazón,  yo  no  puedo  consolarlo... 

había  llegado  a  lo  más  alto  de  la  colina,  en 
lo  más  espeso  del  olivar,  y  el  Cristo  dijo: 

— ¿No  veis  a  nadie?  ¿no  hay  nadie? 

— Nadie,  Maestro... 

— Nadie,  la  palabra  de  la  soledad...  Na- 
die... Pedro,  Juan,  y  Santiago  habían  dicho 
que  vendrían... 

— Y,  vendrán... 

— Hay  horas  en  que  el  alma  formidable  de 
la  Soledad,  quiere  ser  violada;...  la  Verdad 


MARÍA  MAGDALENA  225 

lleva  a  la  soledad,  y,  yo  he  entrado  en  ella, 
por  el  camino  terrible,  que  lleva  a  todo  sacri- 
ficio;... y,  yo  cumpliré  el  mío...  ¡triste  es  la 
Soledad  de  aquel  que  ha  sido  abandonado 
por  los  hombres!  ¡triste  y  heroica!...  ¡cómo 
se  siente  morir  la  Vida,  en  su  silencio  extra- 
ño!... bella  es  la  muerte  del  Apóstol,  que  en- 
tra en  la  tumba  por  el  sendero  del  Tumulto... 
.y,  pasa  bajo  el  arco  del  sepulcro,  como  bajo 
un  pórtico  ornado  de  leones...  bella  es  la 
muerte  del  Mártir,  que  una  Voluntad  Heroi- 
ca, sostiene;  bella  y  feliz;  yo  tengo  miedo  a 
la  soledad;  miedo  de  morir  en  ella;  la  sole- 
dad, es  una  prisión  sin  Sol;  yo  quiero  salir 
de  ella;  yo  quiero  ver  el  Sol,  yo  quiero  volver 
al  alma  de  los  hombres;  reinar  en  el  alma  de 
los  hombres;  conquistar  de  nuevo  mi  Reino, 
el  Reino  de  las  Almas;  la  tumba  es  menos 
triste  que  una  vida  sin  amigos; 

como  todos  los  espíritus  débiles  y  megaló- 

MAGDALENA. — 15 


226  VARGAS  VILA 

manos,  Jesús  tenía  el  horror  de  la  Soledad, 
y  ese  horror  lo  reflejaba  el  temblor  de  su  pa- 
labra, que  semejaba  la  de  un  niño  asaltado 
de  espanto; 

Magdalena,  volvió  hacia  él,  los  ojos  afli- 
gidos por  aquellas  palabras,  que  denuncia- 
ban en  el  Alma  del  Profeta,  un  vacío  que  su 
amor  no  podía  colmar;  la  nostalgia  de  un 
Amor,  que  su  Amor  no  podía  borrar;  el  Amor 
de  la  Multitud;  Amor  de  seres  inferiores,  que 
en  él,  no  eran  sino  un  vértigo  de  su  Vani- 
dad... 

viéndola  tan  triste,  Jesús  tuvo  piedad  de 
ella; 

— ¿Te  he  hecho  mal?  Magdalena...  ¿te  he 
hecho  mal  ?  tú  eres  más  fuerte  que  yo,  porque 
tú  no  sientes  la  tristeza  del  esplendor  per- 
dido... 

— Porque  yo  te  amo,  Señor,  más  que  todos 
los  esplendores  del  Pasado,  y,  más  que  todas 


MARÍA  MAGDALENA  227, 

las  glorias  del  Futuro;  amor  que  recuerda 
otros  amores,  no  es  Amor;  Amor,  que  suspira 
por  otros  amores,  y  los  desea,  no  es  Amor..., 

— Razón  tienes,  mujer,  y  la  Verdad  ha  ha- 
blado por  tu  boca,  porque  siempre  es  boca 
de  Sabiduría,  la  boca  que  ama;  pero  de  pen- 
sar has,  que  cuando  yo  hablé  de  Amistad,  no 
hablé  de  Amor;  y  tú  el  Amor  eres;  no  eres  la 
Amistad;  conquistada  fuiste  por  mi  Palabra, 
pero,  como  el  icneumón  en  la  boca  del  lagar- 
to, tú  entraste  por  la  boca  que  te  había  con- 
quistado, entraste  a  mi  corazón  y  a  mis  en- 
trañas;... cuando  yo  hablé  de  la  Soledad,  no 
hablé  del  Amor;  del  Amor,  al  cual  he  dado 
todo,  y,  por  el  cual  daré  la  Vida... 

— El  Amor  que  ha  hecho  tu  Soledad; 

— No  hay  soledad  en  el  Amor;  el  Amor  lo 
llena  todo;  imposible  es  el  silencio  en  sus 
tumultos... 

y,  reclinando  la  cabeza,  en  el  seno  amado, 


223  VARGAS  VILA 

se  dejó  ungir  con  un  beso  misericordioso  de 
aquellos  labios  que  lo  habían  perdido... 

un  golpe  de  tos  lo  agitó  violentamente,  co- 
mo un  arbusto  sacudido  por  el  huracán;  sus 
ojos  se  extravasaron,  su  rostro  congestionado 
se  amorató;  se  sentía  ahogar... 

•  un  chorro  de  sangre  salió  por  su  boca  y  sal- 
picó sus  labios,  su  barba  y  su  vestido;  un  ver- 
dadero ataque  de  hemotisis; 

le  sobrevino  un  vértigo; 

cerró  los  ojos,  y  dejó  caer  su  cabeza  en  el 
hombro  de  Magdalena... 

ésta,  lo  sentó  en  una  piedra  que  había  cer- 
cana, y,  enjugó  con  su  manto,  el  sudor  del 
rostro  y,  la  baba  sanguinolenta  que  se  adhe- 
ría a  la  barba  sedosa,  antes  tan  bella; 

minutos  después,  Jesús  abrió  los  ojos  y  di- 
jo, con  una  voz  que  era  un  gemido: 

— Tengo  sed. 

Magdalena,  miró  angustiada  por  todas  par- 


MARÍA  MAGDALENA  229 

tes;  no  había  pozo,  ni  fuente,  ni  lagar  alguno 
que  ofreciese  una  gota  de  agua,  con  que  apla- 
car la  sed  del  febricitante; 

quiso  entonces  sentarse  a  su  lado  para  apa- 
ciguar con  sus  labios,  la  sed  que  ardía  en 
los  del  Cristo,  pero,  éste  se  lo  impidió  dicién- 
dole; 

— Apártate,  Magdalena,  porque  voy  a  en- 
trar en  Oración;  es  la  hora  de  hablar  con  mi 
Padre  Celestial,  que  no  me  ha  abandonado, 
y,  en  cuya  presencia  siento  que  voy  a  compa- 
recer muy  pronto; 

Magdalena  obedeció,  y  entró  en  el  bosque, 
pronta  a  acudir  a  la  primera  llamada  del 
Maestro... 

éste,  se  postró  de  rodillas,  puso  la  cabeza 
entre  las  manos,  apoyando  los  codos  sobre 
el  banco  de  piedra,  y  oró; 

ligeros  estremecimientos  recorrían  su  cuer- 
po, sacudido  de  sollozos; 


230  VARGAS  VILA 

y,  oró  largamente,  férvidamente,  angustio- 
samente; 

cuando  se  levantó,  su  rostro  lívido,  estaba 
cubierto  de  sudor;  nuevos  esputos  sanguino- 
lentos, se  habían  mezclado  a  esa  exudación; 
se  diría  que  había  sudado  sangre... 

se  limpió  el  rostro,  con  el  halda  de  su  man- 
to, y,  miró  en  la  obscuridad; 

vio  a  Pedro,  su  discípulo,  que  estaba  frente 
a  él,  esperando  que  acabase  de  orar; 

— Pedro,  ¿por  qué  me  has  abandonado?, 
le  dijo  con  una  voz  dura,  voz  de  reproche  im- 
perioso, que  le  era  habitual  en  sus  arrebatos 
de  impulsivo; 

— Señor,  hay  que  trabajar;  hay  que  vivir; 
mis  redes  estaban  rotas ;  mi  barca  hacia  agua, 
todo  lo  he  abandonado  por  seguiros. 

— ¿También  a  ti,  te  ha  sobornado  Judas? 

— Judas,  me  ha  auxiliado  con  diez  talen- 
tos, para  pagar  las  gabelas  del  César,  sin  lo 


MARÍA  MAGDALENA  231 

cual,  todo  mi  patrimonio  se  habría  perdido; 
¿para  qué  habría  de  sobornarme  Judas?  no 
creáis  a  los  labios  que  os  hablan  contra  él, 
después  de  haberlo  besado;  Judas,  es  vuestro 
discípulo;  Judas  os  ama,  aún  más  que  aque- 
llos que  lo  calumnian... 

Jesús,  devoró  la  alusión  y  sonrió  con  des- 
dén; 

— ¿Y  tú?  Juan,  dijo  al  adolescente  de  Ze- 
badía,  al  bello  efebo,  que  había  sido  su  dis- 
cípulo más  amado,  y  cuya  cabeza  blonda,  se 
había  reclinado  sobre  su  pecho,  en  los  ágapes, 
antes  que  la  de  Magdalena  viniera  a  expul- 
sarlo de  allí; 

taciturno  y  cruel,  éste  dijo: 

— Creí  seros  importuno;  el  lugar  en  que  se 
reclinaba  mi  cabeza,  estaba  ya  ocupado  por 
otra  más  amada  de  vos; 

el  Cristo  sonrió  con  tristeza; 

— En  Verdad  de  Verdad,  os  digo,  que  to- 


232  VARGAS  VILA 

dos  vosotros  os  separaréis  de  mí;  tú,  Pedro, 
me  negarás  tres  veces;  tú,  Juan,  y,  aquellos 
que  aun  no  han  venido,  me  negarán  también; 
y,  abandonado  seré;  porque  el  destino  de  todo 
Salvador,  es  morir  abandonado  por  aquellos 
a  quienes  salva;  alguno  de  vosotros  me  trai- 
cionará; y,  ya  siento  aproximarse  el  beso  que 
será  mi  muerte; 

— El  beso  que  os  hará  llorar,  nos  ha  hecho 
ya  llorar  a  todos;  y,  los  labios  que  os  han  de 
hacer  morir,  labios  de  discípulos  vuestros  no 
serán,  dijo  Juan; 

Jesús,  iba  a  responderle,  visiblemente  con- 
trariado, cuando  se  sintió  un  ruido  de  muchos 
pasos; 

saliendo  de  la  espesura  del  Olivar,  Judas 
apareció; 

el  Cristo,  hizo  una  señal  a  sus  discípulos, 
indicándoles  que  se  alejaran,  y,  les  dijo: 

— Id,  y  entrad  en  oración,  porque  la  hora 


MARÍA  MAGDALENA  233. 

se  aproxima,  en  que  la  Voluntad  de  mi  Pa- 
dre, será  cumplida; 

ellos,  se  alejaron;  y  Jesús  volvió  la  cara  ha- 
cia Judas; 

— Salve,  Rabbi,  dijo  éste,  y  aproximándo- 
se a  él,  lo  beso  fríamente  en  la  mejilla  sudo- 
rosa. 

— ¿Es  con  un  beso,  que  traicionas  al  Hijo 
del  Hombre? 

— Yo,  no  le  traiciono,  yo,  lo  salvo. 

— ¿Vienes  a  entregarme? 

— Os,  lo  he  dicho,  Rabbi,  vengo  a  salva- 
ros. 

— ¿A  salvarme? 

— Sí;  denunciado  has  sido  ante  el  Sanhe- 
drin,  que  fatigado  está  ya  de  las  cosas  de  tu 
demencia;  has  reaparecido  en  Jerusalem,  para 
rehacer  tus  turbas  dispersas,  desafiando  así 
la  tolerancia  que  se  tenía  por  tu  locura;  van 
a  aprehenderte;  tú  has  predicado  la  muerte 


:234  VARGAS  VILA 

del  César,  y,  la  muerte  te  espera;  ¡Sálvate! 
toma  este  dinero — dijo  tendiéndole  una  bolsa 
repleta  de  oro — ,  vete;  abandona  a  Jerusalem, 
y  sus  contornos;  deja  la  Galilea;  todos  los 
caminos  te  están  abiertos;  nadie  te  tocará; 

el  Cristo,  tomó  la  bolsa,  repleta  de  oro,  y 
dijo: 

— ¿Podremos  partir  tranquilos? 

— Tus  discípulos  y  tú. 

Jesús,  miró  fijamente  a  Judas,  con  una  mi- 
rada de  adivinación... 

— Sí — dijo  éste,  sin  inmutarse;  yo  te  salvo 
la  Vida,  a  condición  de  que  tú  salves  la  mía, 
devolviéndome  a  Magdalena. 

Jesús,  arrojó  lejos,  la  bolsa  que  tenía  en 
sus  manos  y  dijo,  colérico; 

— Vade  retro,  vade  retro...  tú  no  tentarás 
al  Hijo  de  Dios;...  ningún  Conquistador  re- 
nuncia a  su  conquista;  yo  no  renuncio  a  las 
almas  que  he  salvado;  no  dejaré  la  oveja  en 


MARÍA  MAGDALENA  235 

las  garras  del  lobo;  yo  la  llevaré  sobre  mis 
.hombros,  y,  si  su  peso  ha  de  abrumarme,  mo- 
riré bajo  ella. 

— Basta  de  parábolas,  Nazareno;  basta  de 
parábolas,  buenas  para  la  multitud  estólida 
de  tus  oyentes;  aquí  somos  dos  hombres  que 
hablan  frente  a  la  Muerte;  dos  rivales  que  se 
disputan  una  hembra;  ¿renuncias  a  Magda- 
lena?... 

— j  Nunca!... 

— Entonces  morirás;  nuestro  duelo  es  a 
muerte;  uno  de  los  dos  está  demás;  es  el  cuer- 
po de  esa  mujer,  lo  que  jugamos  en  la  par- 
tida; y,  yo  lo  ganaré,  porque  yo  soy  el  más 
fuerte;  yo  tengo  la  orden  de  prenderte,  mis 
soldados  están  allí;  una  vez  por  todas,  Jesús 
de  Nazareth,  ¿renuncias  a  Magdalena?... 

— Nunca,  nunca,  dijo  el  Cristo,  entrado  en 
uno  de  esos  accesos  de  cólera,  tan  frecuentes 


236  VARGAS  VILA 

a  los  epileptoides,  y,  que  en  él,  eran  habitua- 
les; 

Judas  sonrió,  y,  recogiendo  del  suelo  la 
bolsa  que  Jesús  había  arrojado  lejos,  le  dijo- 
fría  y  calmadamente: 

— Por  última  vez;  decide:  Magdalena  o  la 
Muerte. 

— La  Muerte,  dijo  el  Cristo,  con  un  gran 
resplandor  de  odio  en  la  mirada; 

Judas,  dio  un  silbido,  y,  los  soldados  salie- 
ron de  entre  el  bosque. 

— Prendedlo,  dijo  señalando  a  Jesús;  y» 
los  soldados  lo  aprehendieron... 

ya  amanetado,  Jesús  se  volvió  para  mirar 
con  odio  a  Judas,  diciéndole: 

— Has  vencido,  Hiskerioth,  has  vencido ;..♦ 
me  has  vencido  a  mí,  pero  no  la  vencerás  a 
ella;  no  entrarás  de  nuevo  en  su  corazón;  mi 
cadáver  hará  centinela  allí;  tú,  no  tendrás  sus 


MARÍA  MAGDALENA  237 

besos,  porque  tus  labios  y,  los  míos,  se  pu- 
drirán al  mismo  tiempo  bajo  la  tierra... — y, 
recordándose  de  sus  sueños  de  teómano,  aña- 
dió:— y,  la  Voluntad  de  mi  Padre  será  cum- 
plida. 

Judas  rió  francamente. 

— Basta,  bufón  de  muchedumbres;  ¿te  em- 
peñas en  morir  como  Apóstol?  ¿cuándo  mo- 
rirá la  Mentira  en  tus  labios  miserables?  si 
eres  dios,  ¿por  qué  no  me  vences?  ¿dónde 
está  tu  pueblo,  Rey  de  los  Judíos? 

y,  el  joven  Keriótida,  volvió  a  reír  estrepi- 
tosamente; 

Jesús  iba  a  contestarle,  cuando  un  centu- 
rión, dándole  un  golpe  en  la  espalda,  lo  em- 
pujó violentamente,  y,  otros  lo  arrastraron; 

un  acceso  de  tos  ahogó  la  voz  en  su  gar- 
ganta, y,  sus  labios  se  empurpuraron  de  san- 
gre; 


238  VARGAS  VILA 

y,  su  silueta,  perseguida  y,  ultrajada,  se 
perdió  en  el  verde-negro  del  olivar,  pequeña, 
encorvada,  triste,  con  la  tristeza  rencorosa  del 
yencido  que  va  a  morir... 


El  día  trágico  era  finido; 

el  drama  del  Calvario  terminaba... 

Jesús,  había  muerto; 

sobre  la  colina  roja  del  Gólgotha,  las  tres 
cruces  proyectaban  el  horror  de  sus  siluetas; 

por  el  sendero  que  separa  esa  colina  del 
Monte  de  los  Olivos,  como  una  sombra,  fun- 
dida en  tantas  sombras,  avanzaba  una  mujer; 

vencida,  vacilante,  se  volvía  a  cada  paso, 
para  mirar  con  desesperación  a  la  colina  trá- 
gica, donde  el  último  rayo  del  Sol  oblicuo, 
ya  hundido  en  el  horizonte,  proyectaba  lar- 
gamente la  silueta  de  las  cruces...» 


240  VARGAS  VILA 

era  Magdalena; 

ella,  había  seguido  al  Cristo  de  casa  de  He- 
rodes  a  la  de  Pilatos,  de  la  de  Anas  a  la  de 
Caifas,  con  el  corazón  más  desgarrado  que 
sus  vestidos  harapientos; 

pero  la  multitud  de  Cristícolos,  cuyo  amor 
al  Cristo  abandonado,  había  revivido  de  sú- 
bito, a  la  noticia  de  su  prisión,  y  el  temor  de 
.su  muerte,  la  habían  reconocido,  y,  la  habían 
insultado,  la  habían  ultrajado,  obligándola  a 
abandonar  la  lúgubre  comitiva; 

llegada  la  primera  al  Gólgotha,  había  sido 
expulsada  de  al  pie  de  la  cruz,  por  la  Madre 
vindicativa; 

María  de  Nazareth,  le  había  prohibido 
acercarse  al  patíbulo  donde  agonizaba  su 
hijo; 

María,  la  hermana  de  Lázaro,  la  había  in- 
sultado, obligándola  a  retirarse; 

Marta,  se  había  sentado  victoriosa  al  pie 


MARÍA  MAGDALENA  241 

de  la  Cruz,  cerca  a  la  Madre  dolorosa,  y,  bajo 
la  mirada  de  su  grande  Amor,  ajusticiado; 

Pedro  y  Juan,  celosos  y  rencorosos,  la  ha- 
bían entregado  al  ludibrio  de  los  centuriones 
que  hacían  la  guardia,  cerca  a  los  patíbulos 
de  los  moribundos... 

y,  éstos  cercándola,  acariciándola,  reque- 
brándola, sin  respeto  a  su  Dolor,  habían  que- 
rido arrastrarla  de  fuerza  al  bosque  vecino, 
para  gozarla; 

había  huido;  así  rechazada,  vejada,  perse- 
guida; había  dejado  el  Gólgotha,  e  iba  sin 
rumbo,  y,  sola,  en  la  inmensidad  de  la  No- 
che, que  nacía; 

un  hombre  la  seguía; 

llegados  al  primer  montículo  de  la  ribera 
allá  del  Cedrón,  y,  cerca  al  Huerto  de  Getze- 
maní,  el  hombre,  tomando  un  sendero  de  tra- 
vés, apareció  ante  ella,  obstruyéndole  el  ca- 
mino; 

MAGDALENA. — 16 


242  VARGAS  VILA 

creyendo  que  fuese  uno  de  los  centuriones 
que  la  habían  solicitado,  sobre  el  Gólgotha, 
retrocedió; 

a  la  luz  que  caía  de  las  estrellas,  a  través 
del  ramaje,  reconoció  bien  al  hombre  que  la 
seguía; 

era  Judas... 

— ¡Asesino!  fué  todo  lo  que  pudo  decirle; 
¡asesino!,  y,  lejos  de  huirle,  se  abalanzó  a  él, 
con  una  furia  de  fiera. 

— Asesino  por  tu  amor. 

— Calla,  miserable,  dijo  con  tal  cólera  en 
los  ojos  y  en  los  labios,  que  Judas  retroce- 
dió... 

las  manos  de  Magdalena  lo  amenazaban 
como  dos  garras  crispadas,  queriendo  tomar- 
lo por  el  cuello  para  estrangularlo; 

él,  quiso  aprisionar  en  las  suyas,  las  manos 
amenazantes,  pero,  era  tarde... 

el  eco  de  un  bofetón,  resonó  en  el  bosque... 


MARÍA  MAGDALENA  243 

y,  otro... 

y,  otro... 

y,  otro... 

castigado  así,  y,  no  queriendo  ultrajar  a  la 
mujer  que  amaba,  llevó  la  mano  a  la  daga, 
para  intimidarla. 

— Mátame,  mátame,  le  gritó  ella,  mátame 
ya  que  has  matado  mi  Vida,  matándole  su 
Amor,  su  único  Amor... 

— Magdalena,  ¿me  odias? 

— Te  desprecio... 

— Estás  sola,  abandonada,  perseguida,  to- 
dos te  odian;  sólo  yo  te  amo;  yo  te  recojo, 
ven  conmigo... 

— Calla,  asesino,  calla;  primero  me  entre- 
garía a  la  soldadesca  que  me  persigue;  pri 
mero  me  daré  al  último  de  los  hombres,  en  el 
último  d«  los  prostíbulos  de  Jerusalem,  que 
soportar  que  tus  manos,  teñidas  de  sangre 


244  VARGAS  VILA 

inocente,  toquen  mi  cuerpo...  ¡apártate!  ¡ase- 
sino ! 

— No  me  arrojes  de  ti,  Magdalena,  gimió 
él,  cayendo  de  rodillas;  te  toco  y,  me  pareces 
una  sombra,  te  miro  y,  me  pareces  una  som- 
bra, déjame  tocarte,  para  convencerme  de  que 
aun  vivo... 

— ¡Atrás!  ¡atrás!... 

ella,  retrocedía,  y  él,  la  seguía  de  rodillas, 
tendiendo  hacia  ella,  las  manos  implorado- 
ras... 

— Magdalena,  ¿te  alejas?...  no  te  veo;  ¿he 
cegado?  parece  que  todas  las  llamas  del  in- 
fierno hubiesen  devorado  mis  pupilas;  ¿son 
las  lágrimas  que  las  anublan?  ¡es  la  sangre 
que  las  ciega!  ¡la  sangre  que  cae  de  la 
Cruz!...  ¿no  ves  que  alta  está  la  cruz?  no  la 
mires,  Magdalena,  no  la  mires;  podrías  cegar 
tú  también,  con  esta  ceguera  del  Alma,  que 
no  quisiera  ver  lo  que  ven  los  ojos...  vamos 


MARÍA  MAGDALENA  245 

lejos  de  aquí,  Magdalena;  vamos  lejos  de 
aquí;  somos  dos  vencidos  del  Cristo;  huya- 
mos de  la  sombra  de  su  cruz...  si  vieras  cómo 
esa  sombra  me  ha  sido  fatal;  tan  fatal  como 
el  corazón  del  hombre  que  pende  de  ella... 
¿por  qué  me  huyes?  tu  voz  misma  me  parece 
cambiada;  tu  canto  de  Sirena,  esa  voz,  que 
pierde  a  los  dioses,  y  a  los  hombres,  es  ahora 
opaca,  a  pesar  de  su  cólera,  se  diría  que  sale 
del  fondo  de  una  tumba;  ¿tú  también  has 
muerto?  Magdalena;  ¿todos  hemos  muerto 
con  él?... 

y,  con  un  gesto  de  horror  loco,  apretaba 
su  cabeza,  entre  las  manos,  como  si  temiese 
ver  escapar  el  último  rayo  de  razón,  que  bri- 
llaba en  ella; 

yo  vivo...  ¿por  qué  continúo  en  vivir?  pa- 
réceme  que  todo  el  mundo  aparta  de  mí  los 
ojos  con  espanto;...  como  si  la  sombra  de  to- 
dos los  crímenes  antiguos  pesaran  sobre  mi 


246  VARGAS  VILA 

cabeza;  pero,  todo  eso  me  sería  como  una  ca- 
ricia de  ventura,  si  tú  me  amaras;  el  mundo 
para  mí,  reside  en  tus  pupilas,  y,  en  tus  la- 
bios... sin  ti;  ¿existe  la  Vida?  ¿qué  es  la  Vi- 
da, cuando  ya  no  se  alimenta  en  ella  el  calor 
de  una  esperanza?  {malditos  los  ojos  que  no 
ven  ya  esa  flámula  azul,  dominando  el  hori- 
zonte! ¿no  ves  cómo  han  cegado  los  míos? 
cuando  se  ha  visto  tan  de  cerca  el  rostro  del 
Dolor,  no  se  puede  ver  ya  nunca,  el  rostro 
de  la  Esperanza;  la  imagen  del  mundo  queda 
abolida  para  los  ojos  que  han  visto  el  Dolor, 
tan  de  cerca,  como  yo  lo  he  visto,  como  lo  veo 
ahora,  como  lo  veré  más  allá  de  la  Muerte, 
porque  mi  Amor  y  mi  Dolor,  son  uno  solo, 
tienen  un  solo  nombre;  se  llaman...  ¿cómo  te 
llamas  tú?;  tengo  miedo  de  pronunciar  tu 
nombre,  por  miedo  de  despertar  la  Vida,  es 
decir,  el  Dolor...,, 


MARÍA  MAGDALENA  247 

y,  se  tapaba  los  ojos  como  para  no  ver  algo 
siniestro,  que  venía  sobre  él; 

Magdalena,  lo  miraba  cruel,  impasible,  fe- 
liz de  verlo  así  sufrir  con  el  alma  desgarrada. 

— Yo,  podría  irme,  poner  el  mar  entre  los 
dos;  olvidarte;  pero,  eso  sería  la  muerte  de 
mi  Amor,  algo  peor  que  mi  propia  muerte; 
¿para  qué  la  Vida,  sin  amarte?  haberme  visto 
morir  en  tu  corazón,  es  ya  mi  desgracia,  verte 
morir  en  el  mío,  sería  ya  el  horror  insupera- 
ble; antes  morir  que  sufrirlo; 

— ¿Morir  tú?  con  cien  vidas  que  tuvieras, 
no  pagarías  la  suya;  el  cordero  ha  agonizado 
sin  quejarse;  ¿por  qué  se  queja  el  tigre?  nin- 
guna sangre  tendrá  el  poder  de  rescatarte,  ni 
aun  la  del  Justo,  que  ha  muerto  por  tu  mano; 
aun  me  parece  oír  su  voz,  en  tanto  que  ago- 
nizaba diciendo  desde  lo  alto  de  su  cruz: 
«Perdónalos,  Padre  mío,  porque  no  saben  lo 


248  VARGAS  VILA 

que  hacen»;  ese  Perdón  no  caerá  sobre  ti, 
porque  tú,  sí  sabes  lo  que  has  hecho; 

— El  Perdón  de  Jesús,  ni  lo  quiero,  ni  me 
importa;  es  el  tuyo  el  que  quiero,  Magda- 
lena. 

— Si  por  no  perdonarte  hubiera  de  perder 
la  Vida,  mil  veces  moriría;  si  mi  corazón  lle- 
gara a  sentir  piedad  por  ti,  me  arrancaría  el 
corazón,  de  vergüenza  de  tenerlo  tan  misera- 
ble, y  tan  ruin...  vete,  vete,  lejos  de  mí,  que 
mis  ojos,  no  se  deshonren  con  mirarte;  que 
mis  oídos  que  oyeron  sus  últimas  palabras, 
no  se  desgarren,  oyendo  las  tuyas,  de  asesi- 
no; jvete! 

y,  extendía  su  mano  convulsa,  como  una 
garra  devastatriz,  pronta  a  desgarrarlo;  el  fu- 
ror la  cegaba;  una  fiebre  homicida  le  sacudía 
el  cuerpo;  parecía  haber  algo  de  sagrado,  en 
aquella  mano  trágica,  que  amenazaba; 


MARÍA  MAGDALENA  249 

Judas,  retrocedía,  de  rodillas,  como  había 
avanzado. 

— Magdalena;  nada  es  irreparable,  ni  el 
Crimen;  yo,  rescataría  la  pena  que  te  he  he- 
cho, dándote  mi  vida; 

— ¿  Morir  tú  ?  tú  no  tienes  valor  para  eso ; . . .. 
mis  ojos  serán  bastante  desgraciados  para  ce- 
rrarse, sin  haber  visto  tu  cuerpo,  oscilando 
del  palo  de  una  horca,  que  es  la  muerte  re- 
servada a  los  traidores;  pero,  esa  aurora  de 
ventura  no  lucirá  sobre  mi  Vida;  ¿tú  morir? 
¿tú?  eres  demasiado  infame  para  eso; 

Judas,  se  irguió  ante  tanto  insulto,  y  se 
puso  en  pie; 

— ¿Tanto  placer  te  daría  mi  muerte? 

— Tanto,  como  el  horror  que  siento  de  mi- 
rarte ; 

— ¿Crees  que  tengo  miedo  a  la  Muerte? 
¿dónde  se  hallaría  un  sepulcro  más  profundo, 
que  aquel  al  cual  me  ha  condenado  tu  des- 


250  VARGAS  VILA 

precio?...  Si  tanto  placer  te  habría  de  causar 
mi  Muerte,  yo  te  la  ofrecería  como  una  flor; 
y,  moriría  feliz,  si  supiese  que  habías  de  amor- 
tajarme con  un  beso,  y,  harías  a  mi  cuerpo  un 
sudario  de  lágrimas... 

— ¿Amortajarte?  el  olvido  misericordioso 
que  envuelve  todos  los  muertos,  no  querrá 
hacerlo  contigo;  la  tumba  misma,  no  querrá 
de  ti;  la  tierra  te  arrojará  de  su  seno,  y,  los 
lobos  que  te  devoren,  morirán  de  su  manjar... 

—^Magdalena...  ¿qué  sonido  fúnebre  tie- 
nen tus  palabras?...  ¿me  ordenas  morir?... 
antes  que  tú,  mi  Padre,  exasperado,  me  había 
dicho  hablando  del  proceso  del  Cristo:  «ve, 
y,  ahórcate  de  un  brazo  de  su  cruz»;  y,  mi 
Madre  al  verme,  ocultando  su  rostro  entre 
las  manos,  murmuró,  con  un  piadoso  horror: 
«¿aun  vives,  hijo  mío?  ¿aun  vives?»  y,  yo  vi- 
vía para  ti,  vivía  por  ti;  la  esperanza  de  re- 
conquistar tu  Amor,  me  sostenía;...  y,  persis- 


MARÍA  MAGDALENA  251 

tes  en  negármelo...  ¿por  qué  la  tierra  malé- 
fica tarda  en  devorarme?  ¿por  qué? 

y,  su  voz  se  extinguió  en  un  sollozo,  como 
una  llama  en  el  viento  de  la  Noche... 

—¿Por  qué?,  dijo  Magdalena,  implacable; 
porque  como  a  todos  los  asesinos,  te  ha  so- 
brado valor  para  matar,  y,  te  falta  valor  para 
morir. . . 

—¿Tú  lo  ordenas?  Magdalena,  ¿tú  lo  or- 
denas?... 

— Si  mi  deseo  fuera  un  rayo,  tú  serías  ya 
un  puñado  de  cenizas;  si  la  Muerte  hubiese 
de  arrebatarte  ante  mis  ojos,  yo  besaría  agra- 
decida, el  rostro  de  la  Muerte; 

— ¿  Serias  feliz,  si  yo  muero  ? 

— Sería  feliz,  teniendo  tu  cabeza  cortada, 
sobre  mis  rodillas,  como  una  cesta  de  flores, 
para  arrojarla  después  a  los  cerdos  de  la 
piara; 


252  VARGAS  VILA 

— Tu  odio  es  bello,  a  fuerza  de  ser 
enorme... 

— No  tan  enorme,  como  el  horror  que  sien- 
to del  Amor  que  te  inspiré... 

Judas,  la  miró  fijamente,  tenazmente,  como 
si  siguiese  el  vuelo  de  una  alucinación,  bajo 
el  gran  cielo  nocturno. . . 

— ¿Por  qué  eres  tan  bella,  y  tan  perver- 
sa?... los  pecados  han  llovido  sobre  tu  cabe- 
za, como  una  lluvia  de  pétalos  perfumados,. 
y  la  han  embellecido;  tu  infamia  es  radiosa, 
como  una  aureola;  siembras  la  muerte,  como 
si  fuesen  las  semillas  de  un  rosal;...  y,  tu 
mano  pálida  no  tiembla;...' 

— ¿No  tienes,  pues,  conciencia,  de  tu  cri- 
men? ¿quién  mató  al  Cristo?  ¿quién?,  tú;  tú, 
que  no  quisiste  salvarlo,  es  decir,  que  no 
quisiste  abandonarlo;  tú  apagaste  con  tus 
besos,  su  aureola  de  dios,  porque  todos  lo 
abandonaron  por  tu  causa;  tú  vertiste  su  san- 


MARÍA  MAGDALENA  253 

gre  de  hombre,  porque  no  lo  abandonaste 
para  salvarlo;  y,  esa  sangre,  no  se  hace  roja, 
cayendo  sobre  tu  cabeza  se  hace  blonda,  co- 
mo una  catarata  de  luz,  y  se  une  en  un  solo 
resplandor,  con  tu  cabellera  de  Sol;  ¡qué  be- 
lla eres  así,  bañada  por  la  sangre  del  Cris- 
to!... qué  bella  eres  en  esa  aurora  roja,  que 
baja  del  Gólgotha,  sobre  ti;  el  Crimen  centu- 
plica tu  belleza,  el  Crimen,  te  hace  augusta; 
el  Crimen,  te  hace  mi  hermana;  tú  has  ma- 
tado al  Cristo;  yo  he  matado  al  Cristo;  somos 
dos  asesinos;  ¿qué  me  reprochas? 

— Cállate,  cállate,  el  deseo  de  vivir  te  hace 
tres  vecescobarde;  anda,  anda  lejos  de  mí,  y, 
que  el  río  del  Olvido,  te  lleve  en  sus  ondas 
sin  rumores... 

— Magdalena,  todo,  hasta  tu  insulto  me  es 
dulce,  como  un  bálsamo;  habla,  Magdalena, 
habla;  quiero  oír  la  música  de  tu  voz,  suave 
como  el  murmullo  de  un  arroyo,  que  corriera 


254  VARGAS  V1LA 

por  cerca  de  mi  tumba;  tu  corazón,  hecho  de 
mármol,  es,  sin  embargo,  tierno  y  cálido  como 
el  pecho  de  un  pichón;  ¿me  odias?  bendito 
sea  tu  odio,  porque  por  él,  vivo  en  tu  cora- 
zón; en  ese  corazón  que  fué  todo  mío,  y  de 
donde  fui  proscripto;  tal  vez  el  río  de  la  Pie- 
dad, surja  un  día  en  él,  para  correr  sobre  mi 
recuerdo,  sobre  mi  Amor,  sobre  nuestro  Amor, 
que  fué  tan  grande  y  tan  fatal... 

y,  extendiendo  el  brazo,  amenazante  y  des- 
tructor, hacia  la  cruz  lejana,  donde  había 
muerto  el  Cristo,  le  decía: 

— ¡Ah  loco  miserable  y  pérfido!...  tú  ma- 
taste mi  ventura,  y  yo,  te  he  matado  sin  matar 
mi  pena;  tu  sangre  no  es  bastante  a  calmar  mi 
sed,  ni  a  ahogar  mi  odio;  si  mil  vidas  tuvie- 
ras, mil  te  arrancara;  si  mil  veces  resucitaras, 
mil  veces  volviera  a  clavarte  sobre  la  Cruz;, 
¡qué  dulce  es  tu  sangre,  cayendo  sobre  mis 
labios!  ¡qué  luminosa  es  la  silueta  de  tu  cruz, 


MARÍA  MAGDALENA  2;  5. 

iluminada  por  el  odio  de  mis  ojos!  el  Orgullo 
de  haberte  matado,  me  oculta  el  mundo,  y, 
vuela  en  mi  corazón,  como  un  pájaro  de  fue- 
go; te  he  vencido,  Galileo;  te  he  vencido... 
y,  calló; 

el  nudo  cruel  de  la  cólera,  parecía  apretar- 
le la  garganta... 

y,  luego,  continuando  su  monólogo  con  el 
ajusticiado  de  la  cruz,  dijo: 

—¿Te  he  vencido?...  sí,  en  todas  partes, 
menos  en  ese  corazón  de  mujer;  te  he  deste- 
rrado del  mundo,  y  no  he  podido  desterrarte 
de  ese  corazón  de  mujer;  he  podido  matarte 
sobre  una  cruz,  y  no  he  podido  matarte,  en 
ese  corazón  de  mujer;  allí  reinas  como  sobe- 
rano, y  allí  arraigas  por  la  muerte;  yo  te  he 
matado,  y  tú  me  matas  también;  es  a  causa 
de  ti  que  yo  voy  a  morir;  a  causa  del  Amor 
que  me  robaste; 

¡venciste,  Galileo!  ¡Maldito  seas! 


2$6    '  VARGAS  VILA 

y,  sin  volver  los  ojos  hacia  Magdalena,  que 
para  no  verlo,  ocultaba  el  rostro  entre  las  ma- 
nos, se  perdió  detrás  de  los  olivos  más  cer- 
canos; 

con  la  agilidad  de  un  felino,  se  le  vio  trepar 
a  aquel  que  cubría  con  su  sombra  a  Magda- 
lena, que,  sin  apercibirse  de  su  ausencia,  ya- 
cía inerte,  el  rostro  entre  las  manos,  como  he- 
rida de  estupor; 

de  súbito,  se  vio  su  cuerpo  lanzarse  en  el 
vacío;... 

sus  pies,  tocaron  los  hombros  de  la  Peca- 
dora; 

después,  la  rama  del  árbol  lo  levantó,  pen- 
diente de  la  soga  que  lo  estrangulaba... 

al  contacto  de  aquellos  pies,  Magdalena, 
amedrentada,  levantó  la  cabeza,  y  vio  algo 
como  la  sombra  de  un  pájaro  enorme,  osci- 
lando sobre  ella... 

después,  vio  el  balanceo    violento,    y  los 


MARÍA  MAGDALENA  257 

movimientos  últimos  de  un  cuerpo  que  se  agi- 
ta en  el  vacío... 

—  ¡Judas!  j Judas!,  gritó  tomada  de  un  pá- 
nico horrible...  y  apartándose  del  árbol  ía- 
tal,  quedó  como  hebetada,  lejos  del  contacto 
del  cadáver  cuya  oscilación,  disminuía  lenta- 
mente... 

miró  a  lo  lejos,  la  cruz  donde  el  cuerpo  de 
Jesús,  pendía  como  una  masa  sangrienta; 

y,  miró  cerca  el  cadáver  de  Judas,  pendien- 
te del  Árbol,  como  un  harapo; 

ambos  habían  muerto  por  su  Amor... 

de  lejos,  parecían  mirarla  los  ojos  tristes 
de  Jesús,  a  quien  no  había  querido  salvar... 

de  cerca,  la  miraban  los  ojos  exorbitados 
de  Judas,  a  quien  no  había  querido  amar; 

adondequiera  que  dirigiese  su  mirada,  no 
veía  sino  la  Muerte,  sembrada  por  su  amor... 

tomada  de  un  espanto  loco,  no  tuvo  fuerza 
para  huir,  se  acostó  por  tierra,  y,  se  cubrió  con 

MAGDALENA. — 17 


25S  VARGAS  VILA 

el  manto  de  sus  cabellos,  ocultando  el  rostro, 
contra  el  suelo,  como  para  no  ver  ese  jardín 
de  muerte,  que  sus  ojos  habían  sembrado... 

en  la  noche  lívida,  la  sombra  del  crucifica- 
do, y  la  del  ahorcado,  parecían  mirarse  feroz- 
mente en  las  tinieblas,  por  sobre  el  cuerpo 
inánime  de  la  mujer  que  los  había  perdido... 


Sonó  en  los  aires  una  canción  gozosa,  y,  el 
eco  de  una  voz  juvenil,  llenó  el  huerto  soli- 
tario... 

era  un  canto  de  Amor,  y,  de  lascivia,  que 
despertó  los  pájaros  en  su  nido,  y,  llenó  de 
un  rumor  de  primavera  el  huerto  mudo,  lleno 
con  el  horror  de  la  tragedia; 

por  entre  el  ramaje  obscuro,  se  vio  apare- 
cer la  silueta,  alta  y  esbelta,  de  un  joven  cen- 


MARÍA  MAGDALENA  259 

turión,  casco  reluciente,  y,  armadura  ligera, 
feliz,  del  ritornelo  que  cantaba; 

los  ramajes  se  apartaban  dóciles,  como  para 
dejar  pasar  su  juventud,  alegre  y,  radiosa; 

de  súbito,  sus  pies,  tropezaron  con  algo; 
era  el  cuerpo  de  Magdalena; 

viendo  que  era  un  cuerpo  humano,  dijo: 

— ¿Quién  eres? 

Magdalena,  alzó  la  cabeza  deslumbrante, 
y,  como  si  saliese  de  un  sueño,  o  respondiese 
a  la  propia  voz  de  su  corazón,  dijo: 

— ¿Yo?...  yo  soy  un  sexo  que  llora; 

— Un  sexo  bello,  dijo  el  soldado,  viéndola 
tan  hermosa,  y,  acariciándole  el  mentón;  ¿no 
sabes  que  nosotros  los  hombres  jóvenes,  so- 
mos hechos  para  consolar  el  sexo  de  la  mujer 
que  llora? 

Magdalena,  lo  miró  extasiada,  y  lo  halló 
bello,  bello  como  un  Apolo,  con  sus  formas 
atléticas,  con  su  rostro  imberbe,  bajo  el  casco 


26o  VARGAS  VILA 

dorado,  las  alas  de  cuya  águila  parecían  aca- 
riciarlo, como  dos  manos  de  mujer... 

y,  sonrió... 

volvió  a  mirar  a  un  lado,  y  a  otro,  y,  el  ho- 
rror de  sus  visiones  reapareció  en  ella; 

asaltada  de  un  verdadero  espanto  sin  amor, 
y,  apoyándose  en  la  mano  del  Centurión,  co- 
mo si  buscase  en  él,  un  auxilio,  gimió  cerran- 
do los  ojos... 

— La  Muerte,  la  Muerte,  ¿no  veis  la  Muer- 
ce  por  todos  lados?  yo  quiero  huir  de  la 
Muerte; 

y,  señaló  con  el  dedo  el  cadáver  de  Judas, 
que  oscilaba; 

el  centurión  lo  miró  con  desprecio; 

— ¿Algún  otro  ladrón?;  hoy  han  ajusticia- 
do tres; 

y,  mostró  las  cruces  sobre  el  monte  cer- 
cano..* 


MARÍA  MAGDALENA  2G1 

— No  sé,  no  sé,  dijo  Magdalena,  ponién- 
dose en  pie,  ayudada  por  el  centurión; 

— i  La  Muerte  es  triste!... 

— ¿Quieres  huir  de  la  Muerte?  ven  conmi- 
go hacia  la  Vida,  hacia  el  Amor; 

— ¿El  Amor?  ¿el  Amor?,  dijo  ella,  como 
si  ensayase  la  música  de  una  canción,  recien- 
temente interrumpida. 

— El  Amor,  el  Amor,  que  es  la  Vida,  dijo 
él,  ciñéndole  el  talle,  con  el  brazo... 

— Bella  es  la  Vida;  bello  es  el  Amor,  dijo 
ella  en  voz  alta,  como  para  darse  cuenta  de 
que  vivía... 

y,  su  voz  hizo  temblar  los  muertos  que  pen- 
dían lívidos  bajo  la  Noche... 

— Bello  es  el  amor,  dijo  él,  cantando  en 
baja  voz  el  ritornelo  interrumpido... 

— El  Amor,  es  la  Vida..., 

— ¡Viva  la  Vida!... 


262  VARGAS  VILA 

— ¡Viva  el  Amor!... 

y,  ella  se  dejó  llevar  por  el  brazo  del  nuevo 
amante,  que  aparecía  en  su  camino,  como  sur- 
gido de  la  tumba  de  los  otros  dos.... 

— ¡Viva  la  Vida! 

— ¡Viva  el  Amor!... 

y,  enlazados  por  el  talle,  entraron  en  el 
bosque... 

se  alejaron  lentamente,  y  en  la  penumbra 
densa,  no  se  vio  ya,  sino  la  cabellera  de  Mag- 
dalena, que,  extasiada,  miraba  al  cielo,  y,  al 
rostro  de  su  nuevo  Amor,  como  si  los  hubiese 
visto  ambos  por  primera  vez;  y,  parecía  que 
del  brazo  del  mancebo,  se  desprendiese  un 
río  de  oro,  sobre  la  Noche; 

el  mismo  viento  que  besaba  la  cabellera 
de  astro,  balanceaba  el  cuerpo  de  Judas,  e 
iba  a  besar  los  labios  de  Jesús... 

la  pareja  se  perdió  en  el  bosque  odorante; 


MARÍA  MAGDALENA  263 

se  apagó  el  eco  de  la  canción; 

y,  bien  pronto,  no  se  oyó  en  la  soledad, 
sino  el  ruido  de  un  beso...  y,  otro  beso...  y, 
otro  beso... 

¡Alma  de  Mujer!.... 


FIN 


A    MANERA   DE 

EPILOGO 

PARA  LA  EDICIÓN  DEFINITIVA 

DE 

MARÍA    MAGDALENA 

Sobre  el  blanco  y  terso  cuello  de  los  cisnes 
enigmáticos,  esos  cisnes  sefioriales,  que  en 
parejas  silenciosas,  conducían  y  escoltaban 
su  real  barca,  en  el  nocturno  misterio  de  sus 
parques  seculares,  ponía  Luis  el  Soñador, 
el  Rey -Cisne,  de  Baviera,  una  medalla,  que 
indicaba  la  fecha  en  que  nacidos  fueron,  aque- 
llos palmípedos  reales; 

silenciosos  iban  ellos,  bajo  el  arco  verde- 
alga,  de  los  pálidos  heléchos,  que  fingían 
perspectivas  insulares,  orgullosos  del  herál- 
dico blasón,  que  decía  al  mundo  su  origen 
de  Wittelsbach  alados,  hermanos  de  aquel 
Cisne  coronado,  que  ellos  vieron  hundirse  pa- 
ra siempre  bajo  las  olas  mansas  del  Starnberg, 
hechas  súbitamente  trágicas... 


EPILOGO 

así,  de  este  extraño  libro  mío,  cisne  blanco, 
cisne  lírico  de  los  lagos  galileos,  su  génesis 
quiero  evocar; 

y,  decir  cómo  nacieron  las  visiones  del 
Poema,  en  teorías  sucesivas; 

armoniosas; 

y,  la  música  de  las  frases,  difundida  en  sus 
páginas  fué; 

en  Liturgia  de  Arte; 

bajo  el  oro  conmovido  de  los  cielos  del 
Lacio,  que  a  esa  hora  parecían  extáticos,  en 
uno  como  ritual  de  Adoración; 

en  el  azul  opalescente  de  las  tardes,  gra- 
ves, como  prescientes  de  una  infinita  an- 
gustia; 

en  la  calma  lacustre  del  paisaje  de  líneas 
puras  que  parecían  tener  elasticidades  fluidas; 

sintiendo  el  vuelo  musical  de  los  enjam- 
bres, en  redor  de  los  pámpanos  floridos... 


Era  en  1911; 

fin  de  un  Otoño  maravilloso; 
la  hora  del  atardecer; 
un  azul  exultante  sobre  los  campos  diafa 
nizados  por  el  descenso  solar; 


EPILOGO 

en  Nemí; 

sobre  el  sendero  virgiliano  que  desde  ¡a 
Annunziata,  baja  al  lago  glauco,  con  reflejos 
de  marcasita  fosforescente; 

soñador  a  la  orilla  de  la  senda,  me  había 
detenido  a  la  sombra  del  follaje  de  unas  vi- 
ñas que  el  sol  octubral  hacia  bermejas; 

dejaba  errar  mis  pensamientos  en  el  can- 
dor de  la  hora  solitaria,  viendo  el  vuelo  de 
pájaros  perdidos  que  parecían  lanzarse  atur- 
didos hacia  el  corazón  de  la  Noche,  que  surgía 
muy  lejos,  asomando  apenas  su  penacho  de 
sombras; 

en  la  angustia  infinita  de  la  Tarde,  que 
parecía  asaltada  de  un  vértigo  de  pena; 

en  el'palor  difuso  de  la  hora,  dos  formas 
blancas  pasaron  ante  mí; 

lentas,  como  una  sinfonía  de  blancuras,  en 
la  decoración  broncínea  del  paisaje... 

y,  descendieron  hacia  el  lago,  de  verdes 
ondas  suaves;  * 

que  un  cintillo  de  algas  decoraba; 

en  sus  riberas  sonoras... 

y,  se  perdieron  en  el  Gran  Silencio...  bajo 
Ma  ojiva  de  oro  de  los  ramajes,  que  ¡os  últi- 
mos rayos  del  sol  hacían  fúlgidos; 


epílogo 

los  reconocí; 

eran  dos  indios  de  una  troupe  bengalesa, 
que  actuaba,  en  uno  de  los  pabellones  de  la 
Exposición  de  Roma,  como  una  de  las  gran- 
des atracciones  de  ella; 

yo,  había  visto  sus  danzas  religiosas,  lle- 
nas de  un  ritmo  lánguido  y,  extraño,  como  si 
en  ellas  vibrase  la  lenta  palpitación  de  todas 
las  quimeras  hechas  alas  de  blancura  in- 
definida, ilimitada; 

había  en  el  ondeamiento  de  sus  mantos, 
uno  como  estremecimiento  de  tinieblas,  que 
fosforecían  en  sus  ojos  tristes,  y  desmayaba 
en  sus  brazos,  que  se  plegaban  como  alas 
exhaustas,  fatigadas  de  un  vuelo  inútil; 

^  en  la  languidez  esclava  de  sus  mujeres  ha- 
bía uno  como  vértigo  de  espanto; 

sus  himnos  graves,  cuasi  insonoros,  se  veía 
bien  que  eran  cantos  de  una  liturgia  arcaica, 
vieja  como  la  Tierra; 

muchas  noches  había  ido  a  verlos  trabajar; 

y,  siempre  me  habían  obsesionado; 
así  al  verlos  bajar  hacia  el  lago,  no  tardé  en 
seguirlos; 

al  llegar  a  la  ribera,  aparecieron  ante  mí, 
como  en  una  iluminación  de  Misal,  hieráticos 


EPÍLOGO 

en  el  oro  júlgido  de  la  tarde,  que  los  envolvía 
en  uno  como  nimbo  de  miraje; 

el  hombre  tenía  los  brazos  abiertos  y  la 
cabeza  inclinada  hacia  la  copa  turquí  de  las 
aguas  que  reflejaban  sus  blancuras,  semejan- 
tes a  las  alas  de  un  petrel  meditabundo; 

parecía  orar... 

ella  sentada  sobre  la  playa,  soñadora  ensi- 
mismada, lo  miraba  llena  de  una  plenitud 
de  Ensueño... 

el  hombre  entonces  le  habló; 

y,  parecía  doctrinarla; 

ella,  lo  escuchaba  embebecida... 

¿por  que  aquel  hombre  así,  todo  envuelto 
en  sus  blancas  vestiduras  a  orillas  del  incier- 
to azul  del  lago,  evocó  en  mí  la  imagen  de  Je- 
sús de  Galilea,  y,  la  visión  de  los  lagos  naza- 
renos?... 

¿por  qué  aquella  mujer  que  lo  seguía  y 
trajo  a  mi  mente  el  recuerdo  de  la  bella  pe- 
cadora de  Magdala,  tantas  veces  citada  en; 
la  leyenda  cristícola? . . . 

yo,  no  lo  sé; 

pero,  cuando  ellos,  espantados  por  la  lle- 
gada de  otros  viajeros,  escaparon  como  dos 


EPILOGO 

corzas  asustadas,  ya  el  germen  de  este  Poe- 
ma había  nacido  en  mi  cerebro; 

como  una  rosa  abierta  en  la  melancolía  de 
aquella  tarde  fugitiva; 

y,  la  tragedia  del  Cristo,  tal  como  yo  qui- 
se escribirla,  escrita  fué; 

y,  María  Magdalena  surgió  en  el  fondo  de 
estos  paisajes  bíblicos,  como  un  divino  sol, 
que  todo  lo  ilumina.., 

como  un  florecimiento  de  Amor; 

en  la  púrpura  y,  el  oro  de  las  tardes  pales- 
Unas; 

y,  el  Poema  fué  concluso; 

y,  el  Libro  fué  hecho... 

este  Libro  del  Divino  Amor... 

¿por  qué  rememoro  todo  esto? 

porque  en  reciente  Circular,  prometí,  a 
«mis  amigos  y,  lectores»,  decir  en  un  Prólogo 
narrativo,  el  origen  de  cada  libro  mío,  al  apa- 
recer éste  en  la  Colección  de  mis  Obras  Com- 
pletas ; 

y,  como  hoy  toca  el  turno  a  María  Magda- 
lena, de  cumplir  este  deber  había; 

mas,  como  razones,  todas  de  índole  técni- 
ca, no  permiten  la  colocación  de  estas  líneas 


EPILOGO 

a  manera  de  Prólogo,  pangólas  yo,  a  manera 
de  Epílogo; 

y,  hecho  queda  el  historial  de  este  Poema; 

tal  como  para  todo  libro  mió,  lo  prometí,, 
al  aparecer  en  mis  Obras  Completas; 

como  éste  aparece  hoy; 

definitivamente. 


Vargas  Vila. 


En  1910. 


Lkctob  : 

8i  este  libro  te  Agrada,  no  lo  prestes. 
Porque  restándome  compradores,  agra- 
decerías el  deleite  quo  me  debes,  devol- 
viendo mal  por  bien. 

Si  este  libro  no  te  agrada,  110  lo  pres- 
tes. Porque  obra  insensatamente  quien 
propaga  lo  malo. 

Prestar  un  libro  es  un  gran  perjuicio 
para  el  autor  que  cobra  derechos  por 
ejemplar  vendido. 


Obras  de  VARGAS  VILA 

Publicadas  por  la  CASI  EDITORIAL  SOPEÑA 

\l^l/\U 

Vuelo  de  Cisnes. 

De   los    Viñedos  de  la 

i 

Eternidad. 

Libre  Estética. 

María  Magdalena. 

i 

Sombras  de  Águilas. 

El  Final  de  un  Sueño. 

; 

| 

Salomé. 

La  Ubre  de  la  Loba. 

Ibis.    (Edición  definitiva.) 

■ 

Las  Rosas  de  la  Tarde... 

1 

i 
1 

(Edición  definitiva.)  , 

i 

Flor  del  Fango.  (Edición 

definitiva.) 

Cachorro  de  León. 

La   Simiente.   (Edición  de- 

finitiva.) 

Sobre  las  viñas  muertas. 

l 

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(Edición  definitiva.) 

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OBRAS  COUPLET 


NOVELAS 


Aura.EZSKSK)    Flor  del  fango. 

Ibis.t2H5«swi    Rosa  mística. 

Rosas  de  la  tarde. 

Salomé.  Etfasra    Alba  roja. 

La  simiente. 

Delia  (Lirio  blanco). 

Eleonora  (Lirio  rojo). 

Germania  (Lirio  negro). 

El  camino  del  triunfo. 

La  conquista  de  Bizancio. 

María  Magdalena. 

La  demencia  de  Job. 

El  minotauro. 

Los  discípulos  de  Emaüs. 

Los  parias. 

Las  viñas  muertas. 

Los  estetas  de  Teópolis. 

El  final  de  un  sueño. 

La  ubre  de  la  loba. 

Cachorro  de  león. 


)E  VARGAS  VILA 


.  i*  ¡u  ni  jh  m  m  i\\  U  31C  3lt  STiA  3I[  SIC^E  Jif  aig  nr  iiriirinr  vr  in,  nr  nr  wi:^i 


LITERATURA 

De  sus  Uses  y  de  sus  rosas. 
Libre  estética. 
Sombras  de  águilas. 
Horario  reflexivo. 
Archipiélago  sonoro. 
Rubén  Darío. 

FILOSOFÍA 

El  ritmo  de  la  vida. 

Huerto  agnóstico. 

La  voz  de  las  horas. 

Del  rosal  pensante. 

De  los  viñedos  de  la  eternidad. 

HISTORIA 

Los  Césares  de  la  decadencia. 
Los  divinos  y  los  humanos. 
La  muerte  del  cóndor. 


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